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En el foro público de las redes sociales, las celebridades son condenadas por sus actos y sus dichos, y su trabajo eliminado, encendiendo el debate: ¿se trata de un gesto político que rompe con silencios hegemónicos, o estamos ante una “policía del pensamiento”?
Gustavo Cordera , "Cancelado" por sus dichos
Hace algunas semanas, Roman Polanski, acusado de violar a Samantha Geimer cuando tenía 13 años (finalmente quedó en una sentencia de culpabilidad de tener relaciones ilícitas con una menor), y fugitivo de la Justicia, fue ovacionado en el Festival de Venecia, cuyo jurado presidía Lucrecia Martel. Días antes, la cineasta había avisado que en solidaridad a las víctimas de acoso sexual no iría a la proyección.
“Yo no separo al hombre de la obra. No puedo ponerme por encima de las cuestiones judiciales. Pero sí puedo solidarizarme con la víctima. No voy a asistir a la proyección de gala del señor Polanski porque yo represento a muchas mujeres que en Argentina luchan por cuestiones como esta, y no querría levantarme para aplaudirle. Pero me parece acertado que su película esté en el festival, que haya diálogo y se debatan estos asuntos”, afirmó en Venecia Martel, desatando un pequeño escándalo. “La historia del arte está llena de personas que han cometido crímenes, pero no por esa razón dejamos de considerar sus obras”, le respondió el director de la Mostra, Alberto Barbera.
¿Qué pasa si miramos para atrás? ¿Cómo disfrutar del traficante de esclavos Rimbaud?
Casi en simultáneo, en Argentina, un recital de Zambayonny era cancelado debido a la misoginia de las letras parte del repertorio de su pasado, que incluían canciones como “La incogible”. Zambayonny lleva años sin tocar aquellas canciones, y aunque numerosos artistas lo apoyaron y repudiaron la decisión como un acto de censura, era tarde: Zambayonny ya estaba “cancelado”.
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¿Qué es cancelar? Surgido entre los militantes negros de Twitter, el término implica eliminar a un artista de las redes, evitar escuchar su música o ver sus películas, debido a sus conductas o discurso condenables. Se volvió particularmente popular a partir de 2017, cuando una generación entera vio caer, uno por uno, a sus ídolos, acusados semanalmente de acosos y abusos sexuales. ¿Se puede separar el arte del artista? Su respuesta fue contundente: como Martel, buena parte de la generación de las redes sociales piensa que ambas cosas son indisociables. Arte y artista son parte de una misma secuencia.
Para otros, es un tema de la Justicia, no del arte: los actos privadas son privados y los artistas deben ser juzgados por su producción, y no por su vida. “La conversación está exasperada y los veredictos se vuelven conclusivos. La meta es proteger o condenar el trabajo no por su cualidad per se, sino por sus valores”, dice el crítico afroamericano Wesley Morris.
¿Pero es posible trazar estas divisiones entre público y privado, entre valor estético y moral? La licenciada en Sociología de la UNLP Paula Provenzano disiente: “La posibilidad de separar la obra del autor deriva de considerar escindidas las dimensiones de lo público y lo privado. Hay que tener en cuenta que esta escisión intentó forjar una lógica dicotómica a partir de la cual se recreaba un mundo hacia afuera para los varones y un hogar destinado a las mujeres. Así lo privado se cubrió de un velo: se insistió con la idea de que lo doméstico no podía ser mirado y era parte de la intimidad de las personas. El correlato de todo este proceso político e histórico fue que la violencia contra las mujeres quedaba silenciada e invisibilizada y, por lo tanto, reinaba la impunidad”.
La sospecha de que separación entre el arte, lo público, y el autor, lo privado, es artificial, provoca pánico en quienes promueven el goce puro, aislado de contexto, del hecho estético. Porque, si no se puede separar arte y artista, ¿qué pasa si empezamos a mirar para atrás? ¿Cómo disfrutar de Caravaggio, asesino y pedófilo, o del traficante de esclavos Arthur Rimbaud, o de los golpeadores Pablo Picasso, Charlie Chaplin?
No es cierto que no sabíamos que estaba mal violar: el silencio era una forma de impunidad
“Empiecen a censurar y prohibir tangos y boleros de toda la vida, más un montón de operas, novelas, cuentos, poemas, comics, pinturas y esculturas. Vamos bien”, disparó Horacio Altuna, autor de “El loco Chávez”, ante el affaire Zambayonny.
