"Espíritu sagrado": una caja de sorpresas donde el horror acecha bajo la risa

Como siempre en su cine, en “Espíritu sagrado”, el primer largometraje del español Chema García Ibarra la acción comienza en Elche, en una zona de laburantes donde irrumpe lo sobrenatural: tras la muerte de su líder, una extraña asociación dedicada a la ufología queda en manos de José Manuel, un joven que regentea el bar de una pequeña ciudad. Pero, como siempre en su cine, la fantasía y la ciencia ficción caminan por esas tierras urbanas, entre esos personajes mundanos de formas extrañas, laterales, juguetonas a veces, ominosas otras veces: más que viajes interespaciales y visitantes de otros planetas hay personas mirando al cielo, vulnerables, algo desorientadas, divertidas, y mientras miran hacia arriba, en el reino de abajo otros aprovechan las distracciones para hacer sus fechorías.

Ya llegaremos a eso. Pero primero, Chema García Ibarra cuenta cómo aparecieron las primeras imágenes de su largometraje, ganador de una mención especial en la competencia internacional del Festival de Mar del Plata: “Descubrí la existencia de un grupo que se formó en Elche, que se llamaba Centro Ilicitano de Parapsicología. Investigaban temas parapsicológicos, pero eran muy poco científicos, eran como personas, normales, y los descubrí porque les hicieron una entrevista en la televisión local, y vi un grupo formado por una persona mayor, un chico joven, no tenían nada que ver el uno con el otro, como si hubieras salido a la calle y las primeras cinco personas con las que te encuentras las agrupas”, cuenta el director, en diálogo con EL DIA.

García Ibarra relata cómo entre las actividades del grupo había un alerta OVNI, es decir, “ir a un lugar fuera de las luces urbanas a pasar una noche” con la esperanza de ver luces extraplanetarias. “Me los imaginé sentados en sillas de playa, totalmente distintos entre ellos pero unidos por esa familia esotérica. Y me guardé esa imagen”.

Así, dice, funciona su cine: “Voy guardando este tipo de ideas-islas. Las apunto y las olvido, y formo un almacén de ideas. Cuando estoy atascado, visito ese almacén”, explica. “Trabajo con combinaciones de estas ideas, y así van saliendo las películas”. El cine como una caja de sorpresas.

Es así como la ufología se combina con el relato de una chica, que tiene una hermana gemela, desaparecida. “Se me ocurrió esta idea de una chica desaparecida que tiene una hermana gemela, y en lugar de mostrar una fotografía enseñan una niña: ¿ha visto usted una niña como esta? Me parecía muy divertida, y muy terrible a la vez, que es algo que me gusta mucho”. A quien no conoce el cine de García Ibarra (“El ataque de los robots de Nebula-5”, “Protopartículas”, “Misterio”, “La disco resplandece” y “Leyenda dorada”, codirigida con Ion de Sosa pasaron todas por el Festifreak) puede parecerle la descripción de un mejunje inconducente, una apuesta al bizarro y poco más: ese elemento freak, ese humor extrañado, algo asordinado, algo melancólico, la OVNIs en Elche y gemelas como fotos de cartón de leche va, con el transcurso de la película, volviéndose territorio desconcertante, crecientemente oscuro. Resulta que algo latía bajo la superficie de estos simpáticos personajes que buscan extraterrestres. No adelantaremos qué, solo que la sonrisa con la que uno comienza mirando esa extraña película se desdibuja hasta convertirse en una mueca parecida al horror. ¿De qué nos hemos estado riendo?

“Me gusta esa idea de que estés viendo una película, más o menos divertida, y que dos semanas después la recuerdes y pienses ‘esa película de terror que vi’, ‘ese drama que vi’: el tiempo que pasa desde que viste la película cambia totalmente el género de la película, o la vuelve difícil de adscribir a un género”, dice al respecto el cineasta que disfruta, agrega, de “ese vaivén de emociones, que va de las carcajadas a que sientas que te pegan una hostia”.

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La ciencia ficción es, entonces, un mero juego que aporta un elemento potencialmente extraño, pero que es solo el punto de partida: “Me interesa que haya una atmósfera de ciencia ficción, plantear la película de una forma para el que no la ha visto, al que no le digo que eso va a ser enterrado por una especie de superargumento que va por encima y cae, que es totalmente distinto, que va emergiendo poco a poco. Parece una película sobre ufología, mística, extraña, y de repente aparecen pequeñas pistas de que la película tiene un reverso, de que se está dando la vuelta… y que por dentro está podrida. Cuando te enseña el interior, es oscuridad, es negritud”.

García Ibarra reconoce su amor, mostrado en sus cortos, por la ciencia ficción: 

“Todo lo sobrenatural de nuestro mundo me interesa”, lanza, “no solo por el hecho en sí, por la luz en el cielo, sino por las personas que lo están mirando”. Lo que le interesa entonces es esa emergencia “en nuestra vida real” de aquello que le recuerda a la fantasía y la ciencia ficción, “las personas con poderes de sanación, la videncia, las personas que se han encontrado a la Virgen, las personas obsesionadas con OVNIs”. 

Y por eso disfruta de “combinarlos con lugares donde uno no suele encontrar la ciencia ficción: la ciencia ficción suele transcurrir en el futuro, en una nave, en la Luna, a mi me gusta que transcurra en mi barrio, con gente que va en un coche destartalado, gente que no sueles ver en las películas de ciencia ficción”.

Esas gentes son, como siempre, sus vecinos de Elche. “Es el mundo que conozco”, afirma el realizador, para quien utilizar actores no profesionales en ese territorio conocido para él “le da un aire de documental, una capa superficial, aunque es una película de superficción. El hecho de que sean personas que nunca han actuado, que usan sus propias palabras, que tienen unos físicos determinados que no se suelen ver, le da un añadido de realidad, genera tensión entre la ficción y el mundo real”.

Lo cierto es que ese ingreso lateral, terrenal, a la ciencia ficción, desde Elche, desde las personas que miran al cielo, tuerce a “Espíritu sagrado” de un relato fantástico a una historia sobre hombres “absorbiendo como esponjas discursos conspiranoicos”, algo que muchos leyeron como una advertencia a los peligros detrás de las obsesiones conspirativas en tiempos antivacunas.

“No lo pensé así, pero la película decide cosas que yo no he decidido. Eso pasa siempre”, devuelve Chema. “Entiendo que puede ser vista así, pero no quise hacer una película de denuncia, la hice por motivos mucho menos importantes. El motivo no es una denuncia, sino que me apetece hacer un plano, de estas personas en unas pirámides, entonces, ¿qué película me puedo inventar alrededor para poder hacer ese plano? Son motivos así, mucho menos solemnes, pero las películas tienen su propia vida, y mucha gente la ha visto como una advertencia”.