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El Mundo |EL ESCENARIO TRAS LA primera vuelta electoral EN el vecino país

La globalización está trayendo un auge del nacionalismo en gran parte del mundo

El triunfo del ultraderechista Jair Bolsonaro en Brasil, al que muchos comparan con Trump, pone al descubierto un fenómeno que se extiende también en varias naciones de Europa

La globalización está trayendo un auge del nacionalismo en gran parte del mundo

El ANUNCIO DE LA DEFINICIÓN EN ballotage, en los diarios de brasil / AFP

9 de Octubre de 2018 | 02:31
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Los brasileños parecen decididos a entregarle la presidencia a un ex capitán del Ejército que añora los tiempos de la dictadura y promete a encarcelar a los políticos corruptos y declararle una guerra abierta al tráfico de drogas y la delincuencia que azotan esta nación.

Jair Bolsonaro, un legislador de extrema derecha, casi gana la presidencia en la primera ronda el domingo. Se quedó corto por poco y ahora enfrentará al ex alcalde de San Pablo Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores, de izquierda, en la segunda vuelta el 28 de octubre. Sacó el 46% de los votos en la ronda inicial y necesitaría muy pocos votos más para instalarse en el sillón presidencial.

La votación representó un verdadero cataclismo político en este país de 200 millones de habitantes, donde la izquierda había ganado las últimas cuatro elecciones. El movimiento, no obstante, se debilitó por escándalos de corrupción y la destitución de la presidenta Dilma Roussef.

El giro de Brasil se encuadra dentro de una tendencia mundial, en la que tanto en Europa como en EE UU, el electorado le da la espalda al establishment y termina votando a menudo por candidatos populares de extrema derecha que ven con malos ojos a ciertas minorías y prometen restaurar los “valores tradicionales”.

De hecho, a Bolsonaro lo llaman el “Trump de Brasil”, por su estilo populista que viene a patear el tablero del establishment político tradicional. Para muchos analistas, el ex militar es una versión “tropical” del mandatario estadounidense: un candidato fuera de lo tradicional que está orgulloso de serlo, con promesas de desmantelar un sistema político disfuncional, mientras conquista la imaginación de muchos ciudadanos que temen perder su lugar en una sociedad que cada vez es más diversa e inclusiva.

Aunque los dos hombres tienen muchas diferencias -antes de postularse, Trump era un empresario multimillonario mientras que Bolsonaro era un legislador veterano con pocas victorias en su carrera- utilizaron varias tácticas en sus campañas que son bastante parecidas.

Quizás la similitud más grande y probablemente la que dio pie a las comparaciones entre Bolsonaro y Trump es que ninguno de los dos parece medir sus palabras.

AUsENCIA DE FILTROS

En las elecciones de EE UU de 2016, Trump se refería a sí mismo como el hombre que no tenía miedo de decir lo que los demás pensaban.

Bolsonaro también carece de ese filtro. Algunos de los comentarios que pusieron al brasileño en problemas reflejan posturas ideológicas añejas, como su frecuente referencia a la dictadura de Brasil de 1964-1985. Otros comentarios puede hacerlos sobre la marcha y en algunos destaca su reputación de rechazar lo “políticamente correcto”, como cuando comentó que tuvo una hija en un momento de debilidad tras haber tenido cuatro hijos varones.

Ambos “disfrutan ser extravagantes y realizar declaraciones que conmocionan”, explican los expertos. Y también están en constante pulseada con los medios de comunicación, a los que acusan de apoyar a las élites tradicionales de sus países y de manipular la información en su contra.

Para los candidatos que no confían en los medios de comunicación, las redes sociales son el medio perfecto. Bolsonaro, así como Trump, ha usado mucho Twitter y Facebook para hablar directamente con el electorado.

La inclinación de Brasil y de EE UU hacia el nacionalismo también se ve en Europa, donde desde hace algunos años, la influencia de partidos ultraderechistas xenófobos no ha parado de crecer, bajo el amparo de la inquietud económica, la identidad nacional y el desencanto de la política.

