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Opinión |Punto de Vista

La ciudad que agoniza

La ciudad que agoniza

Sergio R. Palacios (*)
Sergio R. Palacios (*)

16 de Enero de 2020 | 02:22
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A lo largo de la historia sobran ejemplos de ciudades que progresaron, brillaron y luego ingresaron en una interminable agonía, o en algunos casos, llegaron hasta la quiebra económica y social como triste epilogo. Nuestra ciudad puede incluirse en esa lista que, por ahora, muestra una muy larga y cada vez más profunda decadencia. ¿Qué podemos presagiar sobre la suerte de nuestra casa común? Podemos intentar una evaluación sobre la conducta y responsabilidad que nos cabe a todos los que somos parte de ella: el Estado, diversas instituciones, población. La primera es peor que mala. Pero debemos aclarar que no se trata de esta gestión o la anterior.

El sistema político en general toma a la ciudad como plataforma de negocios corporativos (políticos y económicos) por eso, generalmente, no se escribe ni una hoja A4 que refleje los estudios y propuestas para gobernarla. Mucho menos los recursos humanos preparados para la gestión y “creación” de políticas. La política en la argentina desde 1990 se punterizo.

El capital humano en la política y mucho más notorio en las jurisdicciones municipales muestra su cara más pobre. Los sistemas que gobiernan la vida interna de partidos y el sistema electoral general garantiza este deterioro. No existen políticas y solo se administran los problemas, no se piensa o trabaja para salir de ellos.

El negocio, para dar un ejemplo del funcionamiento del sistema, es recolectar basura; no crear sistemas para que no sea necesario hacerlo y minimizarlo. Se trabaja solo para lo que es fácil visualizar y por ello se abandonan las periferias y se concentran más y más recursos y problemas en los centros de los cascos urbanos (construcción y funcionamiento de servicios).

Las instituciones en algunos casos son parte del sistema que gobierna el Estado y la política siguiendo sus defectos. Sin embargo, instituciones como la Universidad alberga recursos humanos y proyectos en algunas áreas que siguen los tiempos trabajando por el futuro. No se trata de la formación en masa de recursos humanos en profesiones –socialmente reconocidas y económicamente inciertas- sino de aportes científicos silenciosos y muy valiosos.

Pero, siguiendo la lógica de la decadencia, lo que no es parte del negocio de la política no es central sino marginal en la consideración. Solo a veces puede ser parte de una foto para inflar el simulacro. Pero lo más cruento es el desperdicio por la no utilización de recursos generados por la ciencia al no ser parte del proceso de desarrollo de la ciudad, insisto, solo a veces para una foto. No existe un holos en la ciudad y por eso todas sus instituciones no son parte de ese todo sino piezas desconectadas. Por ello no hay aporte y el debido aprovechamiento, sino supervivencia de cada institución como partes de ese todo que carece de políticas. Se sigue cometiendo el error de pensar que el todo es la suma de las partes y por ello se espera que las partes aisladas logren un resultado sobre el todo que no llegara.

Para el final de este análisis quería dejar a los mayores responsables: nosotros los ciudadanos que vivimos en este municipio. Los grandes depredadores de todo hábitat somos los humanos. Depredamos naturaleza, instituciones, capital físico. La fuerza destructiva e impune se retroalimenta por la anomia. Las calles son tumbas para un niño al ser arrollado impunemente por una moto. Mismas que a la luz del día será difícil encontrar que paren en un semáforo en rojo y que por las noches tengan luces.

Vecinos que convertimos las calles en basureros facilitando el negocio de la política. Cada automovilista tiene su propio código de tránsito. Por eso, entre motos y autos no hay accidentes sino resultados lógicos de conductas suicidas. Picadas, escapes ruidosos de motos, jóvenes tomando birra en horas de la mañana por las calles, suciedad, calles rotas que en los barrios fuera del casco urbano son cráteres. El crimen jaquea a todos por igual y en ese capítulo la gente termina involuntariamente convirtiéndose en su propia policía.

La vandalización de las calles, casas particular, y edificios públicos muestra el deprecio por lo ajeno y lo que es de todos. Grandes zonas de la ciudad al caer el sol se convierten en tierra liberada donde la anarquía pasa a ser protagonista. En este escenario hay preguntas que debemos hacernos: aun, con gobiernos que quisieran esforzarse en el ámbito municipal para mejorar los problemas cotidianos, ¿cómo pueden controlar las conductas antisociales de varios miles de vecinos entre una población que ronda los 800 mil habitantes? ¿Qué hace cada uno para tener una vida convivencial razonable en la ciudad? ¿Qué hacemos con “nuestros” residuos? ¿Frenamos en la senda peatonal con o sin semáforo dando prioridad a quien camina? ¿Damos prioridad al que circula en las rotondas? ¿Cedemos el paso a quien maneja por la mano derecha? ¿Cómo nos comportamos con nuestros vecinos y compañeros de trabajo?

Hay que desarrollar educación como ciudadanos. Debemos recuperar toda la cultura de convivencia que fue también depredada por las últimas generaciones y de la que nuestros abuelos eran cultores. Invertir para construir capital humano y capital social debe ser la regla para innovadoras políticas en las acciones públicas estatales e institucionales. Ser mejores es la única salida para revertir esta larga agonía de nuestra ciudad.

(*) Abogado. Prof. de Economía Política (UNLP)

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