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A horas de la llegada de la Nochebuena, una historia de unión en tiempos oscuros emociona a los lectores. Una inesperada tregua en plena Primera Guerra Mundial, un grito de paz y soldados abrazados por el silencio que regalaban las armas sin disparar, aunque sea por unas horas.
La historia se hizo conocida por Fréderic Heath, quien fuera el soldado británico que contó todos los detalles. A poco de la noche de aquella Navidad de 1914, desde el otro lado de la trinchera en Flandes, los soldados alemanes los invitaron a bajar la guardia y brindar por la paz.
En un principio, las sospechas de una trampa recayeron tan fuerte en sus mentes que dudaron. De hecho, ni los soldados belgas ni los franceses se creyeron esta tregua y prefirieron quedarse en sus puestos.
En ese entonces, el avance de las tropas de ambos lados provocaron que la distancia entre los dos bandos se acortara a menos de cien metros, por lo que se podía escuchar claramente lo que decían desde la otra punta. Los alemanes dejaron de disparar, los ingleses cruzaron y todos tuvieron un árbol de Navidad para brindar, gracias a un soldado del Regimiento de Infantería 133, proveniente de Sajonia.
Los cánticos navideños, las anécdotas y recuerdos familiares, los consuelos y la fraternidad le sacaron el protagonismo a las balas, los ataques, la guerra y los soldados muertos, que aún descansaban entre los terrenos. Así es que las desconfianzas quedaron de lado y los soldados prusianos, irlandeses, escoceses y de Wurtemberg levantaron la copa en honor a su familia.
En esta noche, en un acto de solidaridad, todos los soldados que durante el día se dedicaban a disparar, unieron las fuerzas que le quedaban para darle un entierro a sus compañeros, desparramados por el lugar, ya sin vida.
Antes de que la noche de paz finalizara, todos los que allí estaban se hicieron regalos con las pocas pertenencias que les habían quedado, se intercambiaron buenos deseos y probaron las delicias nacionales de cada lugar.
Al final de la jornada, cada uno retomó su puesto pero no sin recordar lo que habían vivido. Lo que ocurrió después fue lo usual en una guerra en la que corrió tanta sangre. Sin embargo, ya entre las tropas se avisaban al momento de atacar, para evitar mayores daños de los que habían hecho.
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