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Policiales |HISTORIAS NUNCA CONTADAS

El “fino” de Pesquera, los fideos de Maradona y la leyenda de los tatuajes chinos

En la entretela de la sonada muerte del cuartetero Rodrigo y el juicio que siguió, pasaron unas cuantas cosas

El “fino” de Pesquera, los fideos de Maradona y la leyenda de los tatuajes chinos

La camioneta de Rodrigo, el potro y la publicación de el dia. el “clon” de pesquera, Maradona y los fideos la camioneta de alta gama donde Pesquera fue hallado con un disparo y el arma

Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

14 de Diciembre de 2020 | 04:05
Edición impresa

- La de malla rosa, le digo yo.

- Ahí la veo, sí. Ahí le veo el tatuaje.

La vida de Alfredo Pesquera es una de las tantas que pide a gritos una serie y no por exclusiva causa de su rol protagónico en la tragedia del cantante popular Rodrigo Bueno. Cuando llegó a esa instancia , Pesquera ya era Pesquera. Y lo marca claramente su trágico final, lleno de sombras y retorcidos matices que en buena parte transitaron por los angostos y poco iluminados caminos por los que también anda el jet set criollo.

“Yo le hice un fino, él se ve que me lo quiso devolver y le salió mal”, serían las primeras palabras que con esa voz suya de cuerdas raspadas, le diría a sus más cercanos en la misma madrugada del 24 de junio de 2000, cuando la noticia del accidente fatal del cuartetero Rodrigo Bueno corría imparable para desbordar los noticieros y ocupar por muchas semanas la atención del país.

En la jerga de la calle, pero especialmente en la de aquellos que se ganan la vida detrás de un volante, hacer un “fino” es rebasar a otro vehículo y pasarle bien cerquita, como forma de advertencia, escarmiento o hasta provocación por no correrse y ceder el paso. Decenas de “finos” se producen a diario en las calles de la ciudad y en la Autopista. Algunos conductores deciden ir por la izquierda a 90 kilómetros por hora, en el tramo en que la señal dice hasta 130. Y vaya a saber por qué no se corren a la derecha. Así es como otro conductor los pasa irregularmente por esa derecha y antes de terminar de rebasarlo le deja “un fino”.

Balbuceante, bañado en sudor y con la certeza de que no iba a pasar mucho tiempo hasta que se supiera que era él quien conducía la camioneta blanca que había tenido el incidente de tránsito con Rodrigo, Pesquera insistiría con su teoría del “fino” que casi le cuesta 13 años en la cárcel, como quería uno de los tres jueces del tribunal que finalmente lo absolvió por considerar que la culpa había sido del cantante, por sus maniobras imprudentes y el nivel de alcohol en sangre que llevaba encima.

Antes, durante y después del juicio, Alfredo Pesquera pasaría por un verdadero calvario. Una postal acaso lo resuma: al cabo de cada audiencia, su abogado, Fernando Burlando, firmaba autógrafos en la puerta de la cochera donde guardaba su vehículo, a dos cuadras de los Tribunales de Quilmes. Adentro, escondido en el baúl, lo esperaba Pesquera para regresar a La Plata sano y salvo. Le habían ofrecido llevarlo en un patrullero de la bonaerense pero el hombre desconfiaba: “los canas van cantando canciones del Potro”.

“Explicame por qué a vos te piden autógrafos y a mi me putean”, fue el reproche que alguna vez le hizo a su abogado. Nunca obtuvo respuesta.

Tras el juicio, y convertido en el absuelto más famoso del país, Pesquera nunca más volvería a su vida de hasta entonces. Se dedicaba a pequeños negocios de importación y exportación pero la repercusión mediática lo acercaría a un mundillo al que, en condiciones normales, se le hubiese hecho difícil acceder. De alguna de aquellas tertulias nació otra anécdota que contarían, entre divertidos y espantados, algunos habitués a las sobremesas de la farándula. Se decía que al cabo de una cena de la que había participado Pesquera, en La Plata, los comensales habrían esperado a que fuera primero antes de tomar sus vehículos y emprender la Autopista camino a Buenos Aires. Nadie quería tenerlo atrás, decían. ¿Temían ser objeto de un “fino”?.

