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Policiales |OCURRIÓ EN LA PLATA

El día que frenaron la “Tercera Guerra Mundial” desde una mesa de La Modelo

Un entramado de intereses inconfesables se desplegó alrededor de un supuesto plan para matar al presidente norteamericano George Bush, durante su visita en 1990

El día que frenaron la “Tercera Guerra Mundial” desde una mesa de La Modelo

George Bush, padre

Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

21 de Febrero de 2021 | 04:37
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- “Quedeselá, como recuerdo de estos días”.

La lapicera tenía pinta de importante pero no dejaba de ser una birome común y corriente. El escudo dorado de la Embajada de Estados Unidos marcaba la diferencia, aunque por esos días de 1990 tranquilamente podrían haberla comprado en uno de esos “Todo por 2 Pesos” que empezaban a florecer y que eran el drenaje de los contenedores de chucherías que llegaban de Asia. El que la recibió dijo “tenkiu”, sin dar otra mínima muestra de gratitud y la dejó caer en el tarrito que oficiaba de lapicero.

Así fueron los últimos minutos de la visita a La Plata que cuatro agentes de la CIA hicieron en noviembre de 1990, en el marco de un asunto grave, cuyo filo atravesaría de medio a medio a la política criolla y mostraría buena parte de sus miserias. Y tendría en La Plata el escenario central.

- “En mi país a usted le hubiesen dado una medalla”, dijo el visitante en el último apretón de manos y antes de salir a la esquina de 5 y 54 donde lo esperaba un imponente Chrysler color azul noche, parecido al Imperial Crown que hizo famoso el Avispón Verde.

Apenas una pequeña dosis de sentido común alcanza para entender que si en 1990 la limusina del entonces presidente norteamericano George Bush hubiese sido alcanzada por un cohete anti tanque durante su trayecto del Hipódromo de Palermo a la Casa Rosada, las consecuencias hubiesen sido impredecibles. Con los autores del magnicidio identificados con al menos dos grupos de ultra izquierda con vinculaciones con la Nicaragua sandinista, con Cuba y la por entonces todavía Unión Soviética, eriza la piel el solo pensar en el vuelto que vendría.

“Era la Tercera Guerra Mundial, le puede parecer exagerado pero le aseguro que no. Si estos tipos mataban al presidente de Estados Unidos, se venía una guerra mundial”, insiste, a 30 años de aquel asunto de ribetes novelescos, por momento tragicómicos, uno de sus protagonistas.

EL CONTEXTO

Para saborear mejor la historia de “el día en que se frenó la Tercera Guerra Mundial desde una mesa de La Modelo”, acaso la más añosa cervecería platense, hay que asomarse a la cocina y ver sus ingredientes.

Un año antes, en enero de 1989 cuando todavía gobernaba el presidente constitucional Raúl Alfonsín, un comando del Movimiento Todos por la Patria (MTP), atacó el Regimiento de La Tablada con el dudoso argumento de querer evitar un golpe de Estado. Murieron 32 guerrilleros, nueve militares y dos policías, en tanto otros cuatro atacantes fueron reportados como “desaparecidos” y el Estado jamás dio más explicaciones. El líder del ataque no figuró entre los detenidos sino hasta algunos años después. Era Enrique Haroldo Gorriarán Merlo, fundador del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y de su brazo armado, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). En los meses siguientes a La Tablada, el gobierno argentino instruyó a sus fuerzas de seguridad para dar con posibles “células dormidas” que no hubiesen entrado en acción en esos días de enero y que podrían conservar armamento y explosivos en condiciones de ser utilizados. En los papeles, todas las fuerzas de seguridad del país, incluyendo a las policías provinciales, debían reunir información sobre el tema y tributarla al gobierno nacional. Para esa tarea, la Policía bonaerense creó un grupo especial que se dio en llamar Grupo Especial Operativo, GEO y que dependía de la por entonces DIPBA, la Dirección de Inteligencia de la Policía Bonaerense.

El organismo funcionaba en un edificio de 54 casi esquina 5 y que en el amanecer de la democracia sería denunciado como escenario de violaciones a los DDHH y tiempo después convertido en Museo de la Memoria. La DIPBA, sin embargo, mantendría vigencia hasta abril de 1998 cuando el entonces Ministro de Justicia y Seguridad de la Provincia León Arslanian ordenó su disolución por considerar que poco contribuía a la inteligencia para evitar el crimen organizado. En esos días de 1990 y con las antenas paradas por lo ocurrido en La Tablada, un reducido grupo de oficiales jóvenes encontraba en una casa de City Bell, vinculación con una posible célula dormida del MTP.

