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La Ciudad |Con el calzado y la ropa por las nubes, reciclar y reparar todo lo que se pueda hace la diferencia

Modistas y zapateros, “salvavidas” ante la crisis

Los oficios tradicionales gozan de buena salud en la Ciudad. En tiempos de bolsillos flacos, el saber de quienes prolongan la vida útil de las cosas es cada vez más valorado

Modistas y zapateros, “salvavidas” ante la crisis

samanta, profesora de corte y confección / el dia

Francisco L. Lagomarsino

4 de Marzo de 2024 | 04:32
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“La cantidad de gente que se acerca a consultar, pedir presupuesto o encargar trabajos ya venía creciendo; pero en los últimos dos o tres meses pegó un salto bárbaro. Incluso hay quienes traen otra vez algo que ya repararon”. Desde su taller de compostura de calzado, Gabriel González describe una tendencia que aún no encuentra techo; la fuerte demanda que canalizan quienes dominan dos oficios tan ancestrales como vigentes, relacionados con la indumentaria: los de zapateros y modistas o costureras.

Estos artesanos no dudan en situar la magnitud de esta escalada en porcentajes ampliamente mayores al 50%, y para muchos se aproxima al 90 o 100%. “Es muy posible que se esté acercando al mostrador el doble de gente que a mediados del año pasado” calcula Gaby, tal como lo conocen los cuantiosos clientes de larga data de su taller situado en las inmediaciones de 3 y 47.

La necesidad de hilar fino en los presupuestos familiares, a partir de la sostenida inflación, el paulatino atraso de los sueldos y la consecuente declinación en el poder adquisitivo, hace que invertir decenas de miles de pesos en zapatillas, jeans o mochilas no sea una opción viable para la mayoría de los asalariados. Por eso los parches, remiendos y refuerzos, los cambios de talle, de cierres y de suelas. En este campo, la crisis tiene el perfume del pegamento de contacto, y su banda de sonido es el tableteo asordinado de la máquina de coser.

UNA VIDA EXTRA

“Estamos viendo que la gente arregla las cosas una y otra vez... igual acá siempre se las hacemos quedar como nuevas”, saca a relucir González la “chapa” ganada en 43 años de oficio; arrancó a los doce como cadete en el local de un hermano, siempre en el barrio que aún alberga su local. Usa la primera persona del plural porque actualmente lo acompaña su esposa, quien al encargarse de las prendas de vestir permite ampliar la oferta de arreglos más allá del calzado.

“Nos están trayendo zapatillas, botas, botines, todos los tipos de calzado por igual, algo que no es común” precisa Gabriel: “y también mochilas: hicimos un montón de cambio de cierres en estos días”.

En ese universo, que hoy se compone con más piezas de indumentaria femeninas que masculinas, y con más calzado de adultos que de niños, un trabajo de pegado puede cotizar unos 9 mil pesos, y si además de pegar hay que coser, unos 12 mil.

De todos modos, comprar un par de zapatillas nuevas implica desembolsar entre 30 mil pesos, si se tiene suerte en algún outlet, y 100 mil, si no. Esto sin mencionar las de alta gama, que se “comen” una canasta básica mensual entera.

El cambio de cierre de una mochila ronda los $8.800, pero puede irse hasta los 12 mil en el caso de las más sofisticadas, que tienen varias cubiertas y detalles de plegado interno que demandan tiempo extra. Cambiar el cierre de un jean, si se busca uno de metal, sale unos $6.800; y colocar parche y refuerzo en la entrepierna, contra el desgaste, unos 5 mil.

“Los insumos ya cuestan un disparate, y aumentan todos los días, sea pegamentos, pomadas, suelas, cordones...” advierte González: “pasé muchas crisis del país en estos más de cuarenta años en el laburo, y puedo decir que siempre es bueno, cuando la gente está corta de plata, ayudarla a dar un nuevo uso o alargar la vida de cosas que, si se les pone un poco de dedicación, no están como para tirarlas”.

segundas y terceras CHANCEs

“En este último tiempo, la demanda creció de un 50 por ciento para arriba, y también las consultas. Hoy la gente arregla todo, a todo le da una segunda oportunidad... y un poco más también, a toda clase de prendas” destaca Roxana Villegas, quien tiene su local de mercería y taller en 60 entre 22 y 23: “me las traen por algún agujerito, algún rasgado, manchas de lavandina... A todo se le busca una solución”.

