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La Ciudad |Historia de vida

Una japonesa que adoptó la Ciudad tras sobrevivir a la bomba atómica

Reiko Yamago pasó por esa pesadilla de la Segunda Guerra Mundial y luego huyó junto con su familia a nuestro país. Hoy, es un emblema de Colonia Urquiza, la zona del oeste platense que eligió vivir por más de 60 años

Una japonesa que adoptó la Ciudad tras sobrevivir a la bomba atómica

Reiko en uno de los festejos de un cumpleaños junto a los suyos. Su época de adolescente y estudiante, y posando con sus compañeras y amigas, ya en Colonia de Urquiza /Gentileza familia Yamago

Ayelén Moreno
Ayelén Moreno

12 de Diciembre de 2022 | 05:21
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Su nombre es Reiko Yamago, se encariñó con La Plata que la adoptó por más de 60 años, pero antes vivió el horrible desastre que produjo la bomba atómica arrojada sobre Japón. Ahora puede contar esa pesadilla desde Colonia Urquiza, la zona platense a donde llegó con su familia escapando del infierno de muerte y destrucción en que se había convertido su ciudad, Nagasaki. Tenía 5 años y por eso, sus recuerdos son borrosos porque, además, los adultos prefirieron durante años no hablar de aquella terrible situación del que seguramente intentaban recuperarse psicológicamente evitando además transmitirles a los jóvenes todas sus angustias.

El 9 de agosto de 1945 el artefacto nuclear llamado “Fat man” explotó causando la muerte entre 45.000 y 75.000 personas de inmediato. Según las cifras oficiales, con el transcurso de los días las víctimas fatales llegarían a cien mil y decenas de miles sufrieron las consecuencias de los graves problemas físicos causados por la radioactividad. Los sobrevivientes debieron ser trasladados inmediatamente. Por otra parte no había mucho que quedara en pie después de la bomba y miles de familias perdieron casi todo.

Nagasaki no era una ciudad más en Japón. Tenía uno de los puertos más grandes del sur del país y, en los años de guerra, se alzó con la fabricación de barcos, equipo militar y artillería. Sin embargo, lejos de los avances de la tecnología para el combate, a nivel social los ciudadanos mantenían la vida tradicional, con casas antiguas y muebles de antaño.

De Nagasaki a La Plata, con escalas

Reiko Yamago es una de esas personas que ayudó a erigir parte de todo lo que se fue creando con el pasar de los años en los barrios platenses, esas edificaciones imponentes, el empedrado y el desarrollo de la ciudad capital de la Provincia. Instalados ahora en Colonia Urquiza, su familia huyó de la crisis que vivió Japón tras la Segunda Guerra Mundial y hoy, principalmente Reiko, son un emblema vecinal.

La familia se conformaba por su padre, Kasuto Yamago -que probó suerte en Estados Unidos durante tres años luego de la explosión de la bomba pero tuvo que volver a Nagasaki-, su madre, Kasuko Kusano y siete hijos, seis mujeres y un varón. Al volver (sin éxito), hubo que comenzar a ahorrar nuevamente para poder otra vez intentar a emigrar a posibles nuevos destinos.

Con las pocas pertenencias que tenían, la familia de Reiko, que en ese entonces tenía tan solo cinco años, armó la valija y se embarcó en el Puerto de Kōbe. Fueron 45 largos días de ver solo agua, barcos y ... más agua. Algún que otro punto de transbordo y seguir hasta el sur de América. Con 7 niños, la tarea para esos padres no fue nada fácil.

El trayecto los llevó por varios puertos. Primero fue Hawai, luego Los Ángeles, California. Pasaron por el Canal de Panamá al Atlántico. Ya llevaban casi un mes embarcados mientras se acercaban a nuestro país, que los recibiría y los acogería por más de 60 años, tras ser rechazados en varios países.

Sus recuerdos sobre el viaje y sobre el barco son pocos pero claros: “Todo era camas cuchetas. El comedor un espacio grande donde había muchas sillas y mesas y cuando se terminaba de comer, se sacaba todo y se usaba para otras tareas”. La vida en el océano -más en aquellos años- no fue sencilla, cuenta. Las tormentas aparecían constantemente y, como si hubiera pasado toda la vida en un barco, Reiko sabía que el clima se recrudecía “porque nos ponían siempre el salvavidas color naranja”.

En 1961 se instalaron los primeros integrantes de la comunidad japonesa en Colonia Urquiza, diez años después del arribo de los primeros italianos en la zona. Hubo un acuerdo entre países, coordinado por el Consejo Agrario Nacional, que facilitó esto.

