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La Ciudad |Historias Platenses

El duelo incomprendido: llorar a las mascotas más que a un familiar

Vecinas cuentan cómo transitaron la pérdida de sus perras y cómo se toma la difícil decisión de darle una muerte digna a una compañera fiel

El duelo incomprendido: llorar a las mascotas más que a un familiar

La última foto de Sofi en la veterinaria

Camila Moreno

Camila Moreno
cmoreno@eldia.com

27 de Octubre de 2024 | 03:02
Edición impresa

“Sufrí la pérdida de familiares y también la de mi perra. Sin dudas puedo decir que me dolió más la de ella. Perder a Pam fue un dolor indescriptible”, reveló Andrea quien aún se repone de la muerte de quien fue su compañera de vida por diez años.

La muerte de las mascotas suele ser un momento más que difícil en el que además de los dolores típicos de la pérdida, los deudos deben enfrentarse a los prejuicios y la incomprensión. Es que los duelos por las mascotas no están contemplados legalmente por los regímenes laborales pero tampoco socialmente. Se minimiza el dolor, incluso por el propio dueño del perro o gato, que intenta seguir como si nada hubiera sucedido, ya que era tan solo un animal.

“Pam se murió hace 7 meses, a finales de marzo. Todavía me siento rara con su ausencia, me pasa que la busco mucho que la espero mucho. Por ahí son pequeños segundos del día donde miro la puerta por acto reflejo esperando que venga del patio, pensar que estuvimos juntas diez años. Diez años de mi vida que compartí con ella” relató la mujer que contó que incluso su marido lloró la muerte de la perra “y eso que no es de lágrima fácil”, aclaró.

En el presente las mascotas son un miembro más de la familia, muchos -sobre todo los jóvenes- aseguran que son sus hijos y los tratan como tal, entonces por qué su muerte no debería sentirse de igual manera. En su caso Andrea no tiene hijos humanos. Pam la acompañó durante toda su juventud y parte de la adultez y siempre la trató como un par. “Cuando empecé a salir con mi pareja él siempre me decía que ella era una perra que vivía con un humano, esa se podría decir que era nuestra relación: vivíamos juntas. Yo no era su dueña, ella era mi dueña, era hermoso”, sostuvo la mujer que adoptó a Pam a sus 22 años.

“Se mandaba cagada tras cagada de todo lo que te puedas ocurrir, terminaba de romper la basura y me hacia un pozo, rompía las plantas o pasaba con la cola y me tiraba todo, pero estábamos juntas todo el día”, recordó con cariño esos momentos en los que la hizo enojar, pero que ahora extraña cada día. “Sin temor de sonar cursi, sin dudas lo que más extraño es abrazarla. Pam tenía una forma de ser muy particular, sabía recibir abrazos y sabía cuando yo necesitaba abrazarla”.

“Yo sufrí los dos tipos de pérdida y sin dudas que me dolió más la de ella. Mirá que se murió mi abuelo que era la persona que más amé en el mundo, pero lo de Pam fue muy doloroso”, confió Andrea.

La decisión de dejar ir

La muerte es difícil, pero ver sufrir a un ser querido puede ser todavía peor. Son pocos los que cuentan en ese momento con la entereza necesaria para dejar de lado sus propios sentimientos y otorgarle así a sus mascotas un final digno.

“Mi perra murió hace tres meses. Fue un momento muy duro y lo sigue siendo. Tenía varias complicaciones de salud y decidimos que tuviera una muerte digna”, relató Rosa, dueña de Sofi una can que vivió 15 años. “Tomar esa decisión fue de las situaciones más difíciles que nos tocó vivir pero si uno los ama realmente no quieren que sufran y ante lo inevitable, acciona”, explicó la mujer.

Pero por más que sea lo correcto, luego de tener que tomar una decisión de estas, regresar a casa y encontrarse con la ausencia no es algo fácil. “Después te sentís muy raro. Es una mezcla de paz y dolor difícil de describir. Hoy, volvería a hacerlo, como también lo haría con alguien de mi familia o que ame”, reconoció Rosa quien recomendó a quienes estén pasando por un momento similar “encontrar profesionales que acompañen y amen a los animales. Porque en ese momento, en la eutanasia, tienen que estar y sostener a uno y a su mascota. Es una ceremonia muy especial y saberse cuidado es fundamental”.

Durante el tiempo que vivieron juntas, Sofi y Rosa tuvieron una “relación fluctuante” aseguró la mujer y explicó: “Teníamos días pegoteados y otros que nos manteníamos lejos, pero toda su vida durmió debajo de mi cama. Cada día de sus 15 años de vida”.

“Me gustaban sus paseos y su curiosidad”, rememoró con amor la dueña de Sofi y siguió: “Los mil intentos para que se tirara en el pasto (algo que no logré), como se acostaba y miraba tele con la misma atención que un humano. Extraño sus saltos al llegar a casa, sus manotazos para pedir caricias, su respeto y cuidado. Sabía cuando debía acompañar sin molestar”.

Para los dueños sus mascotas son una compañía y parte de la rutina: sacarlos a pasear antes de ir a trabajar o acostarse en el sillón a descansar por las tardes, son los pequeños momentos en los que las ausencia se notan mucho más. Así quedó expresado por Rosa: “Extraño tenerla pegada cuando cocino y sus pelos por todos lados y su mirada profunda, su nobleza”.

Al igual que le sucedió a Andrea con Pam, para Rosa la pérdida de su perra fue comparable a la de un familiar algo que pudo palpar en poco tiempo: “Sofi murió meses después de mi padre. Dolió igual, lo vivimos igual. Era una más en casa y nuestra primera mascota, más familia que nuestra propia familia”.

 

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