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Policiales |Le querían robar la moto

Peligro, motochorros sueltos: así fue el sangriento ataque a una jubilada en Romero

Eran dos, iban vestidos de negro y la interceptaron en 181 y 520. El acompañante tenía un revólver con el cual golpeó repetidas veces a Élida, de 66 años y vecina del Barrio Nuevo. La socorrieron comerciantes de la cuadra

Peligro, motochorros sueltos: así fue el sangriento ataque a una jubilada en Romero
15 de Octubre de 2021 | 02:13
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Barrio Nuevo, en Melchor Romero, tiene un nombre que no se condice con el paisaje que presenta. Casas “abiertas”, bicicletas en las veredas, niños en la calle; todas situaciones posibles en otros tiempos e impensables en la gran mayoría de las vecindades platenses. Se trata de un caserío que se extiende desde la calle 516 a 520 y de 183 a 189.

Élida, una jubilada de 66 años que sigue trabajando porque con lo que recibe de haberes “no me alcanza”, vive en ese sector de la localidad romerense desde hace 15 años. “Nos vinimos para acá porque buscábamos tranquilidad”, le contó a EL DIA.

El miércoles a la noche, dos delincuentes la asaltaron a cinco cuadras de su casa, frente a una panadería, y uno de ellos la golpeó de manera salvaje con un arma de fuego. Querían su moto, una Honda Biz, pero la mujer no quiso entregárselas. “Tengo seguro, todo en regla, pero no se las iba a dar”, dijo con tozudez.

Su hija, Lourdes, aclaró el panorama: “Mi mamá es muy independiente y no toma dimensión de lo peligroso que está. Hace todo sola, no tendría que haber salido y menos de noche”.

La conclusión del episodio fueron varios hematomas en los brazos de Élida, un corte largo en el cuero cabelludo y un poco de susto que parecía haberse disipado ayer por la tarde, cuanto este medio la visitó en su hogar. La moto, además, seguía en su poder.

“NI SALIR A COMPRAR COMIDA”

El miércoles a las 19.30, Élida y su marido Celestino (66) llegaron a su domicilio. Venían del neurólogo, y el médico había revisado al hombre por un ACV que lo atacó tres días antes. Con ellos estaban algunos de sus nietos y una de sus hijas.

“A mi esposo se le ocurrió que podíamos comer pizzas y uno de mis nietos se ofreció a ir, pero al final fui yo”, explicó la damnificada. El periplo era simple. Dos paradas: una en 171 y 520 para comprar el fiambre que cubriría las masas, y luego a buscar éstas a la panadería de 181 y 520.

Llegó al primer destino cuando ya las persianas estaban bajas, así que enfiló hasta el otro comercio por la avenida 520.

“La Policía y la ambulancia tardaron más de 40 minutos en llegar. Me tuvo que llevar mi nieto al hospital”

Elida, Víctima

A eso de las 20 horas, cuando arribó a 181, advirtió dos figuras “en una moto negra 110 cc” que esperaban en la esquina opuesta. La miraron, pero ella no les prestó mucha atención.

Mientras pensaba los gustos de las pizzas y colocaba el traba volantes, los sujetos acercaron el vehículo. Se oyó el “clic” del candado y Élida guardó las llaves en un bolsillo. Y, en ese instante, una voz desconocida la hizo girar.

“¡Dame la moto!”, le gritó el rostro al que sólo se le veían los ojos. Llevaba un tapabocas, pero la víctima supo que se trataba de un chico joven, un adolescente. “No”, le contestó la jubilada. Todavía no había visto el pistolón que su asaltante portaba en la mano derecha.

El primer culatazo le dio en un brazo. Después hubo una lluvia de golpes que le lastimaron la cabeza, las manos y otras partes del cuerpo.

A pesar del castigo, Élida no soltó el rodado y forcejeó con el malviviente. El vehículo se derrumbó sobre ella y ambos cayeron a la vereda. “Yo empecé a gritar con todas mis fuerzas. Era tanta la adrenalina que ni me di cuenta cuando me cortó”, recordó.

La paliza siguió algunos segundos más. El agresor sabía que los alaridos de la mujer habían sido escuchados. Por las dudas, mantuvo la puerta de la panadería cerrada con una mano mientras con la otra intentaba hacerse de la moto. Adentro del local, una clienta con su hija menor se mantenía escondida junto a dos empleadas.

Por cansancio u otro motivo, el ladrón decidió que lo mejor era fugar con las manos vacías. Lo hicieron por 181 en dirección a 519 y se perdieron de vista en poco tiempo.

La sangre corría por el rostro de Élida, que de repente se vio rodeada de nuevas personas extrañas. Sin embargo, una le preguntó cómo estaba y eso la calmó.

Después del hecho, a los ladrones los vieron pasar de nuevo por la esquina

Mientras unos la ayudaron a incorporarse y le trajeron una silla, una de las encargadas de la panadería le alcanzó un vaso de agua. La esquina de 181 y 520 se llenó de gente que sacó sus celulares para pedir una ambulancia y avisar al 911 que había dos violentos sueltos.

“Me salía tanta sangre que le pedí perdón al dueño de la panadería, porque le manché toda la silla y la vereda. El señor me dijo que no me preocupara, pero eran manchones rojos por todos lados”, sostuvo.

Según confiaron los involucrados, hubo al menos cinco llamados a las autoridades y otros tantos al servicio de asistencia médica.

Más de 40 minutos después del primer contacto con el 911 aparecieron los móviles, aseguraron. Élida ya no estaba en la esquina: un nieto la había trasladado hasta el hospital alejando Korn donde la atendieron enseguida. Le hicieron placas y le curaron el corte, que no requirió de puntos de sutura.

Lourdes, una de las hijas de la víctima, reclamó que “si a mi mamá le daban un tiro, seguramente se moría desangrada. Impresentable la Policía y la ambulancia”. Y añadió: “Tuvimos que cargar a mi mamá toda ensangrentada en el auto y llevarla sanatorio de Romero. Ahí no nos dejaban pasar con el auto por el protocolo Covid... íbamos por una urgencia y ellos querían tomarle la temperatura hasta a mi mamá que tenía la cabeza abierta”.

Una vez que los comerciantes despidieron a la damnificada, regresaron para cerrar sus negocios. La noche y lo sucedido invitaban a irse. A punto de partir, Camila, una de las empleadas, miró hacia la calle y vio pasar a los dos delincuentes que horas antes habían asaltado sin compasión a la jubilada.

“Muchas veces me quisieron robar a mí, y yo no iba a entregar la moto por más que la tenga asegurada. No se puede vivir así, el barrio está jodido”, lamentó. Y agregó que “se vive con cámaras de seguridad por todos lados, encerrados... acá tenemos picadas a la noche, pibes que se juntan en la placita de 181 bis y 518 a tomar, y nadie hace nada”.

 

 

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A Élida tuvieron que asistirla las empleadas de una panadería y el dueño de un bazar / César Santoro

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