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Otra vez la imprevisión y la falta de capacidad para organizar recitales multitudinarios confluyeron para originar una tragedia en nuestro país. Un predio desbordado por miles y miles de personas –al punto de que, de acuerdo a primeras estimaciones, duplicaban o triplicaban la capacidad que permitía el lugar-, una serie de avalanchas que dejaron el saldo de dos personas muertas y decenas de heridos, serios disturbios en la terminal de ómnibus y rutas colapsadas hasta muchas horas después, fueron el saldo provisorio que dejó el recital del Indio Solari en la ciudad de Olavarría.
Aun cuando de menor magnitud, ya sea por el completo desorden que imperó en la organización o por la falta de seguridad policial y de planteles médicos, el episodio hizo recordar a la tragedia ocurrida en el boliche porteño Cromañon, el 30 de diciembre de 2004, cuando un incendio desatado durante un festival del grupo Callejeros provocó una de las mayores tragedias no naturales en Argentina y dejó un saldo de 194 muertos y al menos 1432 heridos.
Se estimó que más de 400 mil personas convivieron en Olavarría durante varias horas de descontrol, en un episodio en que se registraron avalanchas a poco de haber comenzado el recital, que había comenzado con normalidad sobre las 22 aunque al concluir el tercer tema, de acuerdo al testimonio de varios presentes, se produjo una primera avalancha que obligó al cantante a detener por 20 minutos el show.
No obstante, las lesiones y sofocamientos por apretujones y caídas se habrían seguido produciendo a lo largo de todo el recital, durante el cual habría seguido ingresando una gran cantidad de personas sin entradas, y especialmente a la salida del evento. La fiscal penal actuante adelantó que una de las causas de las muertes y heridas puede haber sido la sobreocupación del predio La Colmena, donde se desarrollaba el recital, pero serán las investigaciones iniciadas y las pericias ordenadas las que determinen con precisión las causas y eventuales responsabilidades.
Corresponde reseñar que en nuestro país el nombre de Cromañón se convirtió en sinónimo no sólo de inseguridad, sino también de falta de controles adecuados y rigurosos. Desde aquel ya lejano 2004, cuando se habla de Cromañón se habla, en definitiva, de la necesidad de un verdadero cambio cultural: pasar del “vale todo”, de la desaprensión, a un sistema en el que las normas y los controles existan para ser respetados y cumplidos a raja tabla.
Está claro, también, que la concientización debiera llegar de manera definitiva a los protagonistas centrales de los festivales, que son los artistas. Resulta ciertamente inexplicable que algunos líderes de grupos musicales persistan –como ha ocurrido varias veces después de Cromañon- en desarrollar o promover desde los escenarios actitudes potencialmente riesgosas. O que, como ha ocurrido inexplicablemente con posterioridad a Cromañón, pretendan promover sus espectáculos con el irresponsable recurso de jugar con fuego. En el caso de Olavarría no es aventurado afirmar que se incurrieron en otras imprevisiones inexcusables.
El dolor de tanta gente que ha perdido a sus seres queridos, el de aquellos que lograron sobrevivir pero que llevan en sus memorias el peso del horror, sumados a la comprensible angustia de millones de personas que no estuvieron en esas tragedias, pero que las padecieron igualmente en la intimidad y que temen posibles repeticiones, exigen no sólo Justicia, por un lado, sino que, por el otro, la sociedad argentina termine de aprender esta lección de fondo, que aconseja evitar toda imprudencia en los recitales artísticos y velar por la seguridad de todos.
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