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Ocurrencias: viejos prohibidos

Ocurrencias: viejos prohibidos

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Alejandro Castañeda
Por: Alejandro Castañeda  

19 de Abril de 2020 | 02:05
Edición impresa

Es tan minuciosa la mirada sobre el vejestorio, que dan ganas de pedir disculpas por haber durado tanto. Con el pretexto de cuidarnos mejor, cada vez nos aíslan más. El país jardín de infantes de la inolvidable María Elena Walsh hablaba también de un paternalismo exagerado que nos convertía en un ejército de nenes obedientes al que hay que enseñarles todo. Uno no duda de la buena fe de estos ordenadores de la vida ajena. Pero, en nombre de mejores propósitos se han cometido enromes barbaridades. Los septuagenarios están volviendo a un jardín de infantes. Hay que tomar tantas precauciones y pedir tanto permiso antes de ir al kiosco, que al final uno se va encariñando con el desamparo.

La catarata de restricciones tiene una finalidad claramente preventiva, pero suena exagerada. Se olvidan que los veteranos ya han adquirido suficiente gimnasia en esto de arreglársela solos y que no hace falta que los profesores del entretiempo nos digan que jugar la escoba, regar las plantas y dialogar con la parentela es un programa curativo, seguro y enaltecedor. Además de vacunas y jabones, recomiendan usar los balcones para certificar buena vecindad y supervivencia.

Ahora sugieren sexo virtual para parejas distanciadas. ¿Las que conviven, tendrán que hacer el amor con barbijos? Lo del sexo virtual es una práctica conocida y más contagiosa que el COVID-19. Se fue adquiriendo allá lejos, sin capacitadores a la vista y mal o bien ha ido acompañando soledades y fantasías. ¿Habrá que hablar al 147 para poder ver una porno y entusiasmarse? Es cierto que las cifras criollas de la pandemia ayudan a sostener el cautiverio. El huracán letal que arrasó en otros países, por aquí no ha llegado. Pero el invierno avanza, el famoso pico es una amenaza concreta y los preparativos hablan de camas listas y hasta una Biblia a tiro de infectado, por si alguno decide encomendarse a los respiradores y al más allá para enfrentar a este cruel enemigo.

La doctora Ramona Rubio, psicogerontóloga española y especialista en “envejecimiento activo”, ha dicho que la soledad en los mayores no es, como suele creerse, un problema gravísimo. En su opinión, por el contrario, si Picasso o Juan Ramón Jiménez no hubieran gozado de la suficiente soledad personal, sería inconcebible que hubieran llegado a producir obras tan extraordinarias. Por eso considera que uno de los factores más provechosos y positivos de la soledad es el impulso espontáneo hacia un territorio propio y nuevo donde establecerse y, además, restablecerse con una salud y vigor desconocidos.

Una cosa es el distanciamiento social y otra, alejarnos de la vida

“La constante monserga social –dice- tratando de inventar labores para dar quehacer a las personas mayores no consigue, en numerosos casos, sino atosigarlas y, al cabo, hacerlas desear una tranquilidad mortal. De este modo, la depresión en la tercera edad no sería una consecuencia directa de hallarse sin suficiente compañía sino de sentirse tóxicamente presionado por los demás. En ciertos casos, los suicidios reales o simbólicos pueden atribuirse a la ausencia de ilusiones u objetivos, pero en otros la opción de morir viene a ser la elección de una salida airada: hacia el aire libre”.

Por aquí, la cosa viene dura. Estamos en tiempo de descuento y habrá alargue. Pero los viejos saben resistir. En paciencia y esperanzas, se han doctorado. Ir a comprar remedios, hoy es una salida. Y sacar el perro es todo un paseo, aunque a esta altura no se sabe quién pasea a quién. No se quieren rendir, aunque la mezcla de COVID-19 y celos oficiales los requieran guardados y con pastillas al lado de la cama, por si a la noche llegan los fantasmas y los recuerdos. La poli vigila la cuadra para que nadie se atreva a cruzar la calle. Cualquier vecino que ande rengueando, es sospechoso. Cuidan y controlan un enclaustramiento cada vez más espiado y riguroso. Porque una cosa es el distanciamiento social y otra, alejarnos de la vida. Los sacaron a la madrugada a la vereda, les recortaron la jubileta, le sacaron los afectos y los aislaron. Ahora tendrán que pedir permiso hasta para asomarse. Pero no escarmientan.

Es tan minuciosa la mirada sobre el vejestorio, que dan ganas de pedir disculpas por haber durado tanto

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