“Retiros (in)voluntarios” : los vampiros multinacionales, ayer y hoy

Tan temprano como 1975, Fantomas luchaba contra los vampiros multinacionales que aterrizaban en diversos países intentando imponer nuevas reglas de juego a cambio de empleo; 20 años después, los vampiros del neoliberalismo se daban un festín en la Argentina menemista; inmortales, incansables, una década más tarde aparecían succionando la sangre y la vida de cientos de trabajadores en Francia: un número alto de suicidios en France Telecom alertó sobre las consecuencias que el reino del terror y los despidos masivos allí instaurados tenían sobre la sociedad. Sandra Gugliotta comenzó a estudiar el caso hace cinco años, y a partir de allí elaboró una trilogía que comenzó el año pasado con “Suicidios telefónicos” y continúa ahora con “Retiros (in)voluntarios”, que se estrenó en noviembre y que llegará esta noche (a las 20.30 en la sala Eco Select del Centro Cultural Islas Malvinas) en el marco del Festival de Cine Latinoamericano de La Plata, gratis.

La película retoma los testimonios de las familias damnificadas por la flexibilización laboral en Francia, pero en esta segunda entrega (que podrá verse online, mañana y el viernes, a través de la plataforma Octubre TV), haciendo énfasis en lo que ocurre tras las puertas de cada uno de esos “retiros voluntarios”, de lo que no se habla demasiado: la depresión y, en algunos casos, el suicidio. 

Para narrar ese costado, la directora tiende un puente con Argentina, para acercar una visión personal, íntima, trazando un paralelismo entre nuestros 90 y lo acontecido en Francia: “Esta historia comienza en Argentina, en la habitación de mi papá, en los noventa, ante la privatización de Entel, estuvo deprimido por el trato que tuvo por parte de la empresa. Cuando escucho sobre los suicidios en France Telecom diez años después algo resuena”, explica la directora, que investigando comprendió cómo se entrelazaban las historias y decidió así contar “una película íntima, pero también política, una película personal pero sobre un hecho social”, ” sumando su experiencia a la de los trabajadores franceses.

Asentada en la base teórica plasmada por el investigador Damián Pierbattisti en “La privatización de los cuerpos”, Gugliotta encontró así la forma de “incorporar la línea de la subjetividad” para poder explorar así, en profundidad, “las consecuencias en la salud mental de las personas en cada una de estas crisis cíclicas”.

“La línea narrativa de mi padre me permite ser uno de los personajes y contar también cómo se vivió en el interior de una familia en la década de los 90”, explica la directora de "La toma", para quien desde ese punto de partida “es muy fácil llegar al 2001: la destrucción del tejido social terminó en ese estallido”. Así, lo personal se vuelve político; los cuerpos se atraviesan de crisis.

“La década de los 90 tiene una gran fractura, es una de las primeras grandes fracturas para la clase media y la clase trabajadora: para una generación de gente que trabajaba en esa época, el trabajo era algo para toda la vida. Se iban a jubilar, no iba a haber demasiadas sorpresas. Los telefónicos, pero también médicos, gente que trabajaba en empresas privadas, en ferrocarriles, en correos: toda una generación que pensaba que su vida estaba establecida. Los 90 rompen eso y empieza la reestructuración, la flexibilización laboral: ante eso, fueron muy habituales las crisis, las depresiones, pero son cosas sobre las que no se hablan”, afirma al respecto Gugliotta. Sus dos trabajos documentales repasan no solo la incertidumbre provocada por este terremoto de despidos en las dos orillas, sino también el reino del terror instaurado por las multinacionales, que presionaban a los trabajadores que no aceptaban los retiros de diversas formas, aislándolos y amenazándolos. También ese estado de miedo permanente provocó problemas de salud mental en numerosos trabajadores.

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Frente a ese régimen, Gugliotta destaca el coraje de los testimoniantes: “Tienen una decisión muy fuerte de contar lo que pasó, de ser testigos para que no vuelva a pasar”, cuenta. El coraje se redobla porque hay vigencia en lo que aparece en pantalla, presente, y muchos denunciantes sufrieron durante años para poder conseguir otro trabajo tras levantar la voz: “Pensé que estaba haciendo arqueología, que estaba hablando de algo del pasado”, confiesa Gugliotta sobre lo que esperaba cuando comenzó el proyecto. Poco a poco se fue percatando de que no solo se podían trazar puentes con nuestro pasado, sino también con nuestro presente. “El proyecto tuvo muchas resignificaciones: en los primeros años del gobierno de Macri, hubo despidos, hubo retiros voluntarios, en el interior del Pami un jubilado se suicidó, en el ministerio de Cultura la gente llegaba al trabajo y no podía ingresar, donde había listas de quién podía pasar y quién no… El tema no pasa de moda, desgraciadamente”.

Por eso es que Gugliotta atesora estas proyecciones con público, la posibilidad de compartir la película en las salas, hablar con la gente: “No quise estrenar online”, confiesa, “quise estrenar en salas, porque la película tiene que ver con el cuerpo, con cómo los cuerpos están atravesados por estas crisis: entonces, presentía que era una película para compartir, para estar juntos, para que haya debate”.