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Juan Luis Bour
Juan Luis Bour
Como decía Alan Greenspan refiriéndose a la enigmática relación entre las tasas de Fondos Federales y el rendimiento de los Bonos del Tesoro tres décadas atrás, enfrentamos un conundrum –otro enigma- en lo que se refiere a cambios en el PBI y el desempleo, que en nuestro caso no es tan difícil de desentrañar. En efecto, es habitual esperar que, frente a una caída de la actividad, el desempleo crezca fuertemente como consecuencia de una contracción de la demanda y eventual aumento en la oferta de trabajadores.
Las experiencias del Tequila (caída del PBI de 4.4% entre el segundo y cuarto trimestre de 1995 y salto del desempleo de 9 puntos, a 20.2% en el Gran Buenos Aires en mayo de 1995), la crisis asiático-brasileña del 98/99 y la de la Convertibilidad en 2002, fueron todos ejemplos de una marcada asociación negativa entre PBI y desempleo. Sin embargo, en otros periodos, la relación –aunque se mantuvo- fue bastante más débil, y en particular cabe citar la hiperinflación del 89, en que la tasa de desempleo promedió 7.3% en GBA (apenas 1.3% arriba del nivel del año anterior), a pesar de que el PBI caía más de 9% entre el segundo y tercer trimestre. Algo pasaba en este caso que frenaba el salto del desempleo.
En la primera mitad de 2024, la caída del PBI fue de 5.2% en el primer trimestre y 1.7% en el segundo (sobre una base que ya había caído 5.3% en el mismo periodo de 2023). Como era de esperar, el desempleo creció, pero lo hizo moderadamente: 0.9 puntos porcentuales interanuales en el GBA en el primer semestre, 0.6 puntos porcentuales en el interior. De hecho, no podemos dejar de notar que esta débil reacción del desempleo ya la observamos en toda esta última “década perdida” que va desde 2012, con una tasa media de desempleo de 9.5% en GBA y de 7.5% en el interior, tasas que estuvieron lejos de explotar hasta los dos dígitos como en todo el periodo que va de 1993 a 2005 en GBA.
Otro aspecto que puede resultar sorprendente es que las tasas de empleo en la Argentina se han recuperado post-pandemia por arriba de las tasas pre-pandemia y por sobre niveles de la década previa, y en magnitud significativa. Eso no ocurrió en otros países como Uruguay, Chile o los Estados Unidos. Para mantenerse en el vecindario, en Uruguay la tasa de empleo se acerca hoy, pero no llega, a los niveles excepcionales que tuvo en el periodo de muy alto crecimiento del PBI entre 2005 y 2014 (5.3% promedio anual). En Chile, la tasa de empleo también se recuperó post-pandemia pero está 1.5 puntos por debajo de su nivel en el periodo 2010-18 de alto crecimiento (3.5% promedio anual).
En la Argentina, la tasa de empleo en el segundo trimestre de 2024 está 2.5 puntos por arriba de la tasa media de 2007-19, cerca de los máximos del año pasado. Es decir que aquí, el mayor nivel de empleo parece estar asociado al fracaso macroeconómico, mientras que en otros países el crecimiento de la proporción de ocupados se asocia con un mercado laboral que vibra con el crecimiento económico.
El enigma en cuestión se disipa en la medida que abrimos los datos disponibles y verificamos que hay más de un factor que puede estar explicando ese funcionamiento. En primer lugar, hay que recordar que, en cualquier mercado, los precios son relevantes, es decir que cuando el precio cae, la demanda por lo general sube –todo lo demás constante, y aun en casos en que lo demás no se mantiene constante-, y que la oferta también reacciona a los cambios de precios.
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En el mercado laboral, la caída de salarios reales puede actuar en procesos de alta inflación como un factor que reduce el costo laboral total y unitario, facilitando que las empresas retengan empleo aun cuando enfrentan una caída en la demanda final. En ese contexto de alta inflación también puede darse que, por el lado de la oferta y ante la expectativa –observada o simplemente esperada- de una caída del empleo, se reduzca el precio de reserva o salario reclamado/aceptado por los ocupados. Estos comportamientos están detrás del hecho que, durante los años de muy alta inflación en los 70 y 80, el desempleo en la Argentina era bajo. Y que, en cambio, se disparó durante la Convertibilidad en que la inflación cayó casi a cero, lo que hizo “explotar” los costos laborales unitarios más allá de las reformas.
Pero hay mucho más. En particular, con el mediocre desempeño macroeconómico de los últimos 13 años, las oportunidades de empleo formal “de calidad” se estancaron o cayeron, de modo que los oferentes de trabajo (los que entran al mercado) tuvieron que “crear” su propia demanda laboral a través de actividades por cuenta propia (monotributistas, sociales o no), semiformales o informales. La estadística registra a muchos de ellos como empleados “formales” porque satisfacen un requisito regulatorio –pagan una cuota mínima-, pero el panorama de largo plazo muestra que se trata en la mayoría de los casos de actividades de muy baja productividad.
El empleo, y por tanto la tasa de empleo, puede crecer en forma sostenida, pero ese aumento es muy diferente al que resulta en otros países en que ese crecimiento implica una mejora de ingresos reales de la población. El PBI por habitante cae, y también lo hace el ingreso real promedio.
Alguien va a descubrir de pronto que la tasa de pobreza en la Argentina es la más alta que se registre y, a la vez, que la tasa de empleo está en los niveles más altos de la historia, y que ello plantea un enigma.
Probablemente necesitamos que economistas y políticos aprendan a leer las estadísticas y la experiencia real.
Tal como se ha mencionado más de una vez, el problema de bajos ingresos reales de la población –ello incluye a todos, empleados del Estado o del sector privado, asalariados o cuentapropistas, formales e informales- tiene en su base un problema de baja y declinante productividad.
Puede ser aburrido repetirlo, pero cuando políticos y economistas sueltan slogans sin estudiar lo suficiente hay que volver a las reglas de la escuela primaria. Répétez avec moi: c’est la productivité (Repite conmigo: esto es productividad).
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