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Rodr{iguez Larreta visitó anoche a los policías porteños heridos el sábado en el avance K/Twitter
Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com
Habrá que reconocerle a Cristina Kirchner la capacidad no sólo de influir determinantemente en la vida del peronismo sino en las miserias de la oposición. En especial en el PRO, socio vital de Juntos por el Cambio que gobierna la capital federal, uno de los territorios más antikirchneristas del país. La saga de los acólitos de la vicepresidenta del fin de semana último en torno a su domicilio porteño, con pretensiones épicas que buscaron parangón en fechas fundacionales del justicialismo, funcionó como un combustible para ratificar su propia centralidad política pero también para incendiar la vida interna del macrismo.
Es el insumo que Cristina viene usando desde la campaña electoral del 2019: polarizar con los amarillos y no tanto con el radicalismo, que es otra pata fundadora de Juntos. Lo mismo pero al revés, en este caso desde 2015, ha hecho siempre el macrismo duro: ser el némesis de la actual vice. Un ejercicio que Mauricio Macri siempre ha disfrutado especialmente y que ahora, jugueteando a la indefinición sobre sus aspiraciones presidenciales, busca reflotar. Le ha dado resultado en el pasado. Está por verse si será efectivo en el futuro inmediato.
El incidente de las vallas del fin de semana en Recoleta, dispuestas por el gobierno porteño y que sirvieron de excusa para la movilización cristinista, mostraron a Horacio Rodríguez Larreta en una actitud de cierta osadía inicial: justamente poner las barreras para controlar el espacio público. Endurecerse, digamos. Un gesto no habitual para un hombre que ha construído una carrera política ligada al concepto de que su figura encarna la búsqueda de consensos.
Pero esa dureza terminó dejándolo, a la postre, en una situación de incomodidad. Porque, luego de la represión de la Policía local que siguió al intento de voltear las vallas, tuvo que negociar con la vicepresidenta la desconcentración de la zona de “la nueva Meca k” (Andrés Larroque dixit). Entregando, así, una pequeña victoria a los cristinistas que buscaban la épica de la resistencia y un argumento para que sus rivales internos pudieran jugar desde ese momento con la idea de que el alcalde es demasiado tibio para los tiempos hostiles que parecen aproximarse.
Un gesto no habitual para quien ha construído una carrera política ligada al consenso
Patricia Bullrich, su adversaria en la carrera por la pre candidatura presidencial del PRO, que tiene una cierta picardía innata tal vez por la formación peronista setentista, enseguida intuyó que esa zona gris en la que cayó Larreta podría ayudarla en su propia estrategia. “Queda como que a Juntos por el Cambio siempre le toman la calle”, fue su análisis de lo ocurrido. Como si fuera una exégeta de la opinión pública.
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Bullrich, de las duras del PRO, se siente más que cómoda en lo relativo al manejo de la seguridad, tal vez su activo más importante. Ese por el que más de un capitoste de su espacio la imagina como una excelente candidata a la gobernación de la provincia de Buenos Aires, donde esa problemática encabeza cualquier encuesta, y no tanto a la presidencia de la Nación. Rumores.
Pero sobre todo Bullrich le habló al núcleo duro del PRO. Que, como la contraparte kirchnerista que sigue la misma lógica, es talibán de la grieta, de la polarización. Ese sector que, en estas horas de pelea por la calle en un barrio más que exclusivo de la Capital Federal, aplaude la vuelta a la pureza identitaria del espacio, que propone abiertamente Macri.
Negociar con Cristina es ir en contra de esa idea-fuerza. Por eso se escuchó en fuentes del macrismo duro que con su “ida y vuelta”, con su poner y sacar vallas, Rodríguez Larreta le terminó regalando a la vice lo que ella buscaba: la idea del clamor popular en la calle, del pueblo -en rigor, un par de miles de leales- pidiendo por la lideresa victimizada. Aún cuando está acusada de encabezar una asociación ilícita para defraudar al Estado que ella misma gobernaba, algo que para el kirchnerismo duro es una “mentira sin pruebas” y que actúa como nuevo motor del fanatismo.
“Con sus críticas, Bullrich y los duros son funcionales al kirchnerismo”, es la respuestas de los larretistas que, por cierto, también necesitan la lealtad del núcleo duro amarillo a la hora de pensar en serio la postulación presidencial de su jefe. Más allá de las promesas respecto a que no permitirá que se corte la circulación en la esquina de Juncal y Uruguay, de ahora en más Rodríguez Larreta deberá lidiar con la administración de una tensión inevitable: si prohibe las manifestaciones bajo la ventana de Cristina, ésta será con los peronistas; si la permite, será con los vecinos de la CABA, su clientela electoral en el pago chico.
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