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El amor es sensorial: las superficies de placer de “Llámame por tu nombre”

La cinta nominada al Óscar, una de las historias de amor más intensas de los últimos años del cine, se estrena el jueves en las salas locales

El amor es sensorial: las superficies de placer de “Llámame por tu nombre”

Elio, Oliver y un verano eterno en “Llámame por tu nombre”, que se estrena el jueves / outnow

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

20 de Febrero de 2018 | 04:23
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El amor es una experiencia puramente sensorial: el cineasta italiano Luca Guadagnino vuelve cine esa noción en “Llámame por tu nombre”, relato del amor entre un adolescente en pleno descubrimiento y un académico americano, que protagonizan el romance más intenso que ha visto el cine en años y que se estrena el jueves.

El escenario es una Italia bucólica de 1983: el joven Elio, de 17 años, pasa el verano con sus padres, dos académicos liberales y libertarios que lo invitan a vivir la vida. Interpretado por el sorprendente Timothée Chalamet, que ha noqueado a la crítica con su talento descomunal y una capacidad natural para poner el cuerpo a un personaje complejo, arriesgadísimo, Elio vive esa estancia en ese escenario idílico casi con fastidio, un verano más con los padres en las cercanías a un chato pueblito italiano. Hasta que llega Oliver (también sorprende Armie Hammer, un galán de sutileza infinita), un académico norteamericano, inteligente, sensible y algo canchero. Si Chalamet encarna a la perfección, con su físico desgarbado, la juventud, la adolescencia y la confusión, Hammer captura a la perfección, con su físico de estatua griega y su voz profunda, la masculinidad madura: Elio pasará con la irrupción de esta figura llegada desde un país alejado de las formas y las normas europeas, de ese “dolce far niente” a un despertar sexual fogoso y confuso, tan ardiente como el sol del verano.

Pero casi nada se dice en muchas palabras: Guadagnino captura las urgencias físicas, las miradas magnetizadas, las siestas al sol y los silencios, imprimiendo al filme otra respiración y capturando a la vez de ese tiempo detenido que suelen ser los veranos y ese tiempo eterno, de infinitos detalles, que es el primer amor.

Filmada en 35mm, y con Sayombhu Mukdeeprom, director de fotografía tailandés que ha colaborado con directores de la talla de Apichatpong Weerasethakul y Miguel Gomes, a cargo de la cámara, Guadagnino pone en escena en la pantalla ese paraíso silvestre en todo su esplendor físico y emocional: no hay capricho en este uso del fílmico preciosista en contraposición del digital, que emparejado con la cámara de Mukdeeprom consigue capturar la transparencia del agua, el ardor del verano, la libertad de la naturaleza y otros intangibles, metáfora de las emociones de la pareja pero también escenario físico, Jardín del Edén alejado del mundanal ruido, único escenario posible para el amor verdadero.

EDÉN SONORO

La reconstrucción del Edén es también sonora. Guadagnino construye con una delicada banda sonora que suma detalles musicales de la naturaleza, citas a los ochentas más sensuales (Psychedelic Furs, Moroder), pianos de Ryuchi Sakamoto y la melancolía eterna de Sufjan Stevens: “Su voz es tan angelical”, dijo el cineasta sobre el músico de Detroit, que se convirtió en una “especie de narrador” del romance de Guadagnino. Su canción para el filme “Mystery of Love”, está nominada al Óscar, una de las cuatro nominaciones de la cinta que competirá como mejor película en los Premios de la Academia.

Así, “Llámame por tu nombre” abruma los sentidos el espectador: el intelecto no sirve demasiado mientras el goce, la incertidumbre, la confusión y el dolor del amor se filtran por la piel. La peripecia es mínima: la intensidad de cada tarde al sol, máxima. El amor de esta película se puede tocar.

Basada en una novela del narrador egipcio-estadounidense André Aciman, adaptada por el aclamado James Ivory (inicialmente iba a sentarse en la silla de director: Guadagnino fue convocado en primera instancia para encontrar locaciones), este cuento sensual y trascendental sobre el primer amor cierra una trilogía del cineasta que empezó con “Yo soy el amor” y “Cegados por el sol” y rinde homenaje a sus maestros Renoir, Pialat, Rivette, Romher o Bertolucci. Si de Renoir lo inspiró su búsqueda de “cómo entender la realidad desde una perspectiva visual”, como dice el italiano en una entrevista para la colección Criterion, de Bertolucci lo enamoró cuando “me dijo algo que me llamó la atención: una película no es solamente la representación de un guion sobre los personajes. Bernardo cree que la cámara es una herramienta mediante la cual el director investiga las más profundos y escondidos abismos de un actor”.

Elio vive esa estancia en ese escenario idílico casi con fastidio, hasta que llega Oliver

 

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