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La Ciudad |Cómo viven los pioneros del “lejano este” platense

El “boom” de Sicardi y Garibaldi, entre logros y desafíos cotidianos

El desembarco masivo de treintañeros en clave de formar familia con casa propia, y emprendedores que les ofrecen productos y servicios, cambia la cara de una zona con impronta casi rural

El “boom” de Sicardi y Garibaldi, entre logros y desafíos cotidianos

darío grigera y martín gómez, se animaron a un emprendimiento comercial para la zona/ gonzalo calvelo

CECILIA FAMÁ cfama@eldia.com

9 de Abril de 2018 | 03:15
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Conservando cierta impronta rural, perfumes, ritmos y sonidos que remiten a una vida suburbana como las de antaño, las localidades situadas en el extremo sudeste del partido de La Plata laten al compás de la radicación sostenida de nuevas familias, la inauguración de comercios, la gestación de puntos de encuentro y la apertura de bares con espectáculos, que consolidan poco a poco una identidad propia, a una docena de kilómetros del ruido.

En su carácter de “pioneros”, tanto los vecinos más antiguos como los recién llegados afrontan desafíos cotidianos en materia de logística y conectividad. ¿Cómo se organizan, entonces, estos “commuters” locales? ¿Viajan a diario al centro por motivos laborales? ¿Dónde educan a sus hijos?

El tramo que separa el casco histórico ideado por Pedro Benoit de los enclaves de Parque Sicardi y Villa Garibaldi -curiosamente, alguna vez pensados como topografía ideal para erigir la capital bonaerense- ya no es lo que era. En esas cuadras y cuadras en las que antes había solamente casitas y algún negocio esporádico, hoy encontramos negocios de todos los rubros, desde supermercados hasta tiendas de bebidas, desde heladerías hasta casas de ropa, pizzerías y las infaltables ferreterías.

PIONEROS EN GARIBALDI

Juan Jalil (42) compró la tierra en la que hoy tiene su casa en 10 entre 669 y 670 en 2010, “cuando esto era todo campo”. Oriundo de Ayacucho y residente platense desde sus épocas de estudiante de Artes Plásticas en la Universidad Nacional de La Plata, recuerda que “compré dos lotes de 8,66 x 34,64. Primero uno, y después la inmobiliaria me ofreció el otro en cuotas. Me salieron 15 mil pesos cada uno. Fