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El ministro provincial Andrés “Cuervo” Larroque es uno de los tres dirigentes más importantes de La Campora, falange cristinista dentro del oficialismo. Ayer le dio una suerte de ultimatum a Alberto Fernández y pareció iniciar lo que en el mundillo político bautizaron como “operativo clamor”: que Cristina se haga cargo y cambie el rumbo económico; que es lo que ese sector le pide al Presidente hace tiempo.
¿Que busca el cristinismo? De las palabras de Larroque se desprende que ese sector tiene un diagnóstico: hay una amplia franja de la sociedad descontenta con la cuestión económica en particular y con el gobierno de Fernández, en general. Una administración de la que Cristina intenta despegarse en cada aparición pública que realiza, a pesar de que es su creadora. La Vicepresidenta avisa que ella sabe lo que está mal, pero también deja en evidencia que su designado se empecina en no enmendar esos errores.
Así, increíblemente, el kirchnerismo aparece como intentando adueñarse del descontento social que genera la alianza gobernante que todavía integra. Como si fuera Javier Milei volcada a la izquierda, la Vice procura capitalizar no el enojo de mucha gente contra la “casta política”, porque en definitiva ella la integra, sino contra las consecuencias de la supuesta rendición de Fernández ante los “poderosos”. Que, en esa lógica que huele a setentismo, vendrían a ser los medios “hegemónicos”, las grandes empresas, el Fondo Monetario Internacional, el campo -siempre entendido como sinónimo de oligarquía- y los países que no respaldan a autocracias, dictaduras o totalitarismos.
La diferencia con Milei, más allá de que éste se ubica en el otro extremo del arco ideológico, es que el cristinismo supuestamente reivindica a la política como canal para llegar a los problemas de la gente y procurar solucionarlos, mientras que el libertario asegura que a los problemas los genera la propia politica.
Cristina asegura que no quiere romper la alianza conocida como Frente de Todos. Pero sus actos y el de sus acólitos sugieren que tal vez quieran apurar ciertos tiempos. Una osadía. Pero en ámbitos oficialistas, en rigor, se analiza que el presidente Fernández prácticamente se ha quedado sin aliados.
La Liga de gobernadores peronistas avisó en un reciente documento que armará un programa anti inflacionario para presentárselo al Presidente. Quien debería tener una concepción más federal de la gestión, sugirieron. La vice acaba de decir que los mandatarios deberían manejar los planes sociales, una forma de empoderarlos o ¿de cooptarlos?
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Los intendentes del Conurbano, que manejan un termómetro social sensible en el territorio y que alguna vez soñaron con crear el “albertismo”, casi que han blanqueado un vuelco hacia Cristina: se reúnen con ella, le sugieren ideas y hasta los ministros que los representan a ellos en el gabinete nacional visitan más el Senado -siempre guardando la reserva- que la Casa Rosada.
La CGT, que aparecía como un soporte de poder para sostener al Presidente, casi le niega el acto que se realizará hoy en homenaje a Juan Domingo Perón. No querían que fuese leído como un acto albertista. Porque, se sabe, los sindicalistas de matriz peronista siempre acompañan en las buenas al que evalúan como Jefe, pero la percepción de esa jefatura para ellos va variando cuando empiezan a entrarle las balas al protagonista. Los gremios saben, porque asií lo perciben desde las bases, que tienen poco margen para bancar al gobierno en este contexto de descontrol económico, inflación y dólar en ascenso.
Por ahora, Alberto sí tiene el apoyo incondicional de los movimientos sociales aliados, como el Evita. Que integra el Gobierno y desde allí administra un gran número de planes de asistencia, que es justamente lo que Cristina dice que ya no debería suceder más porque el Estado tendría que asumir el monopolio del reparto.
La apuesta presidencial por Martín Guzmán en Economía, y su muñeca para domar la inflación, hacer aunque sea un simulacro de baja del gasto público y respetar el acuerdo con el FMI, asoma como el gran gesto de autoridad en su espacio que aún puede mostrar Fernández. Pero está atado a resultados contables que, en verdad, hoy por hoy nadie puede garantizar.
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