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Política y Economía |En la Casa Rosada

Los 1.000 días de Alberto Fernández

El Presidente reivindicó sus logros desde el inicio de gestión hasta hoy. Pero lo encuentra con una muy alta imagen negativa

Los 1.000 días de Alberto Fernández

El presidente Alberto F. ayer en una inauguración santiagueña/télam

Mariano Pérez de Eulate

Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com

15 de Septiembre de 2022 | 03:45
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Hace algunas horas, Alberto Fernández acaba de cumplir 1.000 días como Presidente, desde aquel 10 de diciembre de 2019 cuando le transfirieron la banda y el bastón de mando. Lo conmemoró con un video en las redes sociales, con un tono de campaña electoral, reivindicativo de sus logros de gobierno. Eslóganes referidos a “lo hecho”. Que en varios casos son entelequias, como cuando se nombra el gasoducto Néstor Kirchner -aún en estado nonato- o la afirmación de que se recuperaron los salarios que en verdad, para la mayoría de los mortales argentinos, vienen perdiendo la pelea contra la inflación descontrolada. Un ítem que no estuvo en el spot.

De visita en Santiago del Estero, ayer Fernández aprovechó para ampliar el mensaje del videíto. “Fueron días muy traumáticos”, dijo, en referencia a lo que transitó hasta ahora. Y aseveró que necesitó “no ser débil de carácter” y “tener “coraje” para gobernar. Es curioso porque eso mismo, pero en el sentido de que no los tuvo, le achacan sus detractores cuando anotan los motivos de una obvia postal que se ve al cabo de estos mil días en la Casa Rosada: la licuación del poder presidencial. En manos del cristinismo duro, primero, y posteriormente por el arribo de Sergio Massa a Economía debido a la extrema debilidad del gobierno. Al punto que una corrida cambiaria puso al jefe de Estado al borde del knock-out en julio pasado.

Balance

En el balance albertista, el de estas horas y los anteriores, siempre pero siempre serán responsables de que no estemos como deberíamos estar la herencia del macrismo (“Fueron cuatro años desperdiciados”, dijo ayer), la pandemia del Covid y la guerra en Ucrania luego de la invasión rusa.

Es muy de Fernández, pero no sólo de él porque también suelen hacerlo opositores, ese notable ejercicio de tirar números, cifras, datos que son positivos, en alza, plausibles como parámetros de la gestión propia. En muchos casos, sino en la mayoría, la rigurosidad estadística -oficial y privada- suele actuar solita como refutadora de esas leyendas.

Alberto transita el otoño de su gobierno. El peronismo ya comprobó, amargamente, que su llegada a la Rosada fue una obra maestra electoral de Cristina Kirchner pero que se evidenció decepcionante para los propios cuando le tocó la gestión de lo público. Debe haber existido un momento en que el Presidente, con historia de lobbista eficaz para otros, se sintió dueño del poder real; pero allí estaba la vice para marcarle lo contrario.

Una frase de Cristina asoma como hito de la gestión de Fernández: “Los funcionarios que no funcionan”. Que fue fulminante para terminar con esa lógica inicial en el gabinete de lotear ministerios, áreas sensibles y cajas deseables entre los socios del Frente de Todos: un poco para el albertismo, otro para el cristi-camporismo, algo para el massismo.

Unos 15 funcionarios de primera linea tuvo que cambiar Alberto desde que arrancó. Algunos, amigos. El avance para ocupar casilleros siempre fue beneficioso para la vice y sus incondicionales hasta el desembarco de Massa, la última carta para dar la pelea económica bajo las reglas acordadas con el Fondo Monetario Internacional. Es el gran sapo que se tragó el kirchnerismo, que intramuros le factura al Presidente no haber manejado bien las cosas antes como para evitar esa incomodidad.

En pandemia

Parece la prehistoria cuando Alberto registraba niveles de adhesión popular de más del 70%. Fue en el inicio de la pandemia, lo que es igual a decir que era el principio de su gestión. Era la época en que el Presidente hacía honor a su fama de moderado y conciliador trabajando codo a codo con un rival directo, Horacio Rodríguez Larreta. Convengamos que la pandemia fue inesperada y le hubiera movido los cimientos a cualquier gobierno. El problema para Fernández es que, al cabo de más de dos años y medio, el balance de “lo hecho” en su mandato es menor que la columna del “debe”, de acuerdo a las encuestas que se conocen. En ese tiempo, además, Alberto se fue radicalizando.

El mamarracho de la opción por la vacuna Sputnik, el affaire del vacunatorio vip, los efectos en la economía real del prolongado cierre, la fiesta de Olivos en plena cuarentena golpearon la credibilidad de un Presidente que llegó a conducir el Estado porque había logrado la confianza de muchos votantes moderados, no peronistas y de afuera del núcleo duro de Juntos por el Cambio que estaban enojados con el desastre final del gobierno de Mauricio Macri. El triunfo opositor en las elecciones legislativas del año pasado reflejó la primera licuación del apoyo popular al Gobierno.

El tema económico es hoy la espada de Damocles. Mejorar eso el gran desafío para lo que resta de gestión. El camino para mejorar la consideración. La inflación (7% en agosto), los cepos al dólar, las reservas menguadas, las restricciones a las importaciones de insumos esenciales para la producción, entre otras cosas, han opacado ciertos aciertos como el cierre con los tenedores privados de bonos y el trabajo para evitar el default en general y algunas decisiones vinculadas a derechos de minorías. A todo esto, Alberto fue otra vez padre mientras habita la Casa Rosada. Seguramente, para él ese es el dato personal más dichoso de estos mil días.

 

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