CORTARSE SOLOS, PATEAR EL TABLERO

Cuentan que cuando empezaron a tirar del hilo se toparon con la posibilidad de hacer un allanamiento en una vivienda de la localidad de Burzaco, en el partido de Almirante Brown y lo comunicaron “hacia arriba” de la pirámide que desde el gobierno nacional se había armado para reunir y evaluar información. Por razones que seguramente sigan escondidas en las entretelas de ese mundillo, el dato fue desechado. Los oficiales platenses se quedaron con la sangre en el ojo y cuanto más avanzaban en la pista Burzaco, más se convencían de que debían actuar.

Una tarde de principios de ese noviembre, previa a una tormenta que se anunció como “de verano” y terminó en un temporal de varios días, cinco miembros de ese grupo GEO se juntaron alrededor de una mesa en La Modelo. El reloj marcaba las 5, casi no había gente en el enorme salón. Enfrente, en la DIBA, se había cortado la luz y al volver parecía que había fundido el aire acondicionado de la única oficina que lo tenía. Por esa razón los espías decidieron cruzar y ocupar una mesa contra el ventanal que daba la calle 54 y desde donde tomaron una decisión que 30 años después hay quienes califican como “histórica”.

Era, cortarse solos y patear el tablero.

Pero para eso, para cortarse solos, se necesitaba la venía de un juez federal que se animara a desafiar las “recomendaciones” que habían bajado de la punta de la pirámide. Ese juez era Manuel Humberto Blanco que no estaba en el país pero que había dejado los asuntos de su juzgado en manos de su colega, Alberto Durán, un hombre al que le gustaban “la acción” y, sobre todo, desafiar al Poder. Así fue como el GEO obtuvo las órdenes de allanamiento para varias viviendas en City Bell, Quilmes y Burzaco.

LA CARTULINA BLANCA

Durante todas esas redadas detuvieron a una sola persona, que resultaría ser Carlos Monzón Novena, un ciudadano boliviano al que los servicios de inteligencia le atribuían ser líder de una “organización terrorista”, la Unión de Trabajadores Revolucionarios y los mismos servicios no dudaban en vincular al Ejército Revolucionario del Pueblo y al MTP de Gorriarán Merlo.

En la casa de Burzaco, según dejaron constancia en un detallado informe que incluyó fotografías de todo, hasta del detenido, se encontraron armas, proyectiles y dos cohetes anti tanques. Entre libros y folletos encontraron una cartulina blanca donde alguien había dibujado una especie de mapa donde supuestamente se describía el itinerario que el presidente Bush haría semanas más tarde tras bajar en Ezeiza, ir a un acto en el Hipódromo de Palermo y terminar en la Casa Rosada junto a quien por entonces se presentaba como “su amigo” el presidente Carlos Menem. Según ese supuesto plan, el cohetazo iban a pegárselo cuando saliera del Hipódromo y por lo visto confiaban en que el proyectil reventaría el blindaje de la limusina.

Cuando los Geos vieron las anti tanques en la casa de Burzaco, lo primero que se les vino a la mente fue la imagen del Mercedes Benz destrozado en el que exactamente una década antes, viajaba el dictador nicaragüense Anastasio “Tachito” Somoza. Tras el triunfo de la revolución sandinista, Somoza huyó del país sin pagar por sus crímenes y pocos años después sería asesinado a pocas cuadras de su residencia-asilo en el Paraguay por un comando liderado por un argentino: Enrique Haroldo Gorriarán Merlo.

Ante el hallazgo, hasta se llegó a fantasear con que las anti tanques secuestradas a Monzón Décima eran “de la misma marca. modelo y color” que la utilizada para matar a Somoza.

EL INFORME DEL ESCÁNDALO

A la detención de Monzón Décima, a quien también se le atribuirían los “nombres de guerra Tati y Rolo” y el secuestro de las armas, las anti tanques y el supuesto mapa por donde iba a transitar Bush en los primeros tramos de su anunciada visita a la Argentina, siguió un extenso informe, de varias llevaría el sello de “Confidencial-Reservado-Secreto”.

“Se ha secuestrado documentación relativa a una futura alianza operativa entre el Movimiento Todos por la Patria (los de La Tablada) y el UTR”, decía el confidencial, reservado y secreto informe en uno de sus párrafos salientes, pero antes de lo más sabroso que era el apartado “Apreciación de Inteligencia”.

Ahí se contaba: “El presente procedimiento y la detención de Monzón Novena, de nacionalidad boliviana, permite desarticular momentáneamente la conducción nacional de la UTR, obligando a revertir la planificación previa vinculada a la visita del presidente Bush”.