En Italia, la Liga Norte de Matteo Salvini obtuvo el 17% de los votos en las legislativas y llegó al poder gracias a una coalición con el Movimiento 5 Estrellas (M5S, antisistema) que parecía inicialmente improbable. En el gobierno formado el 31 de mayo último, la Liga, que abandonó su ideal secesionista para adoptar un discurso antieuro y antiinmigración, logró siete ministerios, entre ellos el de Interior, atribuido a Salvini.

Según los politólogos, el éxito de la Liga, incluso en el sur del país (menos industrializado y rico que el norte) se debe a sus promesas de bloquear los puertos a los inmigrantes, bajar los impuestos o prohibir la construcción de las mezquitas. La personalidad del omnipresente Salvini ha favorecido el ascenso fulgurante del partido. Los sondeos otorgan actualmente un 30% de intención de voto a la Liga.

Austria es otro caso para observar. El nacionalista Partido de la Libertad (FPÖ) volvió al poder aliándose con el conservador ÖVP de Sebastian Kurz, el canciller, tras haber conseguido el 26% de los votos en las legislativas de octubre de 2017. El partido cuenta con seis ministros (tres de ellos en carteras clave como Defensa, Relaciones Exteriores e Interior) y el cargo de vicecanciller.

Para los observadores, se trata de un plebiscito “defensivo” en uno de los países más prósperos de Europa pese a haberse visto afectado por la ola migratoria de 2015. El FPÖ dejó de lado el discurso antieuropeo pero sigue siendo antimigrantes en un país donde el “trabajo de memoria” histórica por los crímenes nazis es “tardío e incompleto”, recuerda el politólogo Matthias Falter.

En Suecia, un país con un elevado índice de bienestar, el partido racista Demócratas Suecos logró el tercer puesto en las parlamentarias del mes pasado, con el 17,7% de los votos, mientras que los socialdemócratas en el Gobierno consiguieron la victoria pero con el peor resultado de su historia, algo más del 26% de los sufragios. Ligado en el pasado a los neonazis, Demócratas de Suecia aboga por el “nacionalismo étnico” y aspira a “reforzar la homogeneidad étnica” del país.

Sus votantes, en su mayoría hombres de clase obrera, perciben la inmigración como “una amenaza económica y cultural” y desconfían de las instituciones y los medios de comunicación.

En Francia, la presidenta de la Agrupación Nacional (ex Frente Nacional), Marine Le Pen, llegó a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2017 y obtuvo el 34% de los votos, todo un récord. “El tema de la identidad -y no sólo de la inmigración- es capital”, afirma el politólogo Jean-Yves Camus. Además de “una desconfianza respecto a la política”, “existe una radicalización de una parte de la población sobre la compatibilidad del Islam con la cultura francesa”.

Alemania también vive el fenómeno del nacionalismo. Alrededor de un mes atrás, la ciudad de Chemnitz, en Sajonia, fue escenario de múltiples manifestaciones convocadas por la extrema derecha, después del asesinato de un alemán del que se acusa a dos inmigrantes con solicitudes de asilo.

En las urnas, el partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) avanzó en las legislativas de septiembre de 2017, en las que obtuvo el 12,6% de los votos y 92 diputados. El mejor resultado lo logró en la antigua Alemania del Este (22%), por motivos culturales y económicos, ya que esa región, la menos abierta al mundo, la gente tenía poca relación con extranjeros y carecía de una “cultura del debate”. El Este también se ve más afectado por el desempleo.

Rusia apoya a varios de estos partidos. Y en Hungría, el partido Fidesz del primer ministro Viktor Orban ha adoptado una línea dura antiinmigración y autoritaria, mientras que en Polonia el partido gobernante Ley y Justicia (de derecha y antieuropeo), que llegó al poder en 2015, tiene cifras récord de aprobación.

El ex militar Jair Bolsonaro es considerado una versión “tropical” de Donald Trump

La inclinación de Brasil y EE UU hacia el nacionalismo también se ve en Europa

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