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Ser foodie o no serlo. Esa es la cuestión. La comida es un arte en sí mismo para las foodies, para quienes alimentarse mucho más que nutrirse es una experiencia compleja donde todos los sentidos importan: el lugar, la comida, la ambientación, el vino, la compañía y la foto para la red social favorita. Para un foodie todo importa mucho porque aman, sobre todas las cosas, el placer.
Quiero hacer un postre. Pero no cualquier postre. Sé lo que no quiero: no quiero la abundancia de los ingredientes, la desproporción de las porciones, el desinterés del emplatado, la asociación con términos como chocotorta o postre borracho. No. Quiero otra cosa, un sabor nuevo, una experiencia, un momento en la cocina, la concentración en la técnica, los ingredientes perfectos y la vista atenta en un tutorial de Youtube: corto las manzanas en finas rodajas, trabajo una masa hojaldrada, rocío con aceite vegetal mi molde de muffins. Esta noche, antes de dormir, comeré flores. Gajos de manzana abriéndose como una rosa en el horno caliente. Soy una chica foodie. Y me encanta.
Un foodie, desprevenido lector, no es un chef, no es un crítico de cocina, no es un adolescente de una tribu urbana que usted desconoce. Un foodie es, sobre todo, alguien que ama comer. Pero entonces casi todos lo somos, se preguntará. La respuesta es no. La buena noticia es que hay formas muy simples de identificarlos y también que el camino hacia la vida del buen comer, el buen beber y las fotos tuneadas de cada plato nuevo en instagram no es tan complicado de seguir. Sólo necesitará elegir un bando de la vida y contar, claro, con un celular inteligente. “Y las elecciones son dos: las muy citadas y remanidas alternativas de comer para vivir o vivir para comer”, plantea M.F.K. Fisher en el libro de cocina más lindo que un foodie puede tener “El arte de comer”. Usted, ¿de qué lado está?
Mis flores de manzanas tuvieron tanto éxito en el paladar de mis invitados como likes en Facebook y corazoncitos en Instagram. Además fueron el postre de una cena elaborada pensada con frutas de estación y la carne roja más accesible en este momento: bondiola. Mientras florecían los gajos de manzanas, en el horno la bondiola se cocinaba envuelta en una salsa de mostaza gourmet importada y ramitas de romero y en la olla las peras y cebolla morada se reducían para un chutney digno de fotografiarse. Porque hay tres cosas que un foodie siempre sabe si cocina en casa: qué comprar por calidad y precio en el momento del año, de dónde proviene lo que compra y cómo hacer que un plato simple se convierta en una experiencia estética. Porque el alimento, señores, primero entra por los ojos.
Si escribe “foodie” en google el resultado será de unas 69.900.000 menciones en 0,40 segundos. Aparecerán títulos del tipo “siete razones para ser un foodie”, “qué es ser un foodie”, “foodie: la nueva moda”. Y siguen los éxitos. Sin embargo, el término foodie es bastante anterior a Internet. Los primeros en usarlo fueron tres ingleses -Paul Levy, Ann Barr y Mat Sloan- en el libro The Official Foodie Handbook (1984) y en Wikipedia se define como “una clase particular de aficionados a la comida y la bebida”, “ameteurs, amantes de la buena mesa, a los que simplemente les encanta la comida por su consumo, estudio, preparación y noticias”.
Los foodies o los amantes de la comida como una experiencia sensorial completa tienen en claro algo muy básico: entre los veinte y los cincuenta años un ser humano pasa unas veinte mil horas masticando y tragando alimentos: “más de ochocientos días y noches de sostenido yantar” ejemplifica Fisher. Y otra vez la máxima para que cada cena y cada desayuno sea mucho más que saciar el hambre: “Comer es una necesidad, pero comer con inteligencia es un arte”, La Rochefoucauld.
Juan Pablo cumple tres años con su novia y quiere sorprenderla. Diseñador gráfico y amante del sushi por sobre todas las comidas, este hombre de 38 años sabe que su debilidad y la de su billetera son los restaurantes. “Vamos a comer afuera dos veces por semana como mínimo, si bien tengo clásicos a los que siempre vuelvo, me encanta descubrir nuevos lugares y sabores, conocer ese restaurante secreto del que todos hablan o sorprenderme ante la propuesta de cenas en pasos de un chef”, afirma este foodie que cita a Borges para argumentar su pereza en la cocina: “Él dijo alguna vez ´creo que soy mejor lector que escritor´. Me pasa algo parecido con la comida, me siento más preparado para degustar una buena comida que para prepararla. Son dos experiencias completamente diferentes”.
Y en la búsqueda de esa experiencia, que define como un conjunto de sensaciones, partió el fin de semana pasado junto a su novia para celebrar el amor a un pueblito bonaerense que prometía, en TripAdvisor y en Guía Óleo, el momento perfecto: un locro patrio en una mesa con vista al horizonte pampeano en el atardecer. Claro que, como buen foodie, escribió su crítica del restaurante y de Uribelarrea, el pueblo. “Soy totalmente un foodie. Me siento habilitado para opinar e incluso recomendar lugares a todos”, dice Juan Pablo y es cierto porque un chico foodie siempre sabrá recomendarte el lugar adecuado, como si fuera el google para sorprender y nunca decepcionar a la hora de elegir dónde cenar, o almorzar, o desayunar.
“La comida es una de las cosas más importantes de mi vida, no solo porque me dedico a eso sino porque me genera una felicidad enorme cocinar y comer rico”, cuenta Laura Arnau -30 años, cocinera- para quien pocas cosas alimentan tanto el alma como comer y beber bien. De chiquita, Laura esperaba su día favorito ansiosa y preparada. Eran los sábados a la tarde, cuando amasaba junto a su padre pizzas y las cocinaban en el horno de barro. Existe el recuerdo en la cocina y también el descubrimiento de lo nuevo. Para Laura, aún hoy, es imposible igualar el sabor del tuco de los fideos de su abuela, pero se deja sorprender por nuevos sabores como la vez que probó, por primera vez, el huacatay, una hierba que se utiliza mucho en la cocina peruana.
Para Diego Urko -35 años, periodista- la comida lo es todo. Pero no se trata de comer por comer, sino de algo íntimo, cálido, picante. Una búsqueda de un sabor perdido de la infancia. El aroma de los mejillones deshidratados de Angelmó, en Puerto Montt. La sopa de mariscos que tomaba con su padre. Una batata suiza rellena en Lagoa de Conceicao, Florianópolis. El placer de amasar el propio pan. La educación de los sentidos para disfrutar sus vinos favoritos, los salteños. Este foodie platense es fan de las especias y las hierbas aromáticas, del curry, la albahaca y la pimienta y tiene una frase que lo hace feliz: “creo que el lujo no va en el dinero sino en la experiencia gastronómica”.
En su caso fue un viaje que arrancó en la bebida y siguió en la combinación de sabores, en reuniones hermosas, comida sabrosa, con gente que disfruta de lo mismo al mismo tiempo. “Complicidades aromáticas”, dice Diego para quien además de cocinar y descorchar buenos vinos es muy importante la presentación, el emplatado, la foto en facebook o instagram, porque cocinar es un arte y mostrarlo, también. Por eso, cuando va a un restaurante piensa en el chef, imagina su rostro, cómo será, qué le gusta, a través de lo que ve, de lo que come y de lo que siente en ese lugar. “Para mí la ambientación es muy importante, cómo está presentada la carta, las fotos del lugar y los platos, cuáles son los vinos, todo”. La experiencia gourmet del foodie es así, completa.
Otro tipo de foodie es el que muere de amor frente a un producto gastronómico difícil de conseguir, que esconde una posibilidad de sabores desconocidos en un frasco que, además, es hermoso. Manuel Burak es un productor de 40 años que siempre pide lo mismo a todos sus amigos viajeros: que le traigan “salsas raras”. Como buen foodie, también es un chico moderno. Desde Nueva York, un amigo le muestra las góndolas de los mercados por videollamada y él va eligiendo: Mango Habanero Sauce, Safari BBQ o Chipotle Ale Hot Sauce. Así, la alacena de su casa parece un museo de frasquitos de colores, sabores y texturas distintas, para hacer honor a los programas de cocina que mira.
Manuel, igualmente, es un foodie tardío. Se inició, y esto seguro le interesa mucho al lector que recién se anima en la cocina, a través de una plataforma web que te obsequia la posibilidad de cocinar gourmet sin el esfuerzo y el conocimiento que eso conlleva -y que los foodies aprenden a base de cenas y videos-: buenchef.com. Te llevan a tu casa una bolsita de cartón con todos los ingredientes y la receta para preparar una cena y llevarte los aplausos. ¿Un poco tramposo? No importa, cuando pica el bichito del buen comer, lo dicen todos, es un viaje de ida y antes de llamar a una pizzería vas a encontrarte cocinando un rico plato con las cosas que están en tu heladera. Porque un foodie también es creativo.
Cada vez más vemos comida en nuestra realidad virtual. Ya sea en el timeline de twitter, en el muro de facebook, en instagram, pinterest o cualquier red social los platos deliciosos se reproducen más que las fotos de gatitos. Pero además de verla y desearla, ¿la cocinamos? Eso es lo que se proponen lograr los cocineros estrellas de instagram, con videos simples y pasos sencillos muestran una posibilidad de sabores fáciles de reproducir en la cocina por foodies inspirados. La vida es muy corta para comer y beber mal, dice el refrán, y -agreguemos- también es muy corta para quedarte obnubilado por los documentales y realities de cocina en la tele y no hacer algo al respecto. Vamos a cocinar, señores.
Víctor García es venezolano y hace un año lo que más hacía cuando llegaba a su casa era llamar al delivery. Hasta que un día se cansó, renunció a su trabajo, abrió una cuenta de Instagram con un nombre gracioso y se puso a cocinar. “El gordo cocina” ahora tiene tanto éxito en las redes que sus tostadas con huevos revueltos se reproducen a la mañana en la casa de cientos de foodies. “Amo comer y por eso aprendí a cocinar desde chico, para hacer lo que yo quería comer. A medida que fue pasando el tiempo me di cuenta que cocinarle a alguien es un gran gesto de amor”, afirma Víctor que, ahora que no trabaja más en una oficina, se pasa el día cocinando. “La cocina es algo con lo que todo el mundo tiene que ver porque básicamente tenés que comer todos los días y además te entra por los ojos, ver cosas ricas lo hace más divertido”.
Paulina Roca es una socióloga de 39 años que empezó “jugando a la cocinita” para divertirse y hoy cocinar es casi su actividad principal. La pueden encontrar en instagram como Paulina Cocina (www.paulinacocina.net) y aprender recetas de foodies, como ella misma se considera, con sus videos. “Cocino porque cocinando me olvido del mundo. Cocino porque si no cocino me muero. Cocino porque me hace feliz y cocino porque me gusta mucho, mucho, comer rico”, afirma casi como un mantra culinario. Y asegura: “Foodie es una palabreja de internet que se refiere a todos nosotros, los que nos pasamos contando qué comemos y nos sacamos selfies con la comida, yo soy una foodie de barrio”, se ríe porque, dice, no ser tan estética. Pero le gusta tanto comer que ante la pregunta sobre su plato favorito responde: “¿Cuál es tu canción de los Beatles favorita? Imposible de contestar”.
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