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La ciudad de los muertos: una noche en el cementerio de La Plata, el oriente eterno de los masones

Diseñado por Pedro Benoit, reproduce la traza de la capital bonaerense, con sus diagonales, estilos arquitectónicos y plazoletas. Una recorrida a la luz de la luna, para descubrir en los símbolos el modo en que la logia de los fundadores entendía la vida y su después

Alejandra Castillo

Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com

21 de Agosto de 2022 | 03:05
Edición impresa

Bellos son los sepulcros,

el desnudo latín y las trabadas fechas fatales,

la conjunción del mármol y de la flor

y las plazuelas con frescura de patio

y los muchos ayeres de la historia

hoy detenida y única.

La Recoleta

Jorge Luis Borges

(Fervor de Buenos Aires)

“En el Cementerio se va caminando y se va leyendo”, dice Cristina Espinosa, esta uruguaya a la que le crecieron raíces en Argentina por el amor a un hombre y a una ciudad, La Plata, de la que habla como si fuera una vieja amiga que “no tuvo infancia porque nació grande; la única del Siglo XIX que fue fundada para ser capital”; devenida en tierra de palacios, desde los cañaverales, arroyos y yuyos que supo ser.

La atracción por La Plata y las historias de quienes apostaron por ella impulsaron a Cristina a estudiar la carrera de guía de turismo de esta Ciudad, cuando su vida ya se repartía entre ser profesora de folclore y ama de casa. Pero fue un taller sobre el cementerio local el que la apasionó del todo, al ponerla en contacto con una historia que describe como “fantástica”, mientras avanza por los pasillos angostos y mudos de nuestra necrópolis.

Es jueves, hace frío y el atardecer parece caer más lento de este lado de la vida, entre las bóvedas que se empecinan en recortar el sepia hasta que termina de fundirse a negro. “Los platenses no conocen las historias de quienes están acá, de los primeros maestros, arquitectos y personalidades que nos dejaron huellas”, dice, en particular la “simbología masónica de estos ancestros”, que reflejan, entre tantas otras cosas, su modo de entender la vida y lo que pasa después.

“Para la masonería la vida no comienza al nacer y termina con la muerte, la considera una fuerza indestructible, que está en continua transformación, por lo tanto el ámbito del Cementerio simboliza el oriente eterno”, explica Cristina, insistiendo en que toda la simbología funeraria se conecta con “los ritos de las logias masónicas. La iconografía de sus templos mortuorios gira en la idea de la muerte como la verdadera vida”.

Fue Dardo Rocha quien convocó a sus amigos agrupados en la Gran Logia Argentina de Libres y Aceptados Masones a sumarse al desafío de fundar una ciudad en la que había todo por hacer. El 4 de junio de 1885 obtuvo su Carta Patente la Respetable Logia La Plata 80, entre cuyos miembros fundadores se destacó el ingeniero Pedro Benoit, principal responsable del diseño de los planos de la Ciudad y de sus edificios más emblemáticos. Entre ellos resalta el Cementerio, que reproduce el trazado geométrico e higienista de la capital bonaerense.

En este predio de 24 manzanas comprendidas entre las calles 72 y 76, de 131 a 137, crecen tilos, cedros y fresnos. Hay diagonales, plazas y plazoletas estratégicamente distribuidas. Y edificios mortuorios inspirados en los mismos estilos arquitectónicos que avanzaron en La Plata según el paso de los años: neoclásico, neogótico, Art nouveau, Art Déco, modernismo catalán y Egipciaco. En definitiva, creaciones de los vivos en homenaje a los muertos.

Del río al vértice sur

Tampoco es casual, apunta Cristina, el lugar en el que se levantó el Cementerio. “Está en el vértice sur de la Ciudad y en el extremo de la diagonal 74, que empieza en el Río de la Plata, el agua como representación de la vida y termina en el oriente eterno, que es el fallecimiento de las personas”.

El portón de entrada también representa la masonería de la etapa fundacional y su pensamiento simbólico de atravesar el umbral entre la vida y la muerte: “Tiene 24 columnas de orden dórico que significan fuerza y estabilidad -arranca Cristina, apuntando con las linternas hacia ese neoclásico templo griego de orden dórico-; las 12 de la calle significan el mundanal ruido y el bullicio de las vida, y, las de adentro, el silencio y el oriente eterno, la paz”.

Por encima de las columnas, los símbolos nos siguen hablando. Aparecen los ángeles, “que son intermediarios entre GADU (Gran Arquitecto del Universo para los masones) y las personas terrestres; las coronas, como significado del triunfo de la trascendencia, los laureles de la victoria y las antorchas hacia arriba, que representan purificación por iluminación”.

Este templo griego, continúa la guía, “es usado en muchas logias masónicas argentinas. En el triángulo superior se ve el delta luminoso”, que alude a los trinomios “libertad, igualdad, fraternidad; sabiduría, fuerza y belleza; reino animal, vegetal y mineral; pasado, presente y futuro y las cualidades de un buen masón: amor, voluntad e inteligencia”.

La logia se identifica además con el trinomio que la define como institución filantrópica, filosófica y progresista, con valores como la ciencia, la justicia y el trabajo. En definitiva, cada pieza, imagen o símbolo representa una idea o principio de las doctrinas masónicas, sin dejar de ser, en sí mismo, una obra de arte.

La noche ya cayó del todo cuando Espinosa y Marta Inés Gil, una amiga incondicional que la acompaña en las visitas guiadas que organizan con cierta regularidad en el Cementerio, avanzan junto el equipo de EL DIA por el sector fundacional, allí donde se levanta la primera bóveda de este cementerio inaugurado el 1 de febrero de 1887. De estilo neoclásico, pertenece a la familia de Manuel Hermenegildo Langenheim, ministro de la Suprema Corte de Justicia, diputado y senador bonaerense y representante de “una de tres generaciones de masones muy reconocidos”, explica Espinosa. Cuentan que su sepelio, en 1892, fue “uno de los más concurridos” en la historia del Cementerio.

LAS BÓVEDAS Y EL DIA

A medida que caminamos entre esas primeras bóvedas junto a las cuales se retrataban sus dueños para publicar las fotos en el diario EL DIA, como símbolo de estatus, Cristina señala distintos símbolos. O, como le gusta decir, nos lee la historia tallada en esos muros.

“Vemos ahí (justo encima de una puerta angosta de bronce) la clepsidra alada, el reloj de arena que representa que el tiempo no existe porque es una creación de los profanos; las alas de Isis (aparecen en el trono egipcio en el que se sentaban los faraones, a modo de protección); alfa y omega (primera y última letras del alfabeto griego que representan principio y fin de todas las cosas) y el grado maestro” de quien allí descansa y “las columnas del templo de Salomón”, Jaquin y Boaz, nombres de los dos pilares de bronce en el pórtico del Templo de Jerusalén.

Seguimos caminando al lado de Cristina, mientras guía con la luz de la linterna y sus palabras la dirección a la que apunta la mirada. ¿Por qué hacer este recorrido de noche? Por el silencio y la quietud de la hora. Por el modo en que todo se perfila cuando la vida se aquieta un poco.

Los pasos de la guía frenan de golpe frente al monumento de Florentino Ameghino, el científico autodidacta declarado uno de los cinco sabios de La Plata, junto con Alejandro Korn, Carlos Spegazzini, Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte) y Juan Vucetich. Todos fueron sepultados en el cementerio local. Y, a excepción de Almafuerte y Vucetich, “todos fueron masones”, apunta Espinosa. De este monumento salen las diagonales de la necrópolis que reproducen a las de la Ciudad, como las plazoletas aparecen cada determinada cantidad de manzanas, conformadas cada una de ellas por cuatro bóvedas. “En La Plata hay una plaza cada seis cuadras y representa el lugar que ocupa cada masón”, refiere Cristina, “los dos parques más grandes son los vigilantes primero y segundo, o secretarios del gran maestro. Y el gran maestro es El Bosque, situado en el Este. Por esa razón están allí las facultades, en representación de la inteligencia y la sabiduría”.

Otro edificio importante es la bóveda que compró el Partido Justicialista para alojar a los muertos de la fallida revuelta peronista del 9 de junio de 1956, sumándole simbología peronista a la que ya tenía de los dueños que la levantaron. A ese sitio se le llama Plaza de Unión Nacional, porque justo enfrente se ubica el mausoleo del líder radical Ricardo Balbín. Es en este punto donde la guía acota: “El abrazo de (Juan Domingo) Perón y Balbín fue posible por la masonería de los dos”. Y seguimos avanzando. En las visitas programadas, con público, suele sumarse un perrito que vive en el Cementerio. Esa noche faltó a la cita.

La bóveda de piriapolita

En la simbología egipciaca resaltan varios animales, como el pelícano. “Sus alas -cuenta Espinosa y señala las que se ven en la pared de una bóveda art nouveau- son muy significativas y representan el sacrifico, ya que esta ave es capaz de lastimarse para alimentar a sus polluelos con su propia sangre”. Iluminar el interior de estos edificios deja al descubierto la maravilla de ciertos vitraux, así como los daños que causan el paso del tiempo y el olvido.

“Hace muchos años la gente venía y se quedaba con sus muertos”, confirma Espinosa. Ahora no abundan ni las visitas. Una de las bóvedas que más resalta en el paseo es la de la familia Pages, de claro estilo egipciaco, por la calidad de sus materiales, la delicadeza de sus vitraux, la contundente puerta de bronce con flores de loto estilizadas (representan creación y pureza), las columnas acanalada y la esfinge en el techo, custodia de los umbrales.

“Asdrubal Pages era diplomático y trajo de Egipto muchas de las momias que están en el Museo”, señala la guía especializada, apuntando que residía en la elegante casona que se destaca en la esquina de diagonal 74 y 45, que fue la primera en tener un ascensor importado de Inglaterra. La bóveda también es muy particular, ya que es una de los dos únicos edificios argentinos construidos con la piedra uruguaya piriapolita. El otro es el ministerio de Economía, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Una pregunta se impone en medio de esta caminata nocturna: ¿se cuentan por aquí historias de fantasmas? “No”, responden a coro Cristina y Marta, “ninguna”.

Los pasos nos acercan a una construcción funeraria que resulta llamativa por sus colores, hasta que Espinosa nos cuenta que también es especial por quien aloja. “La señorita María Emilia Carlota Salza, que se las rebuscó para poder pertenecer a la masonería y resultó toda una novedad porque en 1910 fue vicepresidenta del primer congreso femenino en Estados Unidos, además de ser profesora de alemán, escritora y directora del colegio normal. En 1923 puso la piedra fundamental del colegio que está frente a la Catedral”.

Abajo, dos esfinges custodian el sitio. Arriba de la puerta se inscribe la misma frase que en la tumba de Isis: “Yo soy todo lo que ha sido, es y será, y ningún mortal ha levantado mi velo”.

 

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Multimedia

Un equipo del diario El DIA recorrió el cementerio de La Plata junto a la guía especializada Cristina Espinosa / Gonzalo Calvelo

La primera bóveda de la necrópolis, de la familia Langenheim / G. Calvelo

La bóveda de Asdrubal Pages. Es de piedra piriapolita y tiene una esfinge en el techo / el dia

Cristina Espinosa

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