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Echale la culpa al Fondo...

CARLOS BAROLO

4 de Marzo de 2022 | 03:47
Edición impresa

El crecimiento del desempleo y concretamente de la pobreza durante más de una década, indican que los argentinos vivimos de un “ajuste” tras otro. Se los intenta desimular mediante la creación de artificiales puestos de trabajo en el sector público y la distribución de subsidios a empresas y personas. Sin inversiones, la actividad que más se incrementó es la “producción” de pesos, que se desvalorizan rápidamente.

La profundización del “ajuste” ya estaba ocurriendo cada vez más aceleradamente, pero ahora firmado el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional ya hay a quien culpar de aquí en adelante. Y se ha recurrido al organismo cuando ya no hay confianza en la Argentina como para prestarle dinero fresco o invertir.

El “ajuste” se manifestaba claramente y la reducción, casi hasta el agotamiento, de las reservas en divisas del Banco Central impuso limitaciones hasta en la importación de elementos imprescindibles para mantener las fábricas en funcionamiento. Crecieron las dificultades para conseguir, por ejemplo, algunos respuestos de automóviles y hasta neumáticos. Los problemas derivados de estas circunstancias ya vienen impactando en la vida diaria de los argentinos.

El país gasta más dólares de los que produce y necesita para mantener la economía en pie. Nada de lo que hą trascendido sobre el acuerdo con el Fondo preanuncia un escenario diferente en lo estructural; quizás se repitan situaciones ya vividas.

La refinanciación de la deuda que acaba de acordar el gobierno de Alberto Fernández con el FMI implica que los desembolsos que lleguen de Washington se utilizarán para pagar los vencimientos previstos en el crédito por 45.000 millones de dólares que pidió Mauricio Macri. Esto quiere decir que los dólares que preste el organismo sólo podrán ser utilizados para un destino específico: pagar la deuda.

El acuerdo si permitirá obtener préstamos cuantiosos del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo para obras determinadas o paliar unas pocas situaciones sociales críticas. Pero todo eso tiene un límite y sin inversiones reales a largo plazo el panorama no cambiará. Se ha logrado un respiro.

Sin dólares para importar, comercializar y producir, ni acceso al crédito internacional, anidaba la esperanza de que el FMI actuara -otra vez- como prestamista de última instancia para que, además de refinanciar, facilitara los dólares que el país necesita para que su producción siga en marcha. Nada de eso se ha logrado con el acuerdo oficializado ayer.

Para peor, y pese al enorme incremento en la productividad del campo, las cosechas ya no alcanzan para financiar a la Argentina.

Tampoco el Gobierno puede aferrarse a la ayuda de dos de sus socios dilectos: Rusia y China.

Por un lado, Vladimir Putin -cuyo empobrecido país empieza a sufrir severas represalias económicas por su obstinada invasión a Ucrania- comprometió buena parte de su Producto Bruto Interno (de 1.483 miles de millones de dólares, apenas superior al de Brasil) para robustecer su arsenal bélico (ver pág. 8).

El déficit que el FMI pide achicar tampoco podría cubrirse con los yuanes que envíe el gobierno de Xi Jinping. Los préstamos que otorga el gigante asiático, cuyo PBI es de 14.72 miles de millones de dólares, solo sirven para comprar importaciones chinas que, además, no se pagan con yuanes, sino con los dólares que a la Argentina le faltan. Pekín, mientras, es prestamista. Ecuador da un doloroso testimonio de eso.

Sin capacidad para generar divisas, se deduce que el Estado seguirá absorbiendo con más impuestos y bonos el mayor dinero posible del mercado interno, reduciendo las posibilidades del sector privado y el consumo. Pero con eso solo no alcanzará, y entonces deberá seguir emitiendo, con la implicancia que esa política monetaria tiene siempre sobre la inflación. Más inflación, en el mediano plazo, es más “ajuste”.

En suma, nada indica que la Argentina de mañana pueda ser muy diferente a la de ayer, antes de que se firmara el acuerdo con el Fondo.

Aparentemente los cambios estructurales que la economía argentina exige quedarán pendientes otra vez.

El próximo Gobierno podrá culpar a éste y al FMI como lo hemos estado haciendo en los últimos años, con el resultado que ya conocemos.

 

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