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Cristina y la reformulación de la épica para potenciar su figura hacia el futuro

Cristina y la reformulación de la épica para potenciar su figura hacia el futuro

Cristina Kirchner en una de sus llegadas a su casa / Télam

Mariano Pérez de Eulate

Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com

8 de Septiembre de 2022 | 02:54
Edición impresa

La épica es un género narrativo en el que se presentan hechos legendarios o ficticios, relativos a las hazañas de uno o más héroes ficcionales y a las luchas reales o imaginarias en las que éstos han participado.

Cristina Kirchner es una experta en construir épicas. Lo ha demostrado sobradamente y se ha perfeccionado en eso desde la muerte de su marido, hace ya casi 12 años, que era el encargado original de insuflarle ese insumo al kirchnerismo. La vice es de esos políticos y políticas que tienen especial habilidad para marcar datos, darlos vuelta, redefinirlos y, llegado el caso, convertirlos en verdades que nutrirán el relato épico. Tiene, además, un auditorio cautivo que lo consume como verdad incuestionable.

El gravísimo intento de asesinato contra su vida -con esa carátula lo investiga la Justicia- incrementó aún más su peso como líder del oficialismo gobernante y le dio un motivo de movilización a los propios en las calles, una causa que es incómoda de condenar desde la otra vereda: el repudio al casi magnicidio y, justamente, la épica de la defensa de la democracia.

La centralidad potenciada de Cristina interpela al peronismo todo. Está claro que su sector, decepcionado y enojado con Alberto Fernández, procurará impulsarla al 2023. Sino a la Presidencia, como senadora por Buenos Aires y gran decisora final sobre el armado del binomio presidencial que compita, acaso con alguien propio o bendecido por ella a la cabeza del mismo. ¿Wado de Pedro? ¿Sergio Massa? Hay tiempo. La estrategia inmediata pasará por mantener viva la llama de su liderazgo y la captación de más voluntades reales entre la dirigencia del PJ del interior porque, hasta ahora, la provincia de Buenos Aires era como una suerte de corralito a su respaldo popular.

LA ERA MASSA

Desde que Massa se hizo cargo del ministerio de Economía para profundizar un ajuste que había dibujado el renunciado Martín Guzmán, la vicepresidenta había comenzado a construir un relato épico. Una suerte de “épica de la resistencia”, que es aquella narrativa que se presume legendaria. El marco donde se configuraba eso, donde debía darse la batalla, era la causa Vialidad, en la que la fiscalía pidió 12 años de prisión para ella y su inhabilitación para ejercer cargos públicos.

Según esa lógica, la acusación es mentira, con pruebas inventadas, con fiscales-enemigos que responden a la oposición y que no persiguen justicia sino venganza política. Un monstruo al que había que enfrentar. La amenaza inicial “si la tocan a Cristina qué quilombo se va a armar” había virado a “no podemos permitir que la condenen”. Fue el senador José Mayans, ya posteriormente al ataque, el más descarnado cuando avisó que para tener paz social hay que parar el juicio.

 

Y ya nada volvió a ser igual. Cristina ya no fue la víctima de un relato discutible, parcializado

 

Esa estrategia de búsqueda de la veta épica pretendió -¿pretende aún?- construirse también a partir de la elección del enemigo. En este caso Horacio Rodríguez Larreta y a partir del vallado provocador en la zona de la casa vicepresidencial. Cristina llegó a decir: “Hay que repensar la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires. La Constitución no habla de autonomía”. Falacia. Lo dice el artículo 129 de la Carta Magna y lo ratifican la mayoría de los constitucionalistas que se consulten. ¿La vice ignora esto? Para nada; ella estuvo entre los que reformaron el texto ahora vigente. En todo caso, parecíó más una pirueta dialéctica contra el enemigo deseado.

Máximo Kirchner también buscó esculpir la épica oficialista. Fue el jueves 1º de septiembre. “En Juntos por el Cambio están viendo quién mata al primer peronista”, dijo a una radio amiga. A la noche de ese día, Fernando Sabag Montiel gatilló dos veces sobre la cara de su madre en Juncal y Uruguay. Y ya nada volvió a ser igual. Cristina ya no fue la víctima de un relato discutible, parcializado, conocido como “lawfare”. Ahora era una víctima real de algo que nadie en su sano juicio puede no rechazar, que despertó muestras de amor genuino de muchísimos seguidores incondicionales y solidaridad de la oposición.

Y terminó de formatear, además, el leit motiv de los “discursos del odio”, esa crispación social que supuestamente generan las críticas opositoras y de la prensa no oficialista. Que fue tan exprimido por los voceros oficiales y oficiosos que terminó desgastándose a la brevedad y acentuando más la profundidad de la grieta. Gobernadores, intendentes y dirigentes justicialistas compararon el libreto de la hipótesis de la tarea odiadora del otro. Aparentemente, ayer desde el Gobierno salieron a pisar un poco el freno en este aspecto.

DE ESO NO SE HABLA

El hábil uso de la épica hasta ahora ha servido para que las principales voces del Gobierno no digan ni una palabra del obligado ajuste de la economía que está realizando Massa en acuerdo con el FMI. Puntualmente, el kirchnerismo no se explayó ni a favor ni en contra en un tema que se sabe que le es agrio. Sólo Máximo dijo que Massa está arreglando el “desastre” que hizo Guzmán, quien salió eyectado por proponer un achique mucho menor al que aplica el de Tigre.

Un tijeretazo que ya significó, si los números son reales, un recorte por unos 130 mil millones de pesos en el sector público que ha generado varios conflictos (aunque dejó a salvo ciertas cajas estratégicas) y un aumento formidable de las tarifas de los servicios por la quita de subsidios, seguramente necesaria para pagar el real precio de la energía, pero que va en contra de lo que hasta hoy se conocía del credo oficialista. No se habla de la economía real, el gran problema que, al cabo de casi tres años, la gestión de Fernández no ha podido domar.

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