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Ocurrencias: penal, el vocablo de la semana

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

11 de Diciembre de 2022 | 04:00
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La palabra “penal” resonó como un estruendo en Comodoro Py y en Qatar. Fue el vocablo de la semana. Tiene varias acepciones y el término alude a una forma posible de castigo que en los tribunales y en las tribunas se traduce como justicia o bronca. Todo fue penalidad en estos días recargados de suspenso, aguantes y tensiones. Algunos se atajaron y otros no. En Qatar, los lanzamientos desde los doce pasos fueron la tabla salvadora para una Selección que no merecía tanto sufrimiento y que al parecer ha transformado los finales de cada partido en un canto a la agonía. Por suerte, la serie de los penales de la muerte impartieron justicia tras el paseo escalofriante por esa montaña rusa que nos había ensuciado el sueño en el último minuto.

La Real Academia pone dos acepciones ante la palabra penal. En derecho, se relaciona con las penalidades y los delitos. En el fútbol, es también una sanción y una pausa que se olvida de los equipos y se decide en un mano a mano frenético entre el pateador y el arquero. Es un instante incomparable recargado de expectativas inmensas que enmudece a las tribunas y deja absortos los rostros. Y todo eso se potencia cuando los penales, como pasa en los mundiales, es una instancia decisiva que termina sentenciando quién seguirá en carrera y quién será eliminado.

La palabra “penal” resonó en Comodoro Py y en Qatar. Algunos se atajaron y otros no

Hubo en la semana, penales de todo tipo. Angustias y sorpresas. Y maniobras ladinas. A Lautaro Martínez, el encargado del último lanzamiento, los holandeses, desesperados, lo fueron acompañando y hostigando varios metros ante la mirada impávida del árbitro. Por suerte, la brujería no prosperó. Y a Lautaro le vino bien no entender el holandés. La caminata hasta la pelota debe ser como un pasillo de la muerte para los ejecutantes. Van tensos hacia una batalla enorme con solo dos actores. Uno contra uno, no hay pelotón de fusilamiento ni sesudas interpretaciones. Y allí apareció el Dibu Martínez para devolvernos -más recargada que nunca- la alegría que se nos había evaporado en el último segundo del partido. Esto debe ser parte de la identidad del país: le patearon tantos penales, que somos especialistas en poder sobrevivir a doce pasos del final.

Los penales de la muerte son una vibrante ceremonia. El veredicto es irrefutable. No hay apelaciones: uno sigue y el otro se vuelve a casa

Había más de 50 ml hinchas en el estadio y miles de millones siguiéndolo por televisión. No hay muchos deportes colectivos de semejante espesor que tengan que enfrentar definiciones tan asimétricas: un pateador que tiene la pelota, la ubica, elige cómo tomo carrera y a dónde apuntará. Y enfrente un arquero solo acompañado por el instinto, el carácter, la agilidad y la suerte. Un duelo de una sola bala. En ese instante, la táctica no cuenta, ni los compañeros que están allá lejos ni los consejos. Es un momento tan único que, en esa instancia, hasta los más grandes jugadores han fracasado. En este Mundial, para no hacer memoria, tres de las mayores estrellas, fallaron desde los doce pasos: Messi, Lewandowski y el inglés Kane. No hay fórmulas perfectas ni hay talentos capaces de hacer a un lado todo lo que pasa por la cabeza y el alma en esos cuarenta metros que recorren desde el medio del campo hasta “el manchón de la muerte”, como calificó el chileno Francisco Mouat al punto del penal. El pateador decide. Y si es gol, festeja, pero el arquero tiene cinco chances para poder convertirse en héroe.

Penal fue la palabra de la semana. Y en el fútbol no hay apelaciones ni segundas instancias. Los penales en serie, esa verdadera ruleta rusa, aportan un veredicto irrefutable: adentro o afuera, seguís o volvés a casa. No cabe otro fundamento que el que impone la pelota. Entra o no entra. En ese segundo, la victoria y la derrota juegan a las escondidas. A doce pasos se decide todo. A la espléndida frase del poeta mexicano Antonio Deltoro, -“el fútbol es la venganza del pie sobre la mano”- , hay que añadirle que, a la hora de los penales, los brazos de los arqueros no sólo juegan, también deciden. Por eso Messi –que siempre ve más allá- cuando todos se lanzaron corriendo para abrazar a Lautaro por convertir el gol decisivo, él fue el único que salió corriendo para el otro lado, para arrojarse a los brazos milagrosos del Dibu Martínez, este arquero que atajó la desazón y otra vez se vistió de héroe.

En este país convaleciente de incertidumbre, la única certeza la trajo la pelota.

 

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