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SERGIO SINAY*
sergiosinay@gmail.com
Todo lo cual viene a señalar que, a diferencia de lo que se dice de ella, la mentira tiene patas largas y ha cubierto con estas largos tramos de la historia humana. En su reciente y motivador libro, titulado “21 lecciones para el siglo XXI”, colección de ensayos que bucean con lucidez en temas candentes de este tiempo, el historiador israelí Yuval Noah Harari (a quien se deben también “Homo Deus” y “De animales a dioses”) afirma que los humanos hemos vivido siempre en una interminable era de posverdad. Harari proporciona abundantes e irrebatibles ejemplos de esto, algunos de la historia reciente, otros de tiempos remotos, todos reales. Ni la propaganda ni la desinformación, ambas a cargo de gobiernos y caudillos políticos y hasta religiosos, son creaciones de esta época, advierte. A lo largo de sus ejemplos (verdaderos despertadores de la memoria y la razón) se reconocen algunos trucos clásicos de la mentira que socavaba la mente de millones de personas dispuestas a creerla. Así es como se crean enemigos externos inexistentes para justificar hambrunas, armamentismo, xenofobia. Se inventan enemigos internos como excusa para reprimir, endurecer leyes, coartar libertades. Se culpa a causas externas de errores propios en el gobierno. Se establecen como verdaderos actos milagrosos incomprobables. Se atribuyen actos heroicos a quienes nunca los protagonizaron y, sobre esa falsedad, se elaboran leyendas y mitos que, de generación en generación, se transmiten como verdad indesmentible. Se le atribuye a un mandato divino, que nadie oyó ni leyó, la autorización para cometer actos deleznables.
Distorsionar la realidad, explica Harari, debilita a las personas y a las sociedades, porque las mentiras en las que se cree a pie juntillas empujan a actuar de manera poco realista. Y señala que “la verdad y el poder pueden viajar juntos solo durante un trecho. Más tarde o más temprano seguirán por veredas separadas”. Quien aspira al poder, afirma este pensador, en algún momento comenzará a difundir ficciones con el objeto de obtenerlo o conservarlo. Y quien quiera apuntar a la verdad, en algún momento deberá renunciar al poder para mostrar los procesos internos del mismo y decepcionar así a muchos de sus seguidores. “Si hubiera dicho la verdad, no me hubieran votado”, confesó alguna vez un gobernante argentino. Él se reveló mentiroso. Pero su actitud no fue original. Su frase también puede ser repetida por otros, que la callan y persisten en la mentira.
Para que alguien pueda mantener el poder sobre la base de la mentira tiene que haber muchos, muchísimos, dispuestos a creerle. Si un gran jefe afirma que el sol sale por el este y se pone por el oeste, dice Harari, todos estarán de acuerdo con él, incluso quienes no sean sus simpatizantes ni seguidores. Pero si afirma enfáticamente que el sol sale por el oeste y se pone en el este, solo sus fanáticos lo aplaudirán y jurarán que es así. Y esa afirmación, sostenida empecinada y autoritariamente, puede desatar persecuciones, una guerra, muerte, enemistades eternas. Quien se despoje de fanatismos y prejuicios y abra las puertas de la razón no tardará en advertir la frecuencia lamentable conque se verifica esta situación.
Los humanos hemos vivido siempre en una interminable era de posverdad según Yuval Noah Harari
A lo largo de la historia una cuestión recurrente se les planteó a intelectuales, funcionarios, oficiantes y otros personajes cercanos al poder (no solo político, Harari lo reitera). ¿Pondrán su inteligencia, su razonamiento, sus recursos al servicio del poder o al servicio de la verdad? Pregunta mucho más urgente e inquietante en una época teñida por la comunicación masiva, la información intensiva y la viralización epidémica de palabras e imágenes. ¿El objetivo debería ser que todo el mundo crea al mismo tiempo en una única historia, o deberían contribuir a que cada uno piense por su cuenta, y que arribe por sus medios a la verdad, aunque esto provoque disenso? Harari plantea esta pregunta y deja entrever cuál es su respuesta. Él piensa que, llegado el momento, los humanos, como especie, prefieren el poder a la verdad, ya sea ejerciéndolo o acomodándose cerca de él para obtener algún beneficio.
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En una interesante columna, publicada días atrás en La Nación, la periodista y abogada, Laura Zommer, directora de Chequeado, organismo dedicado a verificar la verdad de las declaraciones públicas de políticos y gobernantes, y Mario Riorda, director de la maestría de Comunicación Política de la Universidad Austral, citan al francés Guy Durandin (1916-2015), reconocido especialista en esta materia. Autor de “La mentira en la propaganda política y en la publicidad”, Durandin define a la mentira en este campo como la voluntad de dar al interlocutor (público, oyente, votante, consumidor, seguidor) una visión de la realidad diferente de la que uno tiene por cierta.
¿Quién puede resultar tan fácilmente engañado como para creer en algo que no es real, por muy bien empaquetado que esté el discurso del mentiroso? Conviene detenerse en este interrogante para no quedar atado a un a muletilla que suele escucharse con frecuencia cuando los gobiernos entran en un cono de sombra. Esa muletilla tiene dos versiones. “Nos engañaron”, o “Nos engañaron otra vez”. Todos somos pasibles de un engaño. Pero cuando el engañador cambia y los engañados se repiten son estos quienes deben preguntarse si hay algo en ellos que debe transformarse. El engaño suele ser hijo de la credulidad y nieto de la desinformación. A su vez, a menudo la desinformación previene frecuentemente de la pereza en el momento de pensar.
Gobernar no es mentir, pero la mentira se convierte en una herramienta de gobierno cuando los engañados, o los fanáticos, no chequean las fuentes de la información, cuando siguen el rumbo de la manada en lugar de pensar por cuenta propia con el riesgo que eso puede conllevar, cuando no rastrean la información en diferentes orígenes, cuando viralizan cualquier cosa que les llegue sin detenerse a pensar en su veracidad, cuando prestan más oído a lo que quieren escuchar que a las voces que plantean una alternativa o cuando no aceptan que la verdad puede contrariar a sus deseos. Quien miente es responsable por hacerlo y quien le cree es responsable por creerle. Como siempre, dos para un tango.
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