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En un momento oscuro para la humanidad, las pálidas siguen: ayer, el maldito coronavirus se llevó al director teatral y maestro de actores Agustín Alezzo, uno de los grandes referentes de la escena argentina en el último medio siglo.
Alezzo, que tenía 84 años, estaba internado en el Sanatorio de la Trinidad desde principios de junio, a donde había llegado por un cuadro de infección urinaria y donde, por protocolo, le habían realizado un test de Covid-19 que le había dado positivo. Alezzo nunca había manifestado síntomas de coronavirus, más allá de un estado febril, y no tuvo necesidad de ser intubado.
El lunes pasado, desde la cuenta de Twitter del Multiteatro, el empresario teatral Carlos Rottemberg había anunciado su paso de terapia intensiva a una sala común. Pero ayer, desde esa misma red social, comunicó “la peor noticia. Murió Agustín Alezzo”.
Entre la infinidad de artistas que lo despidieron, Ricardo Darín eligió estas palabras: “Adiós amigo y gran Maestro. Gracias por todo. Ser humano especial. Es un día muy triste para todos los actores y sus alumnos que tuvimos el extraordinario privilegio de conocerlo y escucharlo. Cómo no llorarlo. Adiós”. Algo parecido publicó el actor platense Alejo García Pintos: “Quienes tuvimos el honor y la suerte de ser alumnos dentro y fuera de su escuela, no podemos hacer otra cosa que decir GRACIAS AGUSTÍN ALEZZO. Adiós querido y generoso ser humano”.
Alezzo era uno de los preferidos al elegir un maestro de actuación, como miembro de una generación que compartía con Raúl Serrano, Norman Briski y los recordados Augusto Fernandes, Carlos Gandolfo, Inda Ledesma y Lorenzo Quinteros.
Era asimismo un gran director teatral, capaz de cubrir todos los géneros a partir de una gran cultura general, un amplio estudio del teatro rioplatense y un desarrollo teórico sobre el método del ruso Konstantin Stanislavski, que contribuyó a consolidar en escenarios locales.
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Había nacido en Buenos Aires el 15 de agosto de 1935, fue alumno de Hedy Crilla –con quien trabajó años después en el desaparecido teatro Olimpia, también escuela de teatro- y a los 20 años se integró al recordado Nuevo Teatro, que manejaban Alejandra Boero y su esposo Pedro Asquini, y que fue un ejemplo organizativo dentro de la escena independiente porteña.
Integró asimismo los grupos Juan Cristóbal y La Máscara durante la década de 1960, y estudió en Nueva York con Lee Strasberg, un referente mundial con el que se formaron figuras de la talla de Marlon Brando, Paul Newman, Robert De Niro y James Dean, entre otros, que se nutrieron de “el método” como forma de actuación.
Como actor intervino en obras de Wilfredo Jiménez, Luigi Pirandello, Georg Büchner, Bertolt Brecht, Ricardo Halac y Rosso de San Secondo y a mediados de los 60 se mudó a Lima, Perú, donde trabajó bajo la batuta de Reynaldo D’Amore, Alonso Alegría, Phillip Toledano y Héctor Sandro; de regreso en Buenos Aires continuó actuando en obras dirigidas por Gandolfo y Fernandes hasta 1972.
Sin embargo, su consagración pública vino de la mano de la dirección: tuvo a su cargo un primer trabajo con “La mentira”, de Nathalie Sarraute, en 1968, y desde entonces supo jugar desde espectáculos como “Las brujas de Salem”, con Alfredo Alcón, o “Romance de lobos”, de Ramón del Valle Inclán, hasta unipersonales tan intensos como cuando dirigió a Alicia Bruzzo en “Yo amo a Shirley”, a Julio Chávez en “Yo soy mi propia mujer” o a Beatriz Spelzini en “Rose”.
El último verano Alezzo dedicó mucho esfuerzo y dinero para levantar la tercera sede de su teatro El Duende -y por extensión de su escuela de actuación- en el barrio porteño de Villa Crespo, lidió con disposiciones municipales y puso de su bolsillo dos millones de pesos.
Pensaba inaugurar en abril pasado, con la ayuda y el entusiasmo de sus amigos, sus actores y sus discípulos, pero no pudo ser. La maldita pandemia no le permitió alzar el telón.
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