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ALEJANDRO CASTAÑEDA
Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
La Corte Suprema falló en contra de Natalia Denegri en su pedido de “derecho al olvido”. Por unanimidad, revocó una sentencia de Cámara que había hecho lugar a un planteo contra Google para que no aparecieran viejas publicaciones del caso Cóppola cuando se la buscara por su nombre.
Ella había invocado el “derecho al olvido”, pero la Corte consideró que debe imponerse la libertad de expresión, que “no solo atañe al derecho individual de emitir y expresar el pensamiento, sino incluso al derecho social a la información de los individuos que viven en un Estado democrático”.
Para los jueces, Denegri es una persona pública que se expuso voluntariamente a los programas de televisión que hoy cuestiona y destacaron que el caso Coppola generó un gran interés. Eliminar dichos contenidos -sostuvo la Corte- afectaría a la libertad de expresión y privaría a la sociedad de tener acceso a esa información.
Según el máximo tribunal, el mero paso del tiempo de una noticia o información que formó parte del debate público no justifica su eliminación, ya que ello “pone en serio riesgo la historia como también el ejercicio de la memoria social que se nutre de los diferentes hechos de la cultura”, aún cuando el pasado hoy resulte “inaceptable y ofensivo para los estándares de la actualidad”.
Agregó que tampoco es un argumento válido para solicitar la supresión de un contenido el hecho de que sea una información desagradable, porque el cariz indignante o desmesurado de ciertas expresiones del debate público no les quita protección constitucional. “Si se permitiera restringir recuerdos del acervo público sin más, se abriría un peligroso resquicio, hábil para deformar el debate que la libertad de expresión pretende tutelar”, afirma el fallo. No obstante, la Corte reconoció la existencia de un derecho al olvido, pero dijo que no es para este caso.
Natalia Denegri no es la única que quiere corregir su pasado. Muchos quieren borrar cosas que hicieron y cosas que dijeron. Google roba intimidad, secretos y calma. Trabaja sobre lo posible y no sobre lo indudable. Y acaba exponiendo a medio mundo al riesgo de un recuerdo permanente. Grato o no.
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El asunto toca fibras diversas y dolientes. La memoria, a la que tanto acudimos, muchas veces nos juega una mala pasada y se empecina en obligarnos a volver adonde no queremos. El pasado pide cuentas a cada instante. Los archivos suelen dejar desairados a esos políticos que ponen sus pensamientos a la altura de sus momentáneas conveniencias. Internet, al parecer, es un mundo en sí mismo que está más allá de cualquier regulación y contención.
Es fascinante entrar a desmontar los entretelones de lo que ocultamos y lo que mostramos. Todos queremos que sólo se conozca nuestro mejor perfil y dejar lo demás en el olvido. Buscamos así controlar la mirada del otro. En este planteo, están los que creen que la pretensión de domesticar a Google es sana y legítima. Y están los que dicen que los querellantes no persiguen una reparación moral, sino poder controlar la narrativa de su vida y corregir su pasado.
Hay que reescribir el pasado para mejorar el presente. “No basta con superar personalmente un mal momento, es necesario que nadie sepa que se lo ha vivido”, como dijo la brasileña Eliane Brum.
Es curioso comprobar que aquellos que luchan y aprovechan los espacios de Internet para mantener su protagonismo, comiencen a desear el olvido. La existencia de cualquier persona necesita correcciones.
Las tachaduras y las fugas -que es otra forma de borrarse- confirman que el ser humano siempre quiere ser otro. Por eso le piden a Google que borre las huellas que manchan. ¿Quién no quisiera poder eliminar algo de su vida? Pero, ¿tenemos derecho a ser olvidados? Como dijo Mario Benedetti: “Yo quisiera ser yo, pero mejor”.
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