En ese camino entre ricos y famosos dicen que Pesquera se empezó a perder. En marzo de 2001, apenas un año después de lo de Rodrigo, la jueza platense Carmen Rosa Palacios Arias ordenaba su detención por un caso estafas reiteradas en la comercialización de automóviles, un caso que había arrancado en 1998. La imputación era sencilla y conocida: la gente pagaba por su auto y se demoraba la entrega.

Pesquera fue detenido en su entonces casa de la calle Sánchez de Bustamante al 100, en el barrio de Once, en la CABA y remitido a la sede del cuerpo de Infantería en 1 y 59 de La Plata pero más tarde sus abogados lograron un traslado a la comisaría Sexta de Tolosa, donde encontraría un clima menos hostil.

Su todavía abogado defensor, Fernando Burlando, diría que “Pesquera vive con miedo y hostigado por los fanáticos de Rodrigo” y que había llegado a mudarse dos veces en poco tiempo a causa de esas amenazas. Hacia el año 2007 ya acumularía otras causas.

LOS FIDEOS

El cambio brusco que el caso Rodrigo singificaría en su vida laboral también alcanzaría al terreno de sus afectos y Pesquera sería protagonista de un divorcio conflictivo. Allegados de entonces aseguran que el hombre disfrutó como nadie su “segunda soltería” y, entre esas nuevas libertades, conoció a una mujer casada que, seducida, se separó de su esposo con el que acordó liquidar sus bienes conyugales y entregar su parte a Pesquera para que realizara una de sus “exitosas inversiones”. El dinero nunca rindió lo prometido y, para colmo, el día en que se hizo efectiva la división de los bienes, al esposo lo asaltaron. Nunca se relacionó judicialmente a Pesquera con ese hecho.

Calvo pero arreglado, barba candado, impecablemente vestido y perfumado con lo último y mejor, a Pesquera llegaron a compararlo con Landrú, por su habilidad para seducir al sexo opuesto. Pero, a diferencia del verdadero Landrú que fue el francés Henri Désiré Landrú, Pesquera no las mataba. Sólo les rompía el corazón y los ahorros.

En la gran bolsa de las anécdotas, donde se mezclan reales, algo reales y sólo habladurías, figura una que hoy resultaría impensada: estafar a Maradona.

Se asegura que entre otros diversos negocios, Pesquera logró introducir en por lo menos cuatro naciones africanas cientos de kilos de fideos de sopa marca “Dieguito o Dieguín”. Los fideos, de forma parecida a los “dedalitos” eran de un fabricante bonaerense que los distribuía con otra marca en paquetes de medio kilo. La historia que se cuenta es que Pesquera le compró una producción entera y a los paquetes le puso su propia marca, adornada con un niño de pelo enrulado que jugaba con una pelota. Cuentan que cuando le llegó la primera carta documento, Pesquera se habría defendido diciendo que por tratarse de fideos hechos en Argentina no necesariamente la imagen debía asociarse a Maradona. “En este país muchos pibes juegan al fútbol y son morochos y de rulos”.

Según una hipótesis, Pesquera y Graffigna discutieron, forcejearon y el arma se habría disparado

 

Pero si hubo una anécdota que transitó bajo las fanfarrias de la leyenda urbana, fue el asunto de los tatuajes chinos.

A Pesquera, tal parece, se le había puesto la idea de hacerse un tatuaje con su nombre pero en chino. “En eso también fue un adelantado porque recién tiempo después se empezaría a poner de moda”, cuenta hoy un allegado de esa época.

NARANJAS RECIÉN EXPRIMIDAS

El asunto es que fue a ver a un tatuador que trabajaba en una feria de Recoleta y el tipo le dijo que no era tan fácil, que el alfabeto chino no tenía letras sino sinogramas y caracteres y que podía haber hasta 56.000 de ellos. Pero Pesquera insistía en que, según habría averiguado, el alfabeto chino tenía 26 letras. Y ahí se le prendió la idea.

Aseguran que esa misma noche fue a su casa y tomó el manual de una juguera que había comprado para su nueva casa de recién separado. Y buscó en la sección de las instrucciones en chino, copió prolijamente cada signo y le asignó una letra.

Al otro día fue a ver a un imprentero y le encargó 5.000 “manuales para tatuar en chino” y cuando los tuvo listos puso avisos en un diario de gran circulación.

“Los vendió todos, recibía pedidos de todos lados y tuvo que imprimir más a medida que el asunto de hacerse tatuajes en chino se ponía más y más de moda”, asegura un conocedor de la historia.

Más allá del exitoso negocio que se le atribuye a Pesquera con el “manual para tatuadores”, una leyenda se sumó a la otra y de tanto revolcarse, se confundieron.

Es que un día alguien empezó a contar la historia del mal momento que una joven pasaría en un supermercado chino cuando al llegar a la caja, la dueña empezó a reír mientras le clavaba la vista en un tatuaje chino que la cliente exhibía en el pecho, ciertamente a la altura del escote. La historia dice que la supermercadista china llamó entonces a su esposo, también chino, para mostrarle el tatuaje de la clienta y que ambos rieron ante el desconcierto de la piba, que esperaba con la plata en una mano y una botella de fernet en la otra. Nunca quedó claro cómo y a través de quién se dijo que el tatuaje chino que la piba llevaba en el escote rezaba: “desenchufe antes de lavar”, como recomendaba el manual de la juguera.

Desde los vericuetos de la imaginación popular, al galope de lo que llevan y traen los teléfonos descompuestos, como resultado de charlas aburridas o no tanto en oficinas, colas de banco o sobremesas, se diría que ese tatuaje, así como otros de otras supuestas anécdotas que se repetirían, tenía que ver con el manual de la juguera que Pesquera se había comprado para desayunar naranjas recién exprimidas en sus mañanas de flamante divorciado.

El final de Alfredo Pesquera fue tan de Netflix como la vida que vivió después de aquel “fino” que le hizo a la camioneta del cuartetero Rodrigo.

En las primeras semanas de diciembre de 2013 el cuerpo sin vida de Alfredo Pesquera sería encontrado con un disparo en la sien derecha, dentro de su camioneta BMW X6 estacionada a 30 metros Ramallo al 3300, en Saavedra, donde otra vez se había mudado.

Pesquera se había suicidado con una pistola Glock 40, de fabricación austríaca, la misma arma con la que habían matado a su amigo, el empresario Miguel Ángel Graffigna, quien apareció muerto sobre el asiento del acompañante de un Peugeot RCZ que había comprado hacía menos de 24 horas.

OTRO ROUND COMO EL DE RODRIGO

Después de revisar el mail y mensajes de teléfono, la Justicia llegó a la conclusión de que Graffigna le venía reclamando a Pesquera el pago de una deuda al ex campeón de kick boxing Jorge “Acero” Cali. Y las cámaras de seguridad del lugar donde fue asesinado registraron la huida de un hombre que pudo haber sido Pesquera.

Una de las hipótesis del hecho fue que Pesquera y Graffigna habrían discutido, forcejeado y que en ese tironeo el arma se habría disparado. Un mail que Pesquera le enviaría al abogado Fernando Burlando horas antes de matarse, abona esa teoría: “no tengo ganas de otro round como el de Rodrigo”.

El cuerpo de Pesquera estuvo 16 meses en una Morgue Judicial. Su hermano, un hombre de Berisso, recibió del juzgado el visto bueno para enterrarlo pero no para cremarlo en virtud de la causa irresuelta del crimen de Graffigna.

En una playa que podrá ser Pinamar o cualquier otra, este verano una chica anunciará a los gritos que el agua no está tan fría.

Quizá lleve un tatuaje chino.

-“Vaya a saber qué dirá ese tatuaje”.

-Sí. Vaya uno a saber.

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ALFREDO PESQUERA / TELAM

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