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Con ayuda de expertos, el vino de la costa busca nuevos sabores, sin olvidar su historia

Agronomía y Exactas trabajan con los productores para mejorar las vides y diversificar la oferta

Con ayuda de expertos, el vino de la costa busca nuevos sabores, sin olvidar su historia

Martín Casali, presidente de la Cooperativa de la Costa y Rubén Verón, productor y responsable de la bodega, con las distintas variedades del vino que une generaciones de berissenses - sebastian casali

Por Carlos Altavista

9 de Julio de 2017 | 04:03
Edición impresa

A principios de 2005, el gerente de fiscalización del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), Kevin Caillet Bois, viajó a Berisso para recorrer las quintas de los productores vitivinícolas. Irene Velarde, columna vertebral del apoyo inclaudicable de la facultad de Agronomía al resurgimiento, primero, y a la consolidación, después, de la industria del vino de la costa, le avisó al secretario de Producción del Municipio de ese momento, Luis Stangatti.

La visita estaba enmarcada en la batalla que se libraba en aquel entonces para que la cepa “Vitis labrusca variedad Isabella”, conocida popularmente como uva chinche, fuera nuevamente reconocida como vinífera, estatus que le quitó la dictadura de Juan Carlos Onganía (1966-1970).

“Yo pensaba: cuando el tipo vea las condiciones en que se produce, porque aún no estaba la bodega y encima había tocado una semana de lluvia que hacía casi imposible el ingreso a las quintas, nos manda a meter presos a todos”, recuerda el ex funcionario en el libro “Berisso brinda con vino propio”, de Luis Sayavedra, quien agrega que Caillet Bois, al terminar su trabajo, disparó: “Si el INV no aprueba este vino comete un acto criminal. Este producto es la historia de este pueblo. No podemos no ver eso”.

En los ‘40, setenta familias producían un millón de litros al año. En los ‘60, la dictadura de Onganía quitó la uva chinche del catálogo de uvas viníferas para beneficiar a Cuyo. En 2013 volvió a ser reconocida, pero con limitaciones. Hoy, la batalla por crecer continúa

A casi 20 años de la primera reunión entre integrantes de la facultad con los nueve productores que quedaban en pie a fines de los ‘90, Velarde y un grupo de colegas, en Agronomía, e investigadores y becarios de Ciencias Exactas, están estudiando y experimentando caminos para mejorar la producción y crear nuevos sabores, con el fin de ampliar el horizonte de una actividad que “ha entrado en una suerte de meseta”, dice la experta.

Hay un límite legal en la base de ese amesetamiento. “El enorme logro del 2013 fue que el INV volviera a admitir como vinífera a la Vitis labrusca variedad Isabella”, quitada del catálogo nacional en 1967 para promover la zona de Cuyo, resalta la ingeniera agrónoma. “Pero acto seguido -añade- y por una presión incomprensible de los grandes productores cuyanos, el instituto dictó otra resolución que limitó la expansión geográfica de los viñedos. Desde entonces, el área plantada se mantiene en torno a las 20 hectáreas”, detalla.

Espalderas en lugar de parras, un cambio en la forma de poda de las plantas, estudios para determinar cuál es la mejor levadura y experimentos con injertos de otras cepas para ampliar la variedad de productos son las grandes líneas sobre las cuales vienen trabajando los universitarios junto con los productores.

la ciencia al servicio de las familias productoras

Media mañana del viernes último. Lluvia, frío, humedad, viento. Irene Velarde y su colega María de los Angeles Romero, titular de la cátedra de Fruticultura, miran por la ventana de Agronomía y piensan en la fiesta, la 14º fiesta del Vino de la Costa que empezaba ese día (ver aparte).

“Existen saberes que han pasado de generación en generación, tradiciones, costumbres, todo de un valor incalculable, pues es la historia del vino de la costa, de toda una comunidad”, introduce Romero, para apuntar que “el cambio climático, de público, de formas de trabajar, tienen que dar paso a estrategias que mejoren la producción. Por ejemplo: la parra está directamente relacionada con la necesidad de evitar las crecidas del río, pero las espalderas (cercos de plantas) permiten una mejor iluminación (de los rayos del sol) y facilitan el trabajo porque los racimos de uvas están a la altura de las manos”, describe.

Eso sí, se está experimentando con diversas alturas en distintas zonas para seguir evitando esas entradas del río.

Luego comenta que “siempre se ha realizado una poda mixta, es decir, una rama corta y otra larga, de 12 yemas, con la convicción de que si algunas no producen otras sí lo harán. Pero ello provoca, por un lado, brotes abundantes y poco vigorosos en los extremos, y por el otro, una enorme dificultad para enseñarle el trabajo al obrero inexperto. Eso se podía hacer cuando el productor conocía en detalle cada una de sus plantas y se encargaba de todo. Así, optamos por podas cortas”, indica Marita Romero.

Lo que parece de sentido común, en el área de extensión universitaria lleva mucho tiempo y perseverancia, pues “los resultados de lo que se propone tienen que ser visibles, y eso no se da de un día para el otro”, acota Velarde.

Y vaya si lo sabe. Cuando a fines de los ‘90 se reunió -con su colega Mariana Marasas- por primera vez con los viñateros para iniciar el arduo trabajo de hacer resurgir la actividad, uno de ellos dijo: “Qué me van a enseñar estas rubias a mi, que hago vino hace 30 años”, recuerda entre risas.

Realza que “hoy Exactas está haciendo un trabajo inédito y fundamental, pues está en la búsqueda de la mejor levadura que convierte el azúcar en alcohol (en la uva hay varias)”. En tanto, ya hay injertos de uvas pinot noir, chardonnay y tannat en pie de Isabella. Hay que buscar nuevos sabores y mercados.

 

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