“Lo que más estoy viendo son pantalones para reforzar, camisas para cambiarles el cuello -que es lo primero que se gasta-, ropa del colegio para renovarle los pitucones, y cuando se viene el frío, será la hora de las camperas” revela Roxana: “los trabajos más comunes son los fundillos de pantalón, que se gastan en las entrepiernas, parches para las camperas, a las que es habitual que se enganchen y se les haga algún ‘siete’, y cambio de puños para los buzos”.

“Siempre fui empleada de comercio; trabajé veintiséis años en Disco” repasa Roxana el camino que la trajo hasta su actualidad, “y decidí independizarme y poner una mercería de barrio, con tanta ‘suerte’ que la inauguré dos meses antes de la cuarentena... Como no me sobraba nada, empecé a hacer arreglos de a poquito, pero tuve que cerrar unos meses por el coronavirus. Entonces me puse a confeccionar barbijos, que escaseaban, y los vendía por el vidrio de la puerta; el boca en boca me ayudó mucho en el barrio, y me empezaron a caer arreglos de todo tipo; hago costura y manualidades, cosas para la casa... ¡Y acá estoy! Cuatro años atrás cumplí mi sueño, esto me gusta y lo hago lo mejor que puedo. No soy modista profesional, pero me preparé y por ahora me va bien”.

“Cuando arranqué, la demanda estaba más orientada a la ropa de los chicos, pero ahora es todo por igual, incluso de gente mayor, todo se arregla o se reforma” confirma Roxana: “es más, últimamente empezó a entrar ropa de hombre, que ahora traen a la par de las mujeres sus jeans, camperas... Antes no se solía arreglar, pero siempre fue más cara y ahora se nota mucho más, por eso el cambio de actitud”.

Siempre con valores aproximados, la vecina explica que un cierre para unos jeans puede costar unos 3.500 pesos; hacer algo para poner a tono una buena campera, de seis mil para arriba. Si la prenda es de niño, cuesta menos, incluyendo el material, que sería el cierre o el parche, según el caso.

Para cambiar un elástico en la ropa, o adaptar un talle, hay que calcular unos 4 mil pesos; lo mismo para hacer un pinzado, achupinar un pantalón o reforzar un fundillo; crear un dobladillo, desde los tres mil pesos.

EL OFICIO como un legado

Samanta Presta tiene un vasto bagaje relacionado con la indumentaria. Se inició hace más de veinte años, en un centro de formación profesional platense, y perfeccionó sus habilidades en la UTN, en la escuela Delego, con Marcelo Cejas y con Hermenegildo Zampar, entre otros espacios y maestros.

“Soy profesora de corte y confección, me dedico hace 18 años. Como docente, en este momento estoy a full con las clases; las personas se vuelven a volcar a aprender oficios” subraya Samanta; “hacerse la ropa a medida, en un momento, no se usaba, porque todo era muy barato y descartable, y entre reparar y comprar se compraba; pero eso viene cambiando, y las personas van accediendo tanto al servicio de la modista como a aprender. Enseño corte y confección, incluyendo ropa y blanquería, y el interés es cada vez mayor”.

“En todo lo que son arreglos, subió muchísimo la demanda, en coincidencia con estos problemas económicos que estamos viviendo” señala: “pero las prendas que más se traen cambian cada temporada; ahora, en verano, son muchos reemplazos de cierres de pantalones; achicar o agrandar vestidos; y hacer ruedos. A partir de entrado el otoño, voy a estar sobre todo con con los cambios en las camperas, muchísimo”

“En mi caso, trabajo más con adultos y mujeres, pero hago cosas de niños; a esta altura, los guardapolvos, algunas cositas que se descosieron, las polleritas tableadas a las que hay que achicar o agrandar los cierres... todo suma para empezar bien las clases” agrega Samanta.

Para citar algunos ejemplos, en ese tren, aproximadamente, proceder al cambio del cierre metálico de un jean sale unos 3 mil pesos; achicar o agrandar un pantalón, desde tres mil pesos, dependiendo de la condición y la calidad. Si hablamos de los dobladillos, “tenés dos clases; a máquina, que sale $2.800, y si no, a mano, que es indicado en los pantalones de vestir, que salen 3.500, ya que se trabaja como si fuera bordado y requieren una puntada especial, invisible” esclarece la experta.

Al ahorro se le suman otros puntos a favor cuando las cosas quedan bien, y a la satisfacción por revitalizar una prenda valorada le sumamos una saludable mirada ambiental: la de reciclar, reusar, y no generar basura si no es indispensable.

“En este momento estoy a full con las clases; las personas se vuelven a volcar a aprender oficios”

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