“Spider-Man: Lejos de casa”: la reivindicación de un cine supuestamente “menor”

Como en “De vuelta a casa”, la nueva película de Spider-Man, “Lejos de casa”, apuesta a la comedia adolescente. Y aunque para algunos paladares exigentes quizás peque de liviandad, sobre todo tras los sombríos valles que exploró “Avengers: Endgame” ayer nomás, allí asoma para este espectador avezado del Universo Cinematográfico de Marvel su gran triunfo: despojarse de los ropajes pretenciosos de anteriores entregas de la comiquera e internarse en la diversión pop más pura, de la mano de un superhéroe con mucho corazón, con el que, parece, es imposible no sentirse identificado.

Hablamos, claro, de Peter Parker, ese incómodo nerdo que muchos consumidores masculinos de este universo supieron ser: en “De vuelta a casa” era el protagonista de una comedia de preparatoria a la John Hughes, citado profusamente; en “Lejos de casa”, es el protagonista de una comedia romántica juvenil más noventosa, un chico sensible intentando decirle a la chica que le gusta, eso, que le gusta. Y siendo frustrado una y mil veces en el camino.

Pero, como dice un personaje en el filme en su momento más magistral, despiadada crítica contra el monstruo que Marvel creó, nadie escucha a nadie si no tiene capa de superhéroes: no puede haber ya comedias románticas sin peleas multidimensionales, y allí entran en la trama Misterio y los Elementales. Y a la simpatía que genera Tom Holland como Parker (y también su interés romántico, Zendaya como MJ, mucho más cómoda en su rol de mujer fuerte que otras heroínas altisonantes del universo Marvel) se suma entonces Jake Gyllenhaal, su carisma y la química inmediata con nuestro héroe: Misterio se convierte en el nuevo mentor, casi un hermano mayor, de Spidey en este universo desprovisto de Tony Stark.

Misterio trae la acción interdimensional a la película, pero si al principio asoma como un desborde de efectos despersonalizados, la marca de la casa, ¡atención! Porque mientras nuestro villano sostiene que “la gente cree cualquier cosa”, todo un comentario sobre esta era artificial en los cines, con los efectos especiales en el centro (y no decimos más para no arruinar la trama), la película del héroe del pueblo parece intentar volver a poner los pies en la tierra, en tiempos de aventuras intergalácticas protagonizadas por héroes animados por una computadora. La cinta quiere devolver el corazón (y también, el riesgo: un Spidey menos computarizado la pasa mal y eso hace más excitante la cuestión) a los filmes de superhéroes.

(Y como la trama justifica la “artificialidad” de sus batallas, esta película también se permite algunos de los momentos de acción más interesantes y psicotrópicos del MCU, influenciados claramente por esa joya que es “Spider-Man: un nuevo universo”).

Allí también el secreto de que, en un universo compuesto de villanos intercambiables, la saga arácnida vuelva a acertar con un villano multidimensional, memorable, con motivaciones claras que escapan al “destruir el universo” y que revelan, además, el lado B de los fuegos de artificio de los Avengers: si en la primera entrega el “malo” era el tipo que se encargaba de recoger los escombros dejados atrás por la última peleíta superheroica, en esta segunda parte el villano vuelve a ser un marginado por Tony.

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Y entre estas dos aristas, el romance y la acción, se debaten la película y nuestro héroe: una y otra vez le dicen a Peter que tiene que tomar el manto que dejó Iron Man, hacerse grande (metáfora de que debe hacerse cargo del Universo Cinematográfico de Marvel), pero para un chico de 15 años no hay nada más importante que decirle a la chica que le gusta, eso, que le gusta (quizás haya pocas cosas más importantes en la vida, ¿no?). Y, como en toda comedia adolescente, el beso del final está ligado a la madurez del héroe.

Que el crecimiento de Spidey como héroe y su triunfo sean solo un vehículo para que pueda declarar su amor hicieron que flote sobre esta película el mote de “menor”. Puede ser. Pero, en todo caso, es una reivindicación de las artes menores, que hace frente a la grandilocuencia y el pesado lastre de las producciones más “importantes” de la saga superheroica (que parecía sentir en sus últimas entregas que para ganar legitimidad tenía que ser súper explícita con sus mensajes y lecciones) con su frescura y vértigo, sin el lastre de las declamaciones políticamente correctas, y sin dejar de comentar sobre el “estado del arte”, siendo incluso crítica con su propia forma. Y es, por ende, bastante más atrevida que sus predecesoras.

**** (MUY BUENA)