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Vida nueva y difícil para los expresos políticos que Ortega expulsó a EE UU

Vida nueva y difícil para los expresos políticos que Ortega expulsó a EE UU

El expreso político nicaragüense Yader Parajón, ahora en EE UU / EFE

10 de Marzo de 2023 | 03:13
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WASHINGTON

Libres, pero desconcertados y perdidos. Así se sienten muchos de los 222 expresos políticos nicaragüenses que fueron expulsados de su país por el régimen de Daniel Ortega hace un mes y que tratan de sanar sus heridas y empezar una nueva vida que no pidieron.

“Llevamos unas cuantas semanas acá, pero todavía es difícil hacerse a la idea de que debemos arrancar una nueva vida”, cuenta Álex Hernández en una entrevista por videollamada. “Es la obligación de empezar de cero”, agrega.

Quien fuera uno de los líderes de la Unidad Nacional Azul y Blanco, movimiento de organizaciones opositoras a Ortega, continúa todavía tratando de asimilar que hace justo un mes su vida volvió a dar otro giro inesperado.

En mitad de la noche lo sacaron del penal de El Chipote, donde pasó casi un año y medio encerrado (y otro medio año en 2018), lo subieron a un avión con otros 221 presos políticos, y lo enviaron al exilio en un país en el que nunca pensó vivir. “Estamos libres pero no al 100 por ciento porque libertad plena sería poder agarrar mis cosas e irme a Nicaragua”, apunta el joven de 32 años, cuya nacionalidad le fue arrebatada por Ortega, como la de los 222 y otros tantos opositores en el exilio.

En la charla está acompañado de otros dos expresos, Yader Parajón y Marcos Fletes. Los tres se conocieron en El Chipote y sienten cosas similares tras este mes: el desconcierto de no saber qué hacer con sus vidas y cómo curar las fuertes heridas psicológicas que les ha dejado la cárcel. Cosas similares a las que sienten la mayoría de los 222, aseguran. “Lo más difícil es saber dónde radicarme”, relata Marcos, desde la casa de un hermano que lo recibió en California.

Para Yader, lo más complejo fue también decidir dónde quedarse, tener la mente relajada y poder dormir, cuenta desde casa de unos amigos que lo alojaron en Florida.

Álex está en Maryland con unos compatriotas que le abrieron sus puertas sin conocerlo. Una de las cosas que más lo sorprendieron es “el despliegue de solidaridad de todas las personas”. “Vivo en casa de unas personas que no conocía y, sin embargo, ya siento que me conocen desde hace años y me apoyan”, afirma. Gracias a ellos se está recuperando poco a poco.

“Estoy tomando terapia por la ansiedad. Siempre pensé que tenía capacidad de resiliencia, pero esta vez me dije que necesito ayuda para aceptar esta nueva realidad”, señala. Por el momento, al igual que Yader, ha decidido alejarse un tiempo de la lucha “por salud emocional” y no participar en la acción política que intentan iniciar desde el exilio otros expresos.

Los tres están de acuerdo en que arrancar una nueva vida en EE UU, la que muchos sueñan, es un proceso y que pronto estarán bien. Sueñan con poder trabajar, estudiar y, en el caso de Marcos, convivir con sus hijos. También esperan resolver el tema de la cobertura sanitaria, ya que no la tienen pese a su situación de vulnerabilidad. Además, el permiso humanitario que EE UU les concedió no se la otorga y por el momento también siguen a la espera de los papeles que les permitan trabajar.

En otra entrevista telefónica, la activista Suyen Barahona, aunque está agradecida, repite las mismas quejas. “La mayoría tiene muchas necesidades de salud, de hacerse revisiones, y también de tener un empleo”, explica, ya que los permisos de trabajo, aunque están acelerándose, todavía no han llegado.

Barahona, una de las 33 mujeres que viajaban en el vuelo, habla también de otras demandas colectivas, que el grupo comparte a través de encuentros virtuales, como el reencuentro de las familias, ya que el régimen está dificultando la obtención de pasaportes.

Aunque algunos tienen aquí a su familia, la mayoría vive “con la angustia” de tenerlos en Nicaragua, vulnerables a cualquier represalia.

Así lo cuenta Lázaro Rivas desde la casa de su hija en Chicago, donde está pasando estas semanas. En Nicaragua le quedan otros dos hijos y su esposa, que son ahora su principal preocupación.

Esa y la de no saber qué hacer encerrado en las cuatro paredes que se le quedan tan pequeñas como una celda.

“Paso aquí encerrado todo el día en este apartamento, haciendo nada y con todo el gasto”, apunta, agobiado por la situación, con una urgencia máxima de que lleguen los papeles para poder trabajar y comenzar, de verdad, la vida en el norte que muchos sueñan, pero que a ellos les fue impuesta.

 

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