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Más cortas y ajustadas que las tiras de mil capítulos, los shows limitados brindan a la audiencia mayor satisfacción
“El caso O.J. Simpson”, recreación de un suceso real
Alejandro Castañeda
Hollywood se está quedando sin libros. Es un fenómeno que se viene acentuando a medida que las series han ido ocupando cada vez más lugar. Además, plantean otras exigencias: como suelen ser relatos que se despliegan a lo largo de varias temporadas, por eso están obligados a sostener como sea un interés que obliga en muchos casos a recurrir a golpes de efecto, derivas antojadizas y subtemas de dudosa calidad. Por eso los argumentistas hoy son tan cotizados.
Son tantas las series que andan dando vuelta, tantos los proyectos en marcha, tan diversos los temas y tan apremiante la demanda, que no quedan abundan los libretistas capaces de responder con inspiración y celeridad a la imparable demanda de relatos vendedores, calificados y duraderos. Y por eso recurren a la literatura, a la actualidad, a viejas películas, a secuelas, precuelas y readaptaciones. Todo vale con tal de asegurar diez horas de pantalla con un producto de buen nivel.
Las series sin duda son las estrellas de los últimos años. Mucho se ha escrito sobre este fenómeno. Veo muchas series y en general he observado que casi todas tienen un nivel de realización más que aceptable. Es un mercado exigente que tiene el ojo educado. Hago una distinción: en general, son mejores las miniseries, es decir, esas producciones que de entrada se imponen una duración y que no van más allá de lo anunciado. Las que renuncian a seguir en otra temporada, una tentación que muchas veces acaba desnaturalizando la historia. Porque se les nota el cansancio. Y porque dejan ver que el tema realmente no daba para tanto y que ante la obligación de estirarlo no les quedó otro recurso que apelar a los trucos más transitados para impedir que caiga del todo.
En general, las series que se alargan durante varias temporadas tienen un final sin brillo. Pongamos cuatro ejemplos de productos que empezaron con todo y que después, obligados a tener que continuar como sea, acabaron perdiendo público y calidad: “Homeland”, “The Affair”, “Bloodline” y “Downton Abbey”. En todos los casos el estiramiento les hizo mal. Tuvieron que apelar a las evocaciones forzadas, se volvieron reiterativas, perdieron fuerza. “Homeland” tuvo tres temporadas excepcionales, pero después empezó a caer, aunque siempre estuvo en un nivel más que óptimo. “The affair” y “Bloodline” tuvieron dos de muy alto nivel, pero las terceras parte hicieron agua. “Lost” y “Downton Abbey” se fueron deshilachando sin pena ni gloria. Hay una sola excepción, “The Americans”, que mantuvo siempre un parejo nivel a lo largo de sus seis temporadas. Pero en general, reiteramos, sólo aquellas series memorables que hicieron historia (“Los Sopranos” y “Mad Men”) fueron capaces de mantener un empinado control de calidad hasta el final.
Por eso preferimos las miniseries. Y en este campo, creemos que hay por lo menos cuatro títulos magníficos: “True detective”, “Fargo”, “The night of” y “El caso O.J.Simpson”. Cualquiera de las cuatro está a la altura de las grandes citas cinematográficas. Sus historias, sus interpretaciones, sus personajes, sus contextos, todo raya a gran altura. Son intensas, hondas, sutiles, atrapantes. Cada una en su estilo, pero todas alcanzando un inolvidable registro artístico.
Son miniseries, insistimos. Una ventaja extra para los realizadores, que saben de antemano que el relato ya está escrito, que no habrá alargues, que no tendrán que reescribir nada para darle más o menos cabida a determinado personaje. Aunque hay que hacer la salvedad: hay tres temporadas de Fargo, pero cada una es una miniserie absolutamente independiente. Y otra salvedad: “Los simuladores”, la vieja serie unitaria de Damián Szifron, merece estar lejos, en este género, en lo más alto de la producción nacional.
Los libretistas por eso están ahora más que nunca en el centro de escena. Es tanta la trama argumental que se consume, que cuesta encontrar libros capaces de presentar una historia que importe y se mantenga a lo largo de por lo menos diez capítulos. Pero el fantasma de la duración no el único riesgo. Los autores de estos días, cuando llueven las denuncias por acoso, deben tener mano un plan b, por si algún personaje de la producción cae en la volteada y hay que rehacer todo. Es decir, aprender a pensar en el largo plazo, pero estar listo y preparado para los desgraciados imprevistos.
“El caso O.J. Simpson”, recreación de un suceso real
“Fargo”, sobre idea de los hermanos Coen
“True detective”, de Nic Pizzolatto
“The night of”, de Steven Zaillian y Richard Price
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