Al decir del juez que interpretó Mario Alarcón en El Secreto de sus Ojos, “espere, que ahora viene lo mejor”. Porque en el informe se agregaba: “La citada planificación contemplaba respecto de la visita del mandatario visitante (sic) la concreción de volanteadas en centros urbanos repudiando la presencia de Bush; pegatina de afiches, organización de actos en conjunto con otros grupos de ultraizquierda, actos relámpagos con estallidos de bombas molotov, colocación de artefactos explosivos en sedes diplomáticas y, de obtener alguna condición propicia de seguridad se estaba evaluando la planificación primaria de un atentado unipersonal”.

NADIE SABíA NADA

El informe se filtró y el jueves 29 de noviembre de 1990 el presidente Carlos Menem saltó de la cama, enfurecido por haber tenido que enterarse por un diario algo sobre lo que tendrían que haberle informado muchísimo tiempo antes. Y cuentan que lo primero que hizo fue llamar al gobernador de Buenos Aires, que era Antonio Cafiero. Más allá de las formalidades, seguían siendo adversarios tras la interna presidencial del ´88 y acaso representantes de dos diferentes concepciones de política y de país. Y cuentan que Cafiero estaba igual que Menem: se enteraba del asunto por el diario.

A pocos días de la visita del presidente norteamericano, en las alturas del Poder que ya por entonces hablaba de “relaciones carnales”, el desbaratado plan para matar a Bush era visto como una afrenta, una tomada de pelo, una mojada de oreja de “la Provincia a la Nación”.

A partir de ahí se puso en marcha una, por momentos desopilante, operación con movimientos de lado a lado. En la Casa Rosada hablaban de “imprudente sobrevaloración” de los hechos, dando a entender que la detención de Monzón Décima, el secuestro de las granadas anti tanques y la cartulina con el supuesto mapa no era como para alamar al Departamento de Estado norteamericano, como a esa altura ya lo habían hecho. Tanto, que el embajador ya había avisado que la visita capaz que era mejor dejarla para más adelante.

LA CULPA ES DEL CARTERO

Mareado por las roscas y contrarroscas de la política y sus intereses, el caso anduvo de aquí para allá. Y en esa novela que siguió hubo pasajes desopilantes como cuando el entonces de jefe de la Policía bonaerense, Osvaldo Somohano, diría en una tensa conferencia de prensa que “tenía dudas” sobre la autenticidad de las fotos de las armas, las granadas anti tanque y del supuesto terrorista detenido que integraban el informe producido por, en teoría, los hombres bajo su mando. Alguien le preguntó si consideraba que al periodismo le podría resultar fácil conseguir un cohete anti tanque para montar una escena y el hombre, sin ponerse colorado, dijo “ah, yo no sé”.

A esta altura, el gobierno nacional hacía, a través de quien estaba al frente del ministerio de Interior en ese momento aunque asumiría días después, Mera Figueroa, anuncios onda “hasta las últimas consecuencias”, donde se dejaba en claro que el mayor interés pasaba por saber cómo se había filtrado la información. Si el detenido tenía cómplices armados hasta los dientes esperando alguna señal para actuar o no, ese era otro tema. Parecía que la cuestión central era mostrar que la visita de Bush podía hacerse sin peligro alguno.

El escándalo del “plan para matar a Bush” se enfrió y la esperada visita finalmente se hizo. Pero antes, el gobierno norteamericano se ocupó personalmente de revisar el asunto y cuatro agentes de la CIA visitaron a los oficiales de 5 y 54, antes de que los trasladaran a todos con destinos nuevos como forma de castigos. Por caso, antes de su disolución el grupo dejó de funcionar enfrente de La Modelo y fueron a parar a los fondos de una parrilla y un lavadero de autos por la calle 25, en La Loma. Uno de sus integrantes, que tenía un notable parecido con “el señor Spock”, de Viaje a las Estrellas, fue años después asignado a la investigación del Caso Cabezas. Y cuentan que ahí también hubo cortocircuitos porque se asegura que el hombre habría planteado dudas sobre la segunda bala supuestamente extraída del cuerpo del fotógrafo. Y que esa duda motivó un análisis de ADN que resultó en que el proyectil estaba impregnado con material genético de un chancho y no de un ser humano. Una de las “picardías” de otra investigación rumbosa que mantuvo a la Argentina con los pelos de punta.

“En mi país le hubiesen dado una medalla”, repitió el tipo de la CIA antes de subirse al Chrysler Imperial Crown como el que usaba el Avispón Verde.

Los que tomaban cerveza en las mesas de la vereda se dieron vuelta para verlo mejor. Era digno de ver.

 

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El caso tuvo repercusión mundial y generó mucho ruido en la política criolla / Archivo

La portada de El Dia con la noticia sobre la visita de Bush / Archivo

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