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Deportes |SE CONVIRTIÓ EN UN MUSEO CON OBJETOS DE GRAN VALOR

Un sótano de Nápoles, el refugio donde se guarda el tesoro de Diego

Un sótano de Nápoles, el refugio donde se guarda el tesoro de Diego

massimo vignati, dueño del “búnker” con reliquias de maradona / web

Adrián D’Amelio

Adrián D’Amelio
adamelio@eldia.com

25 de Noviembre de 2021 | 03:08
Edición impresa

Amor u odio, cielo o infierno, adoración o desprecio son las pasiones encontradas que ha despertado Maradona entre fanáticos incondicionales y detractores acérrimos, durante toda su vida y que seguirán perdurando a lo largo del tiempo, porque una figura como la de Diego es inmortal.

Si hay un lugar en la faz de la Tierra donde Diego es, fue y será por siempre venerado es Nápoles. Desde esa ciudad, junto al Monte Vesubio, construyó una “fortaleza”, donde combatió y se levantó como “David” en la ultra defensa del Sur de Italia despreciado y vilipendiado por el Norte rico y opulento.

La romance eterno entre Maradona y los napolitanos comienzo a gestarse en el verano de 1984, cuando se incorpora al SSC Napoli tras su paso por el Barcelona. Con la camiseta celeste, el número 10 en la espalda y su frondosa cabellera, el Pelusa clavó la bandera y le “declaró la guerra” a los poderosos del Norte.

Diego ganó en la cancha, pero también tuvo un impacto cultural y social inmenso en Italia. Rescató la imagen de una ciudad y de todo ese Sur bastardeado. Fue el emblema de la región contra el poder futbolístico y económico del otro extremo del territorio italiano.

Lo que hizo Maradona fue algo inesperado. Fue una historia de redención social. Los napolitanos, a través del fútbol, podían ver por primera vez en la historia como los del Norte (representados por Milan y Juventus) rendirse a sus pies, algo que hasta ese momento era algo insospechado.

Hubo una simbiosis absoluta entre Maradona y los napolitanos. Ambos, marginados, querían subvertir el sistema de poder y luchar contra la injusticia. Cada vez que el Napoli iba a jugar de visitante recibía cánticos xenófobos (“Vesubio lávalos con el fuego” o “Nápoles, cólera”). Ese “rechazo” motivaba todavía más a Diego.

Se sintió un napolitano más y se puso a la altura de San Genaro, el patrono de la ciudad, cuya festividad litúrgica se conmemora el 19 septiembre de cada año. Un recipiente contiene sangre del mártir y según la tradición cada vez que no se licúa se interpreta como presagio de desgracias.

Los napolitanos cuentan con un recuerdo de esos años de eterna felicidad. Tener una foto con Maradona fue el sueño de cualquiera y la guardan como un verdadera “reliquia”. Se la van pasando de los grandes a los chicos, de generación en generación como si fuese el mejor recuerdo de la familia. Desde Nápoles fluyen historias sobre Diego, en las pizzerías, en los bares o las propias calles hay murales con la figura del Diez y hasta altares improvisados en su memoria.

Inclusive existe un museo que se llama simplemente “Maradona”. Está ubicado en un sótano de un edificio común y corriente de Secondigliano, un barrio popular ubicado al norte de Nápoles. Es único en su especie. No figura en ningún mapa de la ciudad y tampoco se encuentra en las guías turística.

En ese “refugio” se guarda parte de la historia viva de Maradona como el zapato izquierdo con que le marcó los dos goles a Bélgica en las semifinales del Mundial de México ’86. El sofá que tenía en el living del departamento napolitano y el contrato original de su traspaso del Barcelona al Nápoli.

Además de centenares de fotografías, banderines, brazaletes, camisetas (lavadas o no, dedicadas o no) y otros “objetos de culto” como el banco donde se cambiaba Maradona en el vestuario del estadio de San Paolo o el mítico buzo de K-Way con que bailó e hizo malabares al ritmo de “Live is Life”, durante el calentamiento de un partido entre Nápoli y Bayern de Munich.

Pero esa “cueva” del tesoro es testigo también del vínculo único entre el astro argentino y una familia napolitana que siempre estuvo a su lado. Los Vignati que recopilaron todo durante los siete años que Diego eternizó su divinidad. Massimo, el sexto de once hermanos, es quien mantiene vivo el legado del Diez en memoria de su padre, Mario Silvio Vignati, algo así como un supervisor del Estadio de San Paolo durante 37 años. Su madre, Lucia Rispoli, fue la cocinera la familia Maradona, y su hermana Raffaella hacía las veces de niñera de Dalma y Giannina.

“Diego era como un hermano para mí. Los lunes jugábamos al ‘calcetto’ (fútbol sala) y los martes me llevaba al entrenamiento. Íbamos con su Ferrari. Yo tenía diez años. Pasaba muchísimas horas con él. En casa le encantaban los spaghetti con sofrritto, la mortadela, el queso, la fressella napolitana con aceite de oliva”, recuerda Massimo, que rechazó montos millonarios por las reliquias de Maradona, guardadas en vida por su padre en las entrañas de San Paolo y después de la muerte de don Mario, ordenó que todo se llevara y guardara en el sótano, ahora convertido en museo, en honor a la memoria de su papá.

“Hasta 20 mil euros rechacé por la fotocopia del contrato original que lo llevó del Barcelona a Nápoli. Aquí no hay nada en venta. Mi padre lo quiso así”, confiesa Massimo, que trabaja en un cargo no docente (como se llamaría en nuestro país) en la Universidad Federico II, la más prestigiosa de la ciudad de Nápoles y una de las mejores de Italia.

Al cumplirse un aniversario del fallecimiento de Maradona, Massimo lo recuerda con mucha emoción. “Diego no murió, porque siempre vivirá dentro de nosotros. Él nos hizo mejores (en referencia a los napolitanos)”, sostuvo conmovido. Y agregó que “para mí era como un hermano y para mi mamá era como un hijo. Fue un grande, una persona simple”, resaltó.

 

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