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Alejandro Castañeda
A este mundo tan furioso, cada tanto le viene bien que los oropeles, los rituales palaciegos y la pompa se pongan un ratito por encima de las ingratitudes del día a día. La coronación de Carlos III y Camila fue una fanfarria majestuosa. A él se le había agotado la esperanza de reinar por culpa de esa mami que duraba más allá de lo calculado. Pero ayer desfiló, ante una multitud, un amor escondido que había andado más de medio siglo tropezando.
Camila fue una Penélope paciente que hizo de la espera, un destino. Su bello durmiente, más durmiente que bello, había atravesado con su estampa somnolienta las puertas de una pasión a la que nadie aceptó y todos combatieron. Pero ellos nunca aflojaron, aunque la reina, la opinión pública y la iglesia se avergonzaran.
Su desenlace le dio lustre cortesano a los amores clandestinos y puso en valor esos metejones de gente deslucida, hecha de tenacidad y paciencia.
Él se comportó, es cierto, como un príncipe interesado y cobardón que protagonizó un falso casamiento para no perder castillos, investidura y viáticos.
Aquel fastuoso paseo en carroza junto a Lady Di, terminó enseñando que las monarquías se alimentan de efectos especiales destinados a mostrar que lo que se ve no es lo que existe. Y la carroza de oro de ayer, le permitió andar del brazo de sus dos grandes amores: Camila y la corona.
En ese mundo, donde todo es irrealidad y apariencia, esta pareja empecinada recordó que el amor es lo único que puede alterar el rumbo de estas vidas programadas desde la infancia.
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Fue una pasión testaruda que tuvo todo en contra. Camila no era sexy ni soltera. Y tuvo que enfrentar a fantasmas de altísimo perfil: peleó contra Lady Di, contra Isabel II y contra el imaginario de medio mundo. Camila era menos joven, más usada, más arrugada y más infiel que la titular. Y estaba casada con el bueno de Parker Bowles, un cornudo feliz y comedido que soñó ser swinger y se despertó en medio de un trío lastimoso.
El flechazo había arrancado más de medio siglo atrás y los obligó a estos amantes persistentes a sostener una doble vida muy acalorada que sólo perdió ardores cuando dejó de ser clandestina.
Ella, como tantas, parecía más feliz como amante que como señora. Aquel novio furtivo portaba una fragancia aventurera que se fue perdiendo cuando se convirtió en marido.
El gran constitucionalista británico Walter Bagehot ya lo había anticipado: “El poder de la monarquía se basa en el misterio y cuando la luz se derrama sobre la institución, el hechizo se rompe”.
La constancia fue la bandera de esta infidelidad interminable. Siguieron siempre juntos, sin aliados ni carisma. Demostrando que hay amores que exigen adversidades para ponerse a prueba.
En la juventud se juraron amor eterno y han cumplido. Su unión no necesitó ni de hijos ni de bendiciones. Fue una pareja resistente que se ajustó al formato de un amor de extramuros, subrepticio y maldecido.
Hoy Carlos, un emperador de sangre azul y fortuna de todos los colores, alcanzó la corona más ansiada junto a la mujer querida. Ayer la monarquía hizo las paces con las trampas amorosas y puso en carroza de oro a esta pareja tenaz y desabrida. Nunca la infidelidad había sido premiada con un trono.
Alguna vez dijimos que hay que valorar el avatar estos antihéroes románticos, devaluados y sosos, que han hecho maravillas a favor de la buena fama del amor. Su historia sigilosa no tuvo ni un solo aliado.
Con Diana en vida y con hijos en el medio, este vínculo clandestino vino a confirmar la saludable sobrevida de algunos tríos, esos difíciles esquemas amorosos que suelen desencadenar tormentas pero, que bien llevados, como se ha visto, ofrecen alternativas convenientes a más de un indeciso/a.
Aquí, salvando las distancias, también tenemos una pareja presidencial que se entrelazó muy ilusionada y después de repartirse los regalos no quiso ni guardar las apariencias. Alberto ha compuesto un Bowles resignado que no ignora que el príncipe Sergio cada vez se acerca más a ella y al castillo. Este trío de emergencia viene operando en medio de un país que sueña con una carroza de dólares para poder ir hasta octubre.
Nunca la infidelidad había sido premiada con un trono
La monarquía hizo las paces con las trampas amorosas y coronó a esta pareja tenaz y desabrida
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