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La Ciudad |De albañiles a empresarios

Juan Carlos Anacleto: un camino de sacrificios, compromiso con las instituciones y vocación solidaria

La historia de inmigrantes que, a fuerza de trabajo y a pulmón, están al frente de un negocio familiar platense que es sinónimo de progreso. Una vida a la par de entidades de la Región y marcada por la ayuda comunitaria

Juan Carlos Anacleto: un camino de sacrificios, compromiso con las instituciones y vocación solidaria

Juan Carlos Anacleto recibió a EL DIA y contó anécdotas de su vida / Sebastián casali

Leonardo Ale
Leonardo Ale

4 de Diciembre de 2022 | 04:25
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“Cuando éramos chicos vivíamos en una casa humilde de chapa, madera y con un baño precario”. Quizás es una frase común para cualquier persona de orígenes humildes, pero para Juan Carlos Anacleto significa mucho, mientras mira los cerámicos y la grifería del salón de ventas de la empresa que lleva su apellido.

Remarcando el esfuerzo, la dedicación y la conducta del trabajo, Anacleto traza las líneas para explicar cómo desde una familia de inmigrantes de orígenes muy humildes supieron progresar y se pusieron al frente de distintos comercios.

Sin olvidar esas épocas complicadas, encontraron en la vocación solidaria y en la ayuda constante a diversas entidades una manera de retribuirle a La Plata algo de lo que la Ciudad que cobijó a cuatro generaciones les brindó tanto en lo laboral como en lo educativo.

Desde sus primeras changas a convertirse en empresarios, transcurrieron el crecimiento y la transformación de la Ciudad, involucrados de lleno en distintas instituciones y hasta siendo dirigentes en el club Gimnasia y Esgrima.

Una historia de amor llevó a uno de ellos a calzarse el cuenta ganado, criar hacienda, sembrar trigo y hasta subirse al tractor en un campo del interior bonaerense.

AL FILO DE LA TRAGEDIA DEL “TITANIC DE SUDAMÉRICA”

En 1927, José Anacleto -padre de Juan Carlos- llegó con solo 18 años al país en uno de los tantos barcos que desde Italia venían repletos de inmigrantes. Sus padres se quedaron en Longobardi -en la provincia de Cosenza-, el pequeño pueblo de montaña a orillas del mar Tirreno en el sur de ese país europeo.

A José -cuenta su hijo Juan Carlos- le dieron para elegir si venir en el SS Principessa Mafalda, que se lo conocía como el Titanic de Sudamérica, pero finalmente eligió el buque Taormina.

Ocho días después de que Anacleto llegó al puerto de Buenos Aires, el Mafalda naufragó en costas brasileñas, en una de las tragedias más grandes del Atlántico en la que murieron más de 300 personas.

LAS PRIMERAS VEREDAS DE LA CIUDAD

Al igual que la mayoría de aquellos inmigrantes que vinieron con lo puesto a hacer lo que sea para sobrevivir, José arrancó como peón de quintas, fue boyero en un campo de Magdalena, llegó a trabajar en el Frigorífico Swift de Berisso y aprendió el oficio de albañil.

Hacia fines de la década del ‘30, trabajó en una empresa del rubro llamada Hermes Isabella y su iniciativa por progresar lo llevó a trabajar por su cuenta.

“Rattín nos quería hacer ir Capital. Le dije que si iba a dirigir Gimnasia la reunión se hacía en La Plata”

Juan Carlos Anacleto

Con una Ciudad en auge, José Anacleto supo “leer” por dónde venía la mano en su rubro y cómo triunfar arrancando de cero.

“Como no tenía herramientas grandes, empezó haciendo veredas ya que no necesitaba más que un pico, una pala, un balde y el tablón. Recorría la Ciudad en bicicleta mirando dónde faltaban en ese entonces hacer veredas y ofrecía su trabajo. A su vez para “publicitarse” dejaba papelitos en cada casa que le faltaba vereda anotando el número de teléfono de la estación de servicios de 122 y 60, donde antes de volver a casa pasaba a preguntar si habían llamado por él. Un esfuerzo descomunal”, recuerda su hijo.

ORO EN POLVO

José Anacleto conocía desde Italia a Clara Miceli y tuvieron en La Plata tres hijos: José Buenaventura, Juan Carlos y Ángela. Como pudieron, fueron avanzando en la construcción de una casa sobre un terreno ubicado en la avenida 122 del lado del barrio El Dique de Ensenada y ese lugar fue el cimiento de una obra que creció a lugares que ellos nunca imaginaron.

De los tres hermanos, Juan Carlos nació en 1936 y desde niño se crió entre cal, cemento y el polvillo de los ladrillos de ese corralón de materiales que la familia inició en el límite de La Plata y Ensenada.

