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El 16 de septiembre de 1955 y el golpe a Perón

El 16 de septiembre de 1955 y el golpe a Perón

Julio Bárbaro

16 de Septiembre de 2020 | 03:48
Edición impresa

Analista político y escritor

Yo estaba en primer año de un colegio de curas. Pertenezco a una familia de hijos de italianos, primera generación, gente de trabajo manual, de clase baja ascendiendo a media en tiempos de revolución industrial, de crecimiento económico permanente. Recuerdo que pasamos de vivir en una pieza detrás de la colchonería a comprarnos una casa y un camioncito. En la familia paterna, eran ocho hermanos, siete antiperonistas. Cuando mi tía Francisca vino con luto al cumpleaños de la abuela, mi padre la enfrentó, “¿a vos quién se te murió?”. Un llamado al orden de mi abuela Vicenta- cuyos inquilinos eran de la causa impuso la paz. Una tía rica, la mayor, fabricaba zapatos; en su casa, los mayores escuchaban “Radio Colonia”, todo un símbolo del antiperonismo.

El gobierno de Perón fue una democracia productiva con marcados rasgos autoritarios. Si nos centramos en las conquistas socio-económicas, su reconocimiento en los recuerdos continúa. Una vez me dijo un obrero- lo he repetido ya muchas veces- “después de Perón y Evita nunca más tuve que bajar la vista frente al patrón y al policía”. Un señor con cara de revolucionario traía al negocio “La Vanguardia”, el diario de los socialistas. El vecino de enfrente lucía con orgullo una caminoneta “justicialista”. Los carros tirados por caballos definían al lechero, al verdulero, al hielero y al vendedor de sillas y canastos, y los percherones negros arrastraban con elegancia los coches fúnebres. Corralones de barrio para carros y caballos, y al mismo tiempo una ciudad encontraba la televisión como magia de la modernidad pese a que el televisor tardó bastante en llegar a los hogares. Las familias crecían al ritmo del lavarropas y la heladera, y tener un coche era signo de riqueza. Peronistas eran todos los morochos, los nativos, los “cabecitas negras” que llegaban a la capital atraídos por la abundancia de trabajo. Y también buena parte de los inmigrantes, que, huyendo del hambre de la Europa de post guerra, encontraban un lugar donde construir su casa y a veces su empresa. El peronismo era mayoritario entre los humildes mientras no encontraba demasiada aceptación en la burguesía, que a pesar de los beneficios recibidos, no toleraba el autoritarismo que se hacía sentir en particular desde la Subsecretaría de Prensa y Difusión dirigida por Apold. El golpe del 55 era esperado por las mismas familias que, como la mía, le debían a la causa el crecimiento de su patrimonio y su nivel de vida. Perón sufre asonadas militares, con un discurso rebelde que prometía democracia y libertad. Hubo quema de Iglesias, es cierto, pero, con todas sus culpas autoritarias, el peronismo no tiene muertos, sus enemigos los multiplicaron siempre. ¿Qué fue, si no, el imperdonable y sangriento bombardeo a la Plaza de Mayo el 16 de Junio sobre una población civil inocente? El golpe deja en claro que Perón se niega a resistir, no acepta la violencia, después de la muerte de Evita había perdido gran parte de su relación con los humildes. Era todo un pueblo en rebeldía que se había liberado de un yugo. Mi madre, obrera de la Bayer, me decía: “estos les dan demasiados derechos, los otros nos trataban como esclavos”, y no era peronista, solo expresaba lo mismo que todos los que habían recuperado la dignidad. Mi padre era muy anti, socialista de Alfredo Palacios, nos mandaba a que nos “eduquen los curas”, quizá porque ellos no habían terminado la primaria .Y luego del golpe, nos llevó a ver los vestidos y zapatos de Evita, muestra evidente de la corrupción del “régimen depuesto”.

Fusilarán a Valle y Cogorno con orden firmada, asesinarán en los basurales de José León Suárez, aquello que Rodolfo Walsh convierte magistralmente en Operación masacre , con las voces de las víctimas. Los militares golpistas mataron y cercenaron libertades en serio siempre, y siempre también soñaron un modelo foráneo porque lo autóctono les resultaba “la barbarie”.

