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Opinión |Editorial

Necesidad de prever penas más severas para organizadores de fiestas clandestinas

Necesidad de prever penas más severas para organizadores de fiestas clandestinas
27 de Abril de 2021 | 04:44
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Así como la pandemia viene mostrando actitudes disciplinadas, generosas y hasta heroicas en todos los sectores de la sociedad argentina –se habla así, primeramente, del acatamiento a las medidas sanitarias de prevención dispuestas, que muestra elevados niveles de adhesión en la mayor parte de la gente- es verdad que también deja expuesta la actitud desaprensiva de personas irresponsables, que no trepidan en organizar encuentros ilegales, como ocurre con las llamadas fiestas clandestinas.

Estimaciones realizadas ayer indicaban que se detectaban unas 200 fiestas clandestinas por cada día de fin de semana en nuestro país, la mayoría de ellas con concurrencias promedio de unas 200 a 300 personas. A ellas habría que agregar la cantidad de aquellas reuniones que no son descubiertas. Por su parte, en el caso de nuestra ciudad, tal como quedó testimoniado en el diario de ayer, no pasa fin de semana sin que no deban ser desbaratadas una o varias de estas fiestas clandestinas, todas ellas con verdaderos arsenales de bebidas alcohólicas y sin que en su transcurso se respetaran las normas prevención vigentes.

Desde la Comuna se informó que se elevaron las multas a los organizadores de fiestas clandestinas, con sanciones millonarias –que rondan entre el millón y los dos millones de pesos- para los organizadores y dueños de los lugares donde se organizan esas movidas. Desde marzo y abril del año pasado a la fecha, se realizaron varias decenas de operativos por fiestas clandestinas con entradas pagas que fueron denunciadas por los vecinos o bien detectadas por anuncios en las redes sociales.

Si la experiencia viene demostrando que estas multas no son suficientemente disuasivas, la gravedad del problema sanitario, propia de estos encuentros, merecería sanciones mucho más importantes.

Tal como destacó ayer un infectólogo, en este tipo de fiestas la mayoría de los chicos que acuden a ellas no usa barbijos ni respeta el distanciamiento. Con posterioridad, retornan a sus casas y se convierten, dijo, en verdaderas “bombas epidemiológicas”, ya que contagian a padres, hermanos, abuelos y a todo otro conviviente, descadenándose un racimo de contagios.

Cabe recordar que las fiestas clandestinas fueron el fenómeno considerado más peligroso del verano pasado en Europa, en medio del rebrote de coronavirus. De Alemania a Portugal, de España y Francia a Inglaterra o Italia, se hicieron fiestas ilegales con varios miles de personas los fines de semana, ignorándose las medidas de prevención y convirtiéndose en causa principal de los aumentos del contagio, según señalaron en su momento las principales entidades médicas. La Argentina que, por razones estacionales, vino siempre a la zaga de lo que iba ocurriendo en el hemisferio norte, debió y pudo haber aprovechado esos antecedentes y adoptar las medidas del caso.

Sólo una gravísima falta de sensatez podría minimizar esta cuestión. No han faltado, inclusive, voces de personas adultas que cuestionaron los operativos de detección de estos encuentros masivos. Además de confiar en que esas personas –muchos de ellos, seguramente, padres de chicos jóvenes- hayan variado ahora su criterio, es también esencial que los jóvenes entiendan que el deseo comprensible de pasarla bien no puede llevarlos a vivir luego una pesadilla.

Son los padres los que tienen la responsabilidad inicial de hacerles comprender a sus hijos los peligros que supone quebrantar algunos de los protocolos sanitarios, que tienen vigencia universal. Riesgos que no son sólo para ellos sino para sus familiares, sobre todo los de edad mayor, sobre todo en estas jornadas, con tantas y elocuentes pruebas de que la pandemia viene bstiendo récords de contagios y de letalidad. La diversión no está prohibida; la imprudencia, sí.

 

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