El juego de las diferencias: los errores de “Monzón”, la serie furor del 2019

Es el gran éxito de la tevé nacional en este 2019: “Monzón” terminó el lunes tras haberse transmitido durante 13 semanas a todo América latina por Space y, a partir de un furioso boca en boca, generar miles de reproducciones en diferido a través de Cablevisión Flow, gracias a una producción de época muy cuidada y con gran presupuesto (es la primera apuesta “adulta” de Disney en el subcontinente) y una historia que atrae tanto por el magnetismo del ídolo de los pies de barros y de una historia marcada por violencia y tragedia.

Pero temprano en el recorrido de la atrapante serie comenzaron los reclamos de los protagonistas reales de la historia, acusando que las “licencias” que la ficción se tomaba eran excesivos. Seguro, por cuestiones de derechos algunos nombres fueron modificados, desde los del “Facha” Martel y Alberto Olmedo hasta los del “Cartonero” Báez y los fiscales que investigaron la muerte de la pareja del púgil, Alicia Muñiz; seguro, Susana era castaña en “La Mary”.

No son esos los hechos contestados, sino otros deslices que, para los expertos en la vida del púgil, resultaron particularmente descuidados, una sorpresa para una serie tan detallista en tantos aspectos. A continuación, algunas de los errores que expertos y allegados denunciaron de la ficción de Space.

LOS INICIOS

Las primeras veces de Monzón no fueron como las narra la serie, ni en el boxeo ni en el amor. Según el periodista Carlos Irusta, autor de “Monzón: la biografía definitiva”, no fue un manager quien entusiasmó a un Monzón pequeño que lustraba zapatos con el box: quien solía charlar con Carlitos -cajón y pomada mediante- era un ex púgil santafesino, Luis “Gato” Aranda. Sus anécdotas llevaron a Monzón, más tarde, al gimnasio.

Y tampoco fue Mercedes “Pelusa” García su primer amor. Entre 1958 y 1961, Monzón vivió con Zulema Encarnación Torres, madre del primer hijo del campeón mundial. Terminada aquella relación, Monzón cortejó en su trabajo de lechero a “Pelusa”, que trabajaba como mucama en Santa Fe.

Su primera pelea no fue contra “un tal Cardona”, sino contra José Daniel Cardozo, aunque el cambio bien puede obedecer a cuestiones de derechos de imagen. Monzón llegaría luego al gimnasio de Amílcar Brusa, del club Unión (siendo él “sabalero”, motivo por el cual aquel era un “gimnasio de maricones”), aunque no enviado por un policía, cansado de verlo meterse en problemas: Monzón, cuenta en un artículo Ernesto Cherquis Bialo, estaba desencantado con sus manejadores y entrenadores y se acercó a Brusa porque “sé que usted no roba”.

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“LICENCIAS” DEPORTIVAS

Las “licencias” deportivas son múltiples: Monzón llega al Luna a “probarse”, cosa que no hacen los boxeadores (y menos llegaría un púgil sin estar probado al máximo escenario de la era de oro del box en Argentina).

De similar manera, Monzón nunca exigió un combate por el campeonato del mundo, ni le fue otorgado de casualidad: más allá de que su victoria con Nino Benvenuti fue sorpresiva para los seguidores del deporte, y de que efectivamente nadie tenía fe en aquel campeón argentino (nadie fue a despedirlo a Ezeiza, no era una estrella como otros púgiles nacionales), Monzón tampoco era, como asoma en la serie, casi un desconocido para el público general, debido a su estilo “sin show”.

No exigió, además, que le consiguieran el combate ni a Brusa ni a Lectoure: y, agrega Cherquis, “cuando Monzón grita que quiere al Tano ‘para arrancarle la cabeza’, hecho que se produce en la serie después de haber vencido al campeón Jorge Fernández por el título argentino de los medianos en el Luna Park (septiembre del 66’), el campeón del mundo era el coreano Soo Kim Ki y como si tal dislate fuera poco, cuando Monzón insiste en pelear contra el Tano Benvenuti tras ganarle la revancha por el Sudamericano al propio Fernández (junio del 67’), el campeón del mundo era Emile Griffith”.

Es que la serie quiere pintar un retrato claro de Monzón: esta es la historia de un atroz femicidio, y por momentos la serie no deja que algunos hechos (y algunos de los méritos deportivos del boxeador) relativicen el retrato del Monzón tomador y fumador empedernido, un compadrito con poca disciplina, el macho argentino embriagado por la fama, el hijo dilecto del patriarcado.

EL MACHO ARGENTINO

Un claro ejemplo es la escena donde Monzón, en otro momento salido de las ficciones marginales de moda, se entera que, efectivamente, peleará contra Benvenuti: en la serie está en un bar, bebiendo y tomando. En la realidad, la noticia se dio de mañana: Pelusa despertó a Monzón, que se había quedado dormido leyendo la revista “El Tony”, ante la visita de Brusa.

Y otro ejemplo de cómo la serie insiste, a veces en exceso, en dar una imagen unidimensional de Monzón, es al retratar su relación con Nicolino Locche: en la serie, ambos de resienten, al borde de irse a los puños mientras “El Intocable” le dice al santafesino, pavoneándose, que la gente quiere show.

En realidad, Monzón y Locche tuvieron una relación entrañable, como salieron a denunciar los mismos familiares de Nicolino. “Mi papá y Monzón se querían mucho, incluso es fácil encontrar pruebas de ello”, contó Ana María Locche.

Es que lo importante era mostrar a Monzón como un muchacho violento y sin sofisticación, frente a la sutileza de Locche. El guión trabaja mucho en este sentido, porque el eje de la historia no es el Monzón deportista, sino el Monzón asesino. De hecho, la ficción se basa en el libro de María Adelina Staiolo “Monzón, secreto de Sumario”, sobre el juicio.

Incluso, en el afán de construir esta imagen del macho argentino y su camino al asesinato de su mujer, Alicia Muñiz, los propios guionistas de la serie, Francisco Varones, Leandro Custo, Gabriela Larralde y Gabriel Nicoli, contaron que se tomó la decisión de no emitir un capítulo que contenía una escena sexual entre Monzón y Susana porque podía prestarse a ciertas confusiones…

“El capítulo se borró. Empezaba con Monzón con las manos atrás, casi en cuatro patas, y Susana pasando la lengua por su cola. Había muchas posiciones e imágenes que para algunos podían ser tildadas de ‘homosexuales’”, contaron los escritores. “No entró ese capítulo; parece que es fácil decir que Monzón era un femicida pero no que era un boxeador al que le gustaban esas cosas...”