El peronismo fue la revolución industrial en un país que calculaba la relación de hombres con vacunos. Se fabricaron aviones, coches, motos, tractores, se nacionalizaron los ferrocarriles y se les puso los nombres de Roca, Mitre y Sarmiento, se convocó al ABC de la política exterior latinoamericana, la unidad con Brasil y Chile. Luego, los anti, quisieron la guerra y si no nos salva la Iglesia, nos hubiéramos matado con los hermanos chilenos. Un pensamiento fuerte, una idea de patria con voluntad definida, un modelo que llega justo hasta la muerte del General Perón. El país industrial lo destruyen los parásitos de siempre, los Rodrigo, Martínez de Hoz, Cavallo, los que se quedaron frustrados con la crisis del ´30 y soñaron eterno al tratado Roca-Runciman. Patria o colonia, nunca estuvo más claro.

Perón no quiso sangre. Sin embargo, no había logrado pacificar a la sociedad, la reivindicación del oprimido tiene una primer etapa violenta en cualquier país en que se produzca. Largo exilio, diez y ocho años, millares de cartas manuscritas. Perón había surgido aprovechando la radio, enviaba mensajes grabados, y así fue madurando su retorno. Entre tanto, los “civilizados” habían mancillado hasta el cadáver de Evita, prohibieron nombrarlos, la proscripción era total, intentaron impedir hasta el recuerdo. Después de Perón, derrocan a Arturo Frondizi por supuesto izquierdismo y a Arturo Illia, por la lentitud que le atribuyeron. En ninguno de los dos casos, fueron golpes por la democracia y la libertad, tan solo contra el pueblo en cualquiera de sus expresiones, incluso si se prohibía al peronismo participar en las elecciones. Onganía va a destruir la Universidad y al hacerlo terminará por fundar la guerrilla. Mientras los golpes de Chile y Brasil fueron nacionalistas, los nuestros optaron por ser vendepatrias.

 

“Todos sus principios (los de Perón) fueron traicionados en su nombre”

 

Perón vuelve intentando pacificar: se abraza con Balbín, se encuentra con Frondizi, procura integrar a la guerrilla a la democracia. Lo nombra a Cámpora para que sea su delegado, pero con su enamoramiento de los jóvenes, se inicia la crisis. Le ofrece todo a mi generación: ministros, gobernadores de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Santa Cruz, diputados, senadores, pero, en un gobierno democrático, la mediocridad y un contexto internacional favorable, los lleva a soñar con la violencia, imaginando al “poder en la boca del fusil”. En su retorno, en Ezeiza, el gobierno de Cámpora no quiere utilizar a las fuerzas del orden. Tienen al Presidente, al ministro y al Gobernador, y el palco está en manos de la derecha, porque ellos se autopercibían como “el pueblo”. Entregan miles de vidas y terminan incapaces de reconocer los gestos de Perón hacia ellos y por esa incomprensión de la realidad terminan expulsados de la Plaza con la pregunta “¿qué quieren esos imberbes?”.

Perón postulaba a Balbín como Vice, la guerrilla soñaba con el golpe, la derecha no tenía a alguien que pensara, salvo raras excepciones. Le imponen a Isabel, se niega a concurrir al Teatro Cervantes, y cuando le dicen que Isabel es su vice, se para y los increpa; “al nepotismo se lo combate hasta en África”. Las circunstancias pudieron más que su voluntad.

Perón era un grande, amañaron la historia para hacer crecer a López Rega y salvar a grises guerrilleros derrotados, para deformar su mensaje de paz y el encuentro de los argentinos. Ya no deseaba la vigencia del peronismo como partido, prefería que fuera una etapa de la conciencia nacional. Todos sus principios fueron traicionados en su nombre. Se llevó su sueño patriótico a la tumba, y con él, un país con tan solo un cinco por ciento de pobres y seis mil millones de deuda externa. El resto, esta destrucción que nos habita, es obra de sus deformadores y sus enemigos. Fue el último soñador de una patria con destino, el último patriota que dio la política. Alfonsín, sin entenderlo, intentó ser la política. Al resto ni siquiera vale la pena mencionarlo.

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