Las primeras diez familias aparecieron en esa productiva zona del oeste platense. Algunas de ellas desde Japón, otras desde el interior de la Provincia de Buenos Aires o desde Paraguay. En la actualidad, Colonia Urquiza tiene más de 200 familias de la comunidad, integrada por más de 600 personas.

Llegaron los Yamago, casualmente y sin saber que ya era una fecha patria en Argentina, un 25 de mayo de 1963 . La familia conformada por nueve personas, solo dos de ellos adultos, desarmó la valija directamente en La Plata.

Sin tener claro el futuro, comenzaron una historia que tendría su propio capítulo. De aquellos primeros días le vuelven imágenes de “calles con adoquines, una ciudad linda”. La familia, de las pocas que logró atesorar esos recuerdos, tiene fotografías impactantes y nostálgicas de la Ciudad: los hermanos frente a la Catedral de La Plata, jugando en Plaza Moreno, tomando la comunión, en su amado patio de Colonia Urquiza -que hoy conservan- en 460 y 186-, o con compañeras del colegio Nuestra Señora de Luján. Son solo algunas de las postales que ella recuerda y que tuvieron una influencia en lo que hoy ven y se viven en La Plata.

La familia de Reiko Yamago sabía que su país estaba pasando una crítica y triste situación. Por temor a otra guerra, decidieron emigrar puesto que, gracias a un programa del Estado, tenían un terreno asignado en Urquiza. De hecho, la casa que hoy disfrutan sus hijos y nietos está asentada en esa parcela.

“En ese entonces, Argentina era uno de los mejores países para emigrar. Mi padre averiguó, se interesó, sabía de las hectáreas de campo con casa, galpón. Con una bomba de agua natural”, afirmó. Todo eso que hoy suena normal, como tener una casa con agua y con servicio eléctrico, en ese momento era un lujo, detalla.

En aquella época “todo era campo pelado, sin árboles, camino de tierra, sin luz, sin alambrado, había vacas sueltas. Sin escuelas. Lo más cercano era en el pueblo de Melchor Romero y Abasto”.

“Era difícil”, recordó.

El dolor de la partida estaba latente entre los más grandes, al punto de que su padre nunca habló de la vida en Japón durante la guerra. Tuvieron que esperar a crecer para preguntar pero, de todos modos, la información era escasa.

El padre de Reiko consiguió una motocicleta Honda, que ella recuerda nítidamente. “Empezó con la quinta. Tenía dos caballos y un arado. Se dedicó tres años al cultivo de verdura y después cambió a la floricultura. Empezó a comprar invernáculos usados de madera y vidrio. Compró 3 y llegó a tener 10”, recordó.

En la casa todos tenían que aportar su esfuerzo. Eso marcó su memoria y todavía tienen la imagen vívida de “esos vidrios, que eran un trabajo de locos. Subirlos, bajarlos, limpiarlos”. Al tiempo, los invernáculos rebosantes de flores -que ya llegaban a más de 50- eran de nylon y se despidieron de la tediosa limpieza.

El idioma no fue un obstáculo para generar vínculos con la gente de la zona. Desde sus primeros días en suelo platense, Reiko empezó primer grado y sus compañeros, jugando, la ayudaron a aprender castellano.

La familia y la comunidad de Colonia Urquiza expandía su mercado: “Se vendía poca cantidad, mucha calidad. Se vendía al Mercado Central de capital federal y en Avenida Corrientes”.

Reiko se siente más argentina que japonesa. “Ya son 60 años, pasé mucho más tiempo acá que allá”, destacó. Pero nunca olvidó el país que la vio nacer. Viajó 3 veces y siempre volvió con la misma sensación: “Es un país del Primer Mundo, es diferente”.

Ahora, la casa que los recibió hace seis décadas en Colonia Urquiza no la cambian por nada. Tiene claro por qué, pudiendo elegir volver, se quedó en Argentina: “Allá (Japón) no hay espacio, las veredas son angostas, las casas tienen habitaciones pequeñas. En cambio, acá es todo abierto y hay mucho lugar”.

“Uno se adapta”, es la frase que mejor define lo que vive esta familia japonesa pero platense de adopción. Quizás con la sabiduría que aprehendieron de su cultura: “Si te caes siete veces, te levantas ocho”.

 

Nota: Agradecemos a Irene Isabel Cafiero, profesora, licenciada y que muy pronto tendrá su magíster en Historia especializada en la Comunidad Japonesa en La Plata. Escribió, entre otros, libros como “Voces japonesas en la Transmisión Cultural” y “Algunas voces, mucha tradición”. Integra, además, la ALADAA (Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia y África).

 

 

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