“Las nuevas perspectivas nos permitieron mirar para atrás y asombrarnos de que hace unos años nadie se escandalizara por la letra de ‘Si te agarro con otro te mato’. Pero es al menos desfasado juzgar con ojos de hoy algo producido en el contexto de entonces”, escribió Florencia Etcheves para La Voz.
Pero responde Provenzano que “no es cierto que antes no sabíamos que estaba mal violar”, sino que el silencio en torno era una forma de impunidad. Y eso es “lo que se trastocó, gracias a la fuerza del movimiento de mujeres, lesbianas, travestis y trans y del movimiento feminista. Lo más importante para discutir estos cuestionamientos a artistas varones cis, es tener en cuenta la importancia de romper el silencio como un bien colectivo y que los debates que nos demos como sociedad, absolutamente necesarios, no sean intentos por callar estas voces”. Si el silencio es cómplice, la cancelación es un acto político con el que los colectivos irrumpen en la esfera del discurso, aún cuando, advierte la socióloga, es “problemático” acordar con la cancelación “si tenemos en cuenta que procesos históricos cuentan con prohibición de obras”.
Así es como la política se vuelve un filtro central del análisis cultural, “una manifestación de la ciudadanía a través de la tecnología”, según explica la cancelación la magíster en Estudios de Género, Karen Vergara: ante impunidades sistemáticas y silencios cómplices, ante la falta de respuesta jurídica, el público responde con la condena moral. O en palabras de la poeta y trabajadora cultural Camonghne Felix, “la cancelación no es personal. Es una forma de que las comunidades marginadas afirmen públicamente sus sistemas de valores a través de la cultura pop”.
Del otro lado del mostrador, sin embargo, acusan a los acusadores de haberse convertido en la policía del pensamiento. “Lo que pasa por crítica cultural contemporánea consiste en ufanarse de exigencias morales casi tan altas como las de una comadrona del siglo XIX, que intentan hacerse pasar por una discusión estética ‘más profunda’, preocupada por el legado de una ética futura. Buscan volver el mundo un lugar más inclusivo: tan inclusivo que sólo puedan permanecer adentro quienes pasen sus exámenes y se ajusten a sus reglas; al resto se lo expulsa”, disparó Pola Oloixairac en Perfil.
Para Gabriela Piña Cortez, magister en Psicología Clínica de la Usach, no se cancela no sólo a alguien que ha cometido un delito o es acusado gravemente, sino también al que piensa distinto o de forma que no nos gusta. La cultura de la cancelación ofrece veredictos absolutos, seguros, que más allá del problema de la censura y la libertad de expresión pueden hacer perder de vista los matices de cada caso y, sobre todo, invisibilizar las causas de ciertos males endémicos: se cancela una obra de un artista problemático y se deja de pensar en el problema.
Desde ya, resulta imposible volver a ver ciertas obras con la ingenuidad de un pasado previo a ciertas revelaciones. Pero la cancelación no es una reacción individual, instintiva, sino un acto colectivo, organizado. Con efectos concretos: aunque académicos como Emma Grey Ellis sostienen que es una práctica más bien inocua, una categoría lábil de la cual se puede entrar y salir, y dice jocosa que al final del día todos los acusados siguen siendo millonarios, Zambayonny ve cómo se cancela un show, y Gustavo Cordera tiene dificultades para conseguir escenario. ¿Reflejo de un estado de conciencia nuevo que se transfiere al mercado, o lapidación?
El aparente factor punitivo es a menudo debatido en torno a la cultura de la cancelación. El youtuber Manny MUA viralizó un video donde señala que la cancelación promueve el bullying y no deja lugar para el aprendizaje de quien incurrió en un error. Y David Chappelle, cabeza de la resistencia de los comediantes que desde una serie de especiales de Netflix consideran que se ataca la libertad de expresión (Zambayonny no puede hacer cualquier cosa, pero debería poder decir cualquier cosa: el valor del humor allí reside, es el argumento) fue más allá, dedicando casi todo su reciente especial de Netflix a criticar el movimiento feminista por la falta de debido proceso en sus condenas públicas.
“Muchas veces también se discute sobre el principio de inocencia con las presentaciones públicas que hacen las víctimas”, responde Provenzano, “pero es algo que no está en juego, al ser un elemento jurídico, se sigue garantizando”.
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