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Sus restos despedían luz en el cementerio de Tolosa y al ser trasladados al de La Plata, muchos años después, su cuerpo apareció milagrosamente conservado
El mausoleo que se le construyó a Behety en el Cementerio de La Plata
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Fue el Adán de los poetas platenses. Su vida de bohemio se pierde en aquella desvalida llanura donde crecía el caserío platense rodeado de palacios franceses y alemanes. Fue poco conocido entre sus vecinos en esos días. Fue casi nadie hasta que murió. Pero veinte años después de muerto se convirtió en el primer mito de la Ciudad, arropado por la superstición popular.
Se llamaba Matías Behety y venía de una familia acomodada del Uruguay, donde había nacido se cree que en 1849. Fue un colono de la poesía, extraño en el tablero de aquella aldea febril que se creaba entre andamios vertiginosos. Si en todo universo el poeta carga el pecado original del emigrado, hay que verlo además errante, solitario en las primeras tabernas de la zona, sobre un extraño mundo dibujado por arquitectos y geómetras.
Conoció el encantamiento de París. Y después decidió venirse para esta La Plata recién fundada, recomendado por los amigos porteños e ilustres que tuvo en la Argentina, sus conocidos y compañeros del Nacional: Manuel Quintana, luego presidente de la República, Aristóbulo del Valle, Miguel Cané, Carlos Guido Spano. Y también Bartolomé Mitre y Florencio Varela, entre otros. Se puede asegurar que no le faltaron amigos, entonces.
Cané, el autor de Juvenilia, dijo de él: “Nunca se impone a mi espíritu con más violencia el problema de la vida, que cuando pienso en ese hombre”.
Con el apoyo de esos amigos inició en las columnas periodísticas la campaña contra la fiebre amarilla: “Fue el hombre más inteligente y capaz de su generación”, dijo entonces Quintana, cuando aquel casi niño mimado -que admiraba a Edgar Allan Poe- no había aún trasegado la ginebra ni se había perdido en la nebulosa bohemia del ajenjo.
Ingresó en 1884 como periodista al diario “La Plata”, que dirigía Francisco Uzal. Seguía siendo la pluma más capaz y certera, pero, como diría Rafael Barreda, “ya está perdido. En la redacción lo ven de a ratos, no se puede contar con él”. ¿Qué había ocurrido con este hombre? Se había enamorado años antes de una joven bellísima, María Lamberti. Pero aquel romance tuvo el final literario de la época: la muerte de la amada llegó temprano y Behety se quedó con las sombras.
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Escribió entonces este poema, titulado “María” que en realidad lo recuerda más a él que a ella: “Venid a mí sonriendo y placenteras/ visiones que en la infancia he idolatrado/ ¡Oh, recuerdo! Mentiras del pasado/ ¡Oh, esperanzas! Mentiras venideras”/.
“Ya que huyen mis lozanas primaveras/ quiero ser por vosotras consolado/ en un mundo fantástico, poblado/ de delirios, de sombras y quimeras”/.
Y termina con esta estrofa: “Mostradle horrible la verdad desnuda/a los que roben, de su ciencia ufanos/ a todo lo ideal su hermoso aliño;/ pero apartadme de su estéril duda/. Y aunque me cubra de cabellos canos/ ¡dejadme siempre el corazón de un niño!”.
Matías Behety, uno de los primeros poetas platenses
En 1885 vivía miserablemente, en el fondo de un bar cuyo dueño se negaba a cobrarle nada. Pero Behety le pagaba cada vez que podía. Allí fue visto por última vez. Sufría tuberculosis pulmonar y de esa enfermedad murió, internado en el Hospital de Melchor Romero, tal como lo certifica el médico Juan del Carril.
“Ha muerto la promesa del alba”, dijo Antonio Lamberti, hermano de aquella novia muerta que tuvo Behety.
Lo enterraron en el cementerio de Tolosa, ubicado cerca del actual 118 -la famosa Calle de la Amargura o de los Suspiros- porque por ella llegaban los cortejos fúnebres de La Plata, entre 528 y 529.
Y alguna vez un paisano tolosano aseguró que desde una tumba de aquel cementerio amanecía como una fosforescencia. Se habló entonces, también, de la temida luz mala que brillaba en las noches del campo argentino. En el caso de Behety se dijo que el fenómeno respondía a una tardía y luminosa rebelión de la belleza.
Lo cierto es que el cementerio de Tolosa funcionó hasta 1887, porque La Plata comenzó a construir su actual necrópolis y el cementerio tolosano quedó abandonado hasta iniciado el siglo XIX, decidiéndose entonces trasladarlo al de Diagonal 74. Y allí estaba la tumba de Behety, que al ser exhumada hizo crecer un mito que perdura. Al abrirse el cajón, apareció su cuerpo milagrosamente conservado.
Sus amigos llegaron desde Buenos Aires para volver a verlo, ya que parecía estar vivo. La noticia corrió y el cementerio se pobló de gente, a tal punto que se lo tuvo en exposición varios días. Le llamaron también la “Momia de Tolosa”.
Algunos comenzaron a decir que era un “santo”, de modo que la Municipalidad decidió suspender lo que amenazaba con ser un desborde. Y Matías Behety, aquel Adán de la poesía platense, quedó en la leyenda.
Desde 1925 el cuerpo de Behety descansa en un mausoleo construido por su familia, muy cerca de la entrada del actual Cementerio de La Plata.
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