

Donald Trump en noviembre en Montana, para un acto de campaña previo a las elecciones legislativas / AP
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Su pelea con el Congreso por los fondos para construir el muro fronterizo con México derivó en un cierre parcial del gobierno federal. Y al mandatario le espera un sombrío panorama judicial
Donald Trump en noviembre en Montana, para un acto de campaña previo a las elecciones legislativas / AP
Jerome CARTILLIER (Agencia AFP)
WASHINGTON
“Nadie ha hecho lo que yo hice”. Donald Trump, todo un maestro en el arte de la autocomplacencia, asegura que, a fines de 2018, todo va bien para EE UU y para él mismo.
Al final de su segundo año en el poder, el balance general tiene, sin embargo, muchos más contrastes, incluso cuando los indicadores económicos son buenos por el momento.
El horizonte judicial del 45º presidente de EE UU se ha oscurecido considerablemente. Su ex jefe de campaña Paul Manafort está en prisión. Su ex abogado Michael Cohen estará allí en pocos meses. La vasta investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre los supuestos vínculos entre Moscú y su equipo de campaña avanza rápidamente.
Con el eslogan “America First” (”Estados Unidos primero”) por bandera, pisoteando las tradiciones y los códigos con una especie de júbilo, el atípico e impulsivo presidente de 72 años sigue desencadenando una avalancha de polémicas y alterando todo bajo los vítores de su base electoral y la mirada estupefacta de gran parte de su país y del mundo.
Haciendo uso de fórmulas lapidarias, a lo largo del año arremetió contra los dirigentes de los principales aliados de EE UU como la británica Theresa May, el canadiense Justin Trudeau o el francés Emmanuel Macron, al tiempo que ensalzó sus buenas relaciones con los de Rusia o Corea del Norte, Vladimir Putin y Kim Jong-un.
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En el plano interior, ninguna reforma legislativa significativa ha sido adoptada desde la reducción de impuestos adoptada a fines de 2017. No se ha desbloqueado ni un dólar para el muro que Trump pide en la frontera con México (el mandatario pide 5.000 millones de dólares para construir el muro, el Congreso no se los aprobó y el desacuerdo presupuestario llevó a un cierre parcial del gobierno federal que mantiene paralizado a Washington desde el viernes último, con unos 800 mil empleados públicos federales en licencia sin sueldo o trabajando sin paga, para servicios considerados esenciales).
Además, la victoria de los demócratas en la Cámara de Representantes hará, y Trump lo sabe, que la segunda parte de su mandato sea infinitamente más difícil.
El deceso de uno de sus predecesores, George H.W. Bush, cuyo ejercicio del poder es recordado por algunos como elegante y decente, vino a rememorar hasta qué punto la presidencia de Trump está desprovista de estas características. A continuación, un repaso del tumultuoso año en la Casa Blanca.
Normalmente las cumbres anuales del G7 son citas discretas, pero la de junio pasado en Quebec (Canadá) se convirtió en un caos bajo los ataques del inquilino de la Casa Blanca, particularmente alterado.
En el último minuto torpedeó el comunicado final, un documento de 28 puntos penosamente negociado por el “Grupo de los siete” (EE UU, Canadá, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Japón) y, en un tuit enviado desde el Air Force One, calificó al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, de “deshonesto y débil”.
Una foto con aires de retrato pictórico se convirtió en el símbolo de ese extraño momento de la diplomacia trumpiana: sentado con los brazos cruzados, el presidente estadounidense se enfrenta, con aspecto ceñudo, a la canciller alemana Angela Merkel y a otros dirigentes aliados.
El apretón de manos, el 12 de junio en Singapur, entre Trump y el norcoreano Kim Jong-un fue espectacular. La declaración común presentada tras este encuentro lo fue bastante menos.
El presidente estadounidense se mostró particularmente elogioso con Kim, al que describió como “muy talentoso” y “muy buen negociador”, superlativos normalmente reservados para sus aliados. “Me escribió bellas cartas, son cartas magníficas. Nos hemos enamorado”, dijo meses más tarde, siempre provocador.
Sin embargo, aunque la posibilidad de organizar una segunda cumbre fue mencionada, todo indica que por el momento las negociaciones resbalan.
La primera cumbre entre Trump y Vladimir Putin, muy esperada, se convirtió en un fiasco para el millonario estadounidense. Tras un encuentro cara a cara de dos horas en Helsinki (Finlandia), solo en presencia de los intérpretes, los dos hombres ofrecieron una rueda de prensa.
En un discurso extraño, Trump se negó obstinadamente a condenar a Moscú por la injerencia en la campaña presidencial de 2016, y dio más crédito a las negativas del ex agente de la KGB que dirige Rusia desde 2000 que a las conclusiones de sus propios servicios de información. En Washington, a unos 7.000 km de distancia, la consternación se impuso incluso en el seno de su propio partido. En un hecho poco habitual, varios legisladores republicanos expresaron su indignación.
“Hace menos de dos años que soy presidente y ya he hecho entrar a dos jueces en la Corte Suprema”. Después de Neil Gorsuch, Trump hizo entrar a Brett Kavanaugh en el templo del derecho estadounidense. Con cinco jueces conservadores de nueve, la venerable institución no había estado tan marcada hacia la derecha desde hacía décadas.
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