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La palabra tatuar procede del inglés tattoo, derivada, a su vez, de una expresión de los habitantes de la isla de Tahití en la Polinesia: “ta” significa golpear y “ta tau” se usaba para hablar del choque entre dos huesos. Es que al regresar a Inglaterra de las Islas Marquesas, en el siglo XVIII, el explorador James Cook describió el modo que, en aquellas tierras, tenían de marcar la piel: los golpes en la madera donde se situaban las agujas producían ese sonido, y su onomatopeya “tatau” llevó a Cook a llamarla “tattow”. Por sus variaciones, se convierte en la palabra inglesa “tattoo”, que luego llegó al francés como tatouage, y, al castellano, como tatuaje.
Para hacer un tatuaje es necesario aplicar pigmentos especiales en la capa intermedia de la piel, que no renueva sus células y permanece indeleble. Con una máquina especial, las agujas penetran la piel de 50 a 3.000 veces por minuto, plasmando un diseño. Este aparato eléctrico es una derivación de la aguja eléctrica que Samuel O Rilley patentó en 1891, en Nueva York, logrando así que la acción de tatuar fuera más rápida y menos dolorosa. El diseño se basó en una máquina stencil pen o pluma eléctrica inventada en 1876 por Thomas Édison y mejorada luego por Tom Riley, uno de los primeros artistas del tatuaje. La historia del tatuaje es ancestral y tan antigua como el hombre. Lo prueba el hallazgo absolutamente casual de Ötzi “The Iceman”, la momia natural más antigua encontrada en Europa, con 5200 años. La descubrieron en 1991 alpinistas alemanes en el Valle de Ötz, a 3200 metros de altura, en un glacial entre Austria e Italia. Lleva un total de 61 tatuajes con formas de rayas paralelas y cruces en vértebras lumbares, muñecas, rodillas y tobillos, que se hicieron con cortes en la piel, para introducir pigmentos con base de hollín o carbón, junto con hierbas medicinales. Se cree que su significado era mágico y terapéutico, para calmar dolores y congraciarse con los dioses. Actualmente se encuentra en el museo arqueológico de Bolzano, Italia.
Alrededor del mundo se han encontrado muchísimos vestigios de arte corporal histórico. En el antiguo Egipto, por caso, arqueólogos e investigadores concluyeron que quienes utilizaban tatuajes eran personas con relevancia social. En la antigua Grecia, marcaban a criminales y esclavos. Y, en Roma, identificaban con tatuajes a los desertores de sus ejércitos y legiones de mercenarios. Para ambas civilizaciones, la práctica se reservaba para las clases bajas y de ahí deriva la palabra latina stigma, traducida como una marca que implica “haber caído en estado de desgracia o desaprobación”.
En Sudamérica se han descubierto tumbas Incas con cuerpos que tenían marcas en la piel y eran enterrados con instrumentos punzantes, que, se supone, se utilizaban para hacer tatuajes. Mucho más acá en el tiempo, los tatuajes se popularizaron con los conflictos bélicos. Durante la Guerra Civil de Estados Unidos, los soldados se los hacían para que sus cuerpos fueran reconocidos en la batalla.
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