El del medio de los hermanos recuerda que “la primaria la hice en la escuela de Diagonal 80 y 2 (todavía no era la Escuela Técnica Nº 37) , y la secundaria la pude hacer en el Industrial Albert Thomas. En el último año iba en el turno nocturno porque durante el día trabajaba en el corralón y ya en el último año andaba arriba del camión en los repartos. En el Industrial terminé con el título de Maestro Mayor de Obras”.

La cultura del trabajo y el esfuerzo era algo que en la familia no se negociaba. “Yo iba a quinto grado y cuando llegaba mi papá me ponía a enderezar clavos torcidos para que sean reutilizados. No me gustaba, era muy chico, pero sino tenía que ponerme a regar la quinta o puntear la tierra”.

Juan Carlos tiene grabado en su mente ese momento como el primer gran clic que da la familia en el comercio. “Era en 1951 y mi viejo ya no quería hacer tanta fuerza pesada, tuvo una idea excelente y se compró un camión con caja volcadora. Era un Internacional modelo ‘40. En cierta manera era cumplir un pequeño sueño y al mismo tiempo estar preparados para la época que se venía”.

Pero no fue solo eso. Al mismo tiempo y haciendo un “estudio de mercado” incorporaron una máquina mezcladora que reconvirtieron para moler ladrillos, hacer el polvo y salir a venderlo.

En ese entonces, el polvo de ladrillo era un material esencial para formar la mezcla. “Con ese camión salíamos a repartir el polvo y el cemento listo en distintas obras. Fuimos unos adelantados. A su vez fabricamos una especie de noria con tolva para que los camiones carguen directamente. En esos detalles, la visión que tenía mi viejo fue brillante”, recuerda Juan Carlos.

Pero no todo era de arriba. Para conseguir la materia prima se las rebuscaban juntando los escombros que se tiraban de las obras o iban a las fábricas de Los Hornos a buscar los ladrillos rotos o de descarte.

Posteriormente también llegaron a producir sus propios ladrillos. Ante la escasez que había por la demanda, alquilaron tierras en Ruta 36 a la altura del Camino a Costa Sud y allí pusieron su horno.

En otra etapa de su vida y más acá en el tiempo, también estuvieron asociados (junto a sus hermanos) durante una década a Ctibor, la fábrica de ladrillos huecos instalada en el Parque Industrial de La Plata.

UN LEGADO DE CUATRO GENERACIONES

El rubro de la construcción seguía en alza, la demanda crecía a grandes pasos pero los años de rigor al ritmo de la pala, el balde, la cuchara de albañil y luego la carga del corralón ya pesaban en el cuerpo y había que volver a reconvertirse.

Y metieron un giro que les cambió la vida. Dejaron atrás el corralón, el camión y el polvo de ladrillo para embarcarse en la compra de un comercio de sanitarios ubicado en 44. En pocos años lo transformaron en lo que hoy se conoce.

A esa primera sociedad familiar que se originó con José Anacleto y sus tres hijos, se fueron sumando con el correr de los años algunos hijos, sobrinos y nietos de Juan Carlos.

DESEMBARCO EN INSTITUCIONES Y COMIDAS CON FORTABAT

Ya con varios años en el rubro, aunque aún sin ser de “los grandes” comercios de la Región, a mediados de los ‘60, la Asociación de Comerciantes e Industriales en Materiales de Construcción (Acimco) convocó a Juan Carlos para sumarse a la institución.

En aquel entonces Anacleto recuerda que en la comisión ya estaban otros empresarios que pisaban fuerte en la Ciudad como los hermanos Guanzetti, Masi, Bellone, Di Domenicantonio, Anselmino -entre otros- y luego se fueron sumando los Fanelli, Bomparte, Botero.

“Empecé en cargos de abajo pero ya en los primeros años me escucharon y sobre todo me respetaban. Hacían una fiesta de fin de año en la que había muchos invitados de cortesía y la institución perdía plata. Entonces les propuse de que si venían de la Municipalidad, invitemos al intendente y que los de abajo que paguen. Y así con el resto de los funcionarios de la administración pública provincial. Corregimos ese déficit, empezamos a ganar plata y hasta sorteábamos un auto”.

Si bien en ACIMCO Anacleto estuvo durante diez años como presidente, al mismo tiempo también estaba en la Cámara de Comercio y en el Rotary Club. Entre las anécdotas, recuerda las cenas con Alfredo Fortabat, el fundador de la compañía cementera Loma Negra.

El edificio de cinco pisos que la Asociación construyó en el centro platense lo hicieron, en gran parte, con donaciones. “Le pedí a Fortabat mil bolsas de cemento y me las mandó”, recuerda aún con asombro.

A Ferrum le “manguearon” los artefactos de baño, las areneras -a través de Guanzetti- pusieron la arena y los corralones de la Región donaron los hierros.

EL OJO DEL AMO ENGORDA EL GANADO

El viejo refrán que afirma que el propietario de un bien o un negocio debe estar muy pendiente de él si quiere que funcione bien le calza perfecto a los Anacleto. Entre las diversas actividades que hasta hoy realiza el empresario platense está la de sembrar cereal y criar vacas. Lo hace desde hace más de 40 años en un campo en Carhué, la localidad ubicada en el sudoeste del interior bonaerense.

“Tengo un encargado pero manejo todo yo. Cuando se vende la cosecha, cuando sacamos una jaula con hacienda, todo”, dice señalando el celular mientras recibe un mensaje desde esos pagos, donde le informan en tiempo real los milímetros de agua que cayeron con la última lluvia y que traen un respiro en medio de la intensa sequía.

El vínculo con el agro surge casi por obligación familiar. Junto a su amigo Luis Prates, otro representante de la construcción en la Ciudad, “conocimos a dos chicas de Carhué que estudiaban en La Plata”.

Los ojos de Juan Carlos le apuntaron a Carmen y el flechazo fue mutuo. La relación marchó como viento en popa y tras seis meses de noviazgo se casaron un 26 de marzo de 1966 en la Iglesia del Sagrado Corazón. Hace 56 años que están juntos.

Posteriormente vinieron los cuatro hijos (Carlos -contador-, Eduardo -ingeniero civil-, Juan José- arquitecto- y Betina -arquitecta-) y once nietos. De una u otra manera todos los hijos y hasta alguno de los nietos en la actualidad son parte de la empresa familiar.

GIMNASIA: DEL PRIMER RIEGO AUTOMÁTICO A LA CHARLA CON RATTíN

Su pasión por el Lobo y el “codearse” con los referentes de la Ciudad lo llevaron a un desafío: ser dirigente. Fue el vicepresidente de Oscar Venturino desde 1976 en Gimnasia, al mismo tiempo ocupó el cargo en la comisión de estadios y hay una medalla que luce con orgullo: aquel riesgo por aspersión en el estadio Juan Carmelo Zerillo.

“Fuimos unos adelantados, le vendíamos el polvo de ladrillo a los corralones”

“Conseguimos todo donado y al club no le salió un peso. Fue de los primeros campos de juego del país que tuvo ese tipo de sistema subterráneo y automático. Era una novedad para ese entonces. Conseguimos los caños, Coco Sánchez se ocupó de las bombas y lo hicimos”, señala.

En el club también supo estar al frente del fútbol profesional. Y una de las anécdotas está asociada a Antonio Ubaldo Rattín. “Vino como entrenador de Gimnasia en 1977. Por su trayectoria, sobre todo en Boca Juniors, era una figura de renombre. Conseguí el teléfono, lo llamé y le propusimos una reunión. Nos dijo que fuéramos a Capital Federal. La contrapropuesta vino de mi parte de inmediato: ‘No, si usted está interesado en dirigir Gimnasia, venga a La Plata’. Y así fue”.

VOCACIÓN SOLIDARIA

Sin olvidarse de sus orígenes humildes y aquellos tiempos complejos, tanto a Juan Carlos como a su esposa hay algo que los identifica y es el espíritu solidario, según hacen notar.

Además de colaborar con diferentes instituciones de la Región como el Hospital Español, participan en la actualidad de manera activa en la Fundación Florencio Pérez.

En 2016, cuando cumplió 80 años y al mismo tiempo celebró las Bodas de Oro de casados, Carmen y Juan Carlos decidieran organizar una gran fiesta.

Pero decidieron hacer algo distinto: les dijeron a sus invitados que, en lugar de llevar los típicos regalos, hicieran donaciones al Hospital de Niños.

Abrieron una cuenta en el Banco Nación y redactaron las invitaciones con el siguiente texto: “Si la intención de ustedes es hacerme un regalo, este año les voy a pedir que no me compren nada. En cambio, me voy a sentir muy agradecido si depositan el dinero que pensaban destinar a esa compra en una cuenta que abrí especialmente para donar lo recaudado al Hospital de Niños de La Plata”.

Y la propuesta solidaria superó con creces sus expectativas: “Todos los invitados se nos acercaban para decirnos que había sido una excelente idea y se ve que fue así, porque en la cuenta que abrimos para el hospital se reunieron 100 mil pesos de ese entonces, que era un montón de dinero”, recordó.

 

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