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Por Nicolás Isasi
La inauguración del antiguo Teatro Colón, ubicado en la Plaza de Mayo donde hoy se encuentra el Banco Nación, fue en el año 1857 con la ópera “La Traviata” del compositor italiano Giuseppe Verdi. Hoy, ciento sesenta años después, se reestrenó con grandes expectativas, varias funciones a sala llena, pero poco criterio artístico.
Es que la puesta en escena del director Franco Zeffirelli fue la elegida por el Teatro Colón en reemplazo de la puesta de Sofía Coppola, anunciada y luego cancelada para esta temporada. Claramente, ambos nombres convocan por sus apellidos: en el primer caso por ser una persona muy ligada a la lírica; en el segundo por tratarse de la hija del reconocido director cinematográfico de “El Padrino”.
Sin embargo, la producción realizada en el año 1991, se encontraba guardada en los depósitos de la Opera de Roma desde hace algunas décadas y llegó en contenedores especialmente hasta el Teatro Colón para esta ocasión.
Es bien sabido que las puestas de Zeffirelli tienden a una mirada clásica, y pretenden contar todo de manera precisa, con los elementos y movimientos tal cual indica el libreto, con ostentosas escenografías y suntuosos vestuarios. Pero realmente en este siglo XXI, y con tantos avances que ha tenido el género a lo largo de los años (desde lo actoral y desde lo técnico), resulta un poco extraño ver a los personajes principales estáticos como estatuas, sobreactuando en las escenas solistas, a dúo o en conjunto.
El mayor problema de esta puesta reside en la forma de concepción e interpretación absolutamente estereotipada y artificial, junto a una escenografía (del mismo Zeffirelli) y un vestuario (de Raimonda Gaetani) documental. Una verdadera recopilación histórica que parecía seguir la secuencia fotográfica típica de un libro de ópera para melómanos, que cuenta acto por acto el desarrollo de la ficción. Parte de esta lógica tiene sentido si pensamos que Zeffirelli tiene 94 años (razón por la cual vino Stefano Trespidi al Colón como repositor, en representación suya) y que se crió en la época del cine mudo, en blanco y negro, en un contexto y modo de hacer diferente. Formado en su Florencia natal, asistió a Luchino Visconti durante más de diez años y luego se encargó de llevar al cine parte de su trabajo en ópera. Íntimo amigo de María Callas (y en la actualidad de Berlusconi) siempre estuvo rodeado de las máximas figuras de la lírica como Tito Gobbi, Luciano Pavarotti o Plácido Domingo.
El mayor problema de esta puesta reside en la forma de concepción e interpretación absolutamente estereotipada y artificial, junto a una escenografía (del Franco Zeffirelli) y un vestuario (de Raimonda Gaetani) documental
El inicio a telón cerrado con un agregado inusual, ya dejaba entrever parte de esa gran superposición de telones que seguiría a continuación. Una vez abierto el telón principal, seguían tres o cuatro más en varios niveles hacia el fondo. A la izquierda, una cama enorme con acolchados brillantes, y espejos de proporciones exorbitantes que aparecían desde los costados. La casa de campo, nos introducía en un salón con mesas, sillas y una maceta florida al centro con un eterno ventanal que continuaba hacia arriba con más telones pintados en el fondo. La fiesta carnavalesca en el palacio de Flora, con solistas, coro, bailarines, figurantes, espejos, almohadones, telones y cantidades de bolas en todos los niveles, fue uno de los números más recargados de toda la obra.
La batuta estuvo a cargo de Evelino Pidò, considerado como uno de los más prestigiosos intérpretes del repertorio francés e italiano, quien debutó en el mítico templo de la lírica argentina. Su manejo de la orquesta tuvo altibajos, al comienzo con el coro y luego demostrando un fraseo carente de matices. Supo sortear bien los cambios de tempi en las secciones más complejas de la orquesta, aunque el mayor problema fue en los excesivos rallentando (reducción de la velocidad musical) que hizo con los cantantes solistas en varias ocasiones, tanto en arias como en dúos. Los roles protagónicos fueron interpretados por los albaneses Ermonela Jaho (Violetta) y Saimir Pirgu (Alfredo), junto al argentino Fabián Veloz (Germont). La soprano albanesa fue cuidadosa en sus agudos, con una voz pequeña pero expresiva que supo cautivar al público. La peor dificultad surgió con el uso constante del vibrato que más adelante, en el tercer acto, fue menguando para dar con una Violetta débil que reflejaba el advenimiento de su muerte. Pirgu, por su parte, pese a su inconveniente con la dicción italiana, posee un bello color de voz que se complementa sin destacarse por encima del resto. Logró defender su aria con equilibrio, aunque la salida corriendo hacia el fondo fue algo fallida en términos vocales.
La gran estrella de la noche fue Fabián Veloz como Giorgio Germont (padre de Alfredo) que, con soltura y gran proyección, supo deleitar y disfrutar de la mayor ovación del público, tanto en su aria como en el saludo final. Asimismo, cabe destacar que la función del viernes pasado fue suspendida por un desperfecto técnico al final del primer acto. Motivo por el cual, Veloz, decidió salir a escena a cantar a cappella su aria caballito de batalla “Di Provenza il mar, il suol”, en medio de la oscuridad solo con una linterna en la mano. Anticuada como en otras épocas, “La Traviata” sigue vigente, convocando, y está de vuelta.
PARA AGENDAR
QUE: “La Traviata”
DE: Giuseppe Verdi
CUANDO: Hoy a las 20
DONDE: Teatro Colón (Cerrito 628)
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