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“Dosmil”, nuevo trabajo de Juan Ignacio Domínguez, oriundo de Tres Arroyos pero habitante de nuestra ciudad, es el relato de una separación: Eva decide dejar la casa donde vive con Manuel, su novio, y se va a vivir a lo de su hermano, pero no desea hablar, viaja con su bici introspectiva por la ciudad de La Plata; mientras tanto, Manuel se da cuenta de que ella se fue y la busca por toda la ciudad.
Es el segundo largometraje de Domínguez, de currículum y búsquedas zigzagueantes en su carrera: en 2007 estrenó su primer mediometraje de ficción, “La bicicletta”, y cuatro años más tarde, su primer largometraje, el documental “Montando al Zorro”. En 2012, además, presentó su primer trabajo sobre video-danza “La tarea”.
Desde entonces investiga y desarrolla el trabajo con actores y la inclusión de la cámara en la danza, y, en paralelo, rodó “dosmil” en nuestra ciudad. El objetivo: “En un principio yo quería trabajar sobre el deseo, sobre la percepción del deseo, que es el motor del cine, lo que nos vincula inconscientemente con el espectador en esto de dar y quitar, de administrar esa corriente del deseo”, explica el director.
- Siempre cuando hay una película sobre una ruptura hay que preguntar si es autobiográfica. ¿Cómo nació “dosmil”?
- Tengo casi cuarenta años y soy hijo de las primeras generaciones de padres separados, hemos sido testigos del fin del paradigma de nuestros abuelos del “amor eterno”… esa idea la vimos trastabillar en nuestros padres y en carne propia experimentamos un montón de relaciones fallidas dentro del amor romántico, plagadas de deseos de posesión, desigualdades, violencia, remordimiento, culpas y angustias. Hay algo en ese estado en el que la relación llega a su fin, en el que el contrato se rompe y lo que hasta ayer era de una forma al día siguiente es completamente de otra, en el que todo se torna un pesado enfrentamiento. Algo de todo ese desconcierto, de ese barro nostálgico, fue la atmosfera donde nos pusimos a bucear y a encontrar la película.
- Ese momento de ruptura es un momento de desconcierto total, ¿era eso lo que querías mostrar de tus protagonistas?
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- En un principio yo quería trabajar sobre el deseo, sobre la percepción del deseo, que es el motor del cine, lo que nos vincula inconscientemente con el espectador en esto de dar y quitar, de administrar esa corriente del deseo. La ruptura apareció después, quizás por los momentos que estaba transitando yo empezó a escribirse eso y seguimos esa línea y como toda fuerza genera una contrafuerza, de la idea de la búsqueda sobre “el deseo”, fuimos a la búsqueda de “el fin del deseo” o a la negación del mismo. Esa fue la tesis y la antítesis por donde viajó el proyecto. Por otro lado, quería hacer una película en La Plata, experimentar con actores y así fue. Acoté el universo a los más cercano y cotidiano que tenía al alcance, el grupo de danzas Las Suicidas, y a Calzón Chino de Paula Herrera (local de ropa) y los dos actores y trabajamos en ese círculo cerrado.
- Y en ese sentido, la película se cuenta a través de muchos primeros planos, subjetivas, algunos fuera de foco. Contame sobre esta decisión formal para expresar lo que le ocurre a tus personajes.
- Fuimos desarrollando y encontrándola a la vez, abriendo puertas nuevas y cerrando otras, buscando conexiones, distancias entre las cosas que veíamos. Aprecio ese lente 75mm ese diafragma, ese recorte, esa cercanía, esa modalidad y se transformó en el estilo, la forma de mirar eso. Y me permitió ubicarme dentro de la película a mí como autor y ubicar al espectador. Ser el móvil, llevarlo a recorrer y observar como un testigo íntimo lo que está pasando.
- Es bastante diferente a tu anterior película, “Montando el zorro”, ¿qué inquietudes te llevaron a probar algo distinto?
- Quería trabajar con algo vivo, con actores, con improvisación, con danza. Y puse en juego esos elementos que tenía a mi alcance y empecé a probar, a jugar, todo lo mire por detrás del ocular, ese fue el filtro. Siento igual que no es tan distinta a la anterior, hay algo en la pulsión y en la observación que se parecen, a veces también siento que Ambas tienen algo de postales fotográficas, de imágenes que se recorren como recuerdos.
- Pasaron varios años desde “Montando…”. ¿Durante todo ese tiempo estabas intentando filmar “dosmil”? ¿Cómo fue el proceso para que “dosmil” vea la luz?
- Pasaron 10 años del estreno “Montando al zorro”. Casi un año o dos estuve llevando la película a todos lados, exhibiéndola, un proceso atípico. Trabaje con el grupo de danza de Alejandra Ferreira Ortiz “Las suicidas”, trabajando sobre la cámara y el cuerpo en movimiento, que por suerte pude conjugar también en “dosmil”. Y hace 5 años que empezamos a trabajar con Lara Pineda en este proyecto juntándonos toda las semanas, luego apareció Juanjo y seguimos esa modalidad. Un largometraje sin guión lleva mucho tiempo. Por eso tampoco comprometo a nadie en el rodaje, es imposible tener un grupo de trabajo grande en esta experiencia de armar un guión a medida que se va filmando. Entiendo también que hay algo de la modalidad que a los actores también les sirven indagar. No es muy feliz para un actor la idea de leer algo escrito y repetirlo diez veces. Por eso agradezco la voluntad fiel de los actores y la de Raúl Fernández y Tomas Dantonio que fueron hacedores del proyecto, uno haciendo la fotografía y el otro el sonido desde 0 y el montaje. Muy pocas personas pero mucho tiempo juntos durante años, eso es constancia, eso es pasión y amor por lo que se hace y es lo que le da sentido a todo.
- El estreno de la película es aquí en el Fesaalp, ¿cuáles son los planes para “dosmil” de acá en adelante?
- Que recorra el circuito de festivales, que pueda verse pronto también en una sala y que sea donde y como sea encuentre su público, como se merece esta película que a mi modo de ver permite una relación muy estrecha con la vivencia sensorial del cine y que propone un viaje de principio a fin manteniéndote cautivo y expectante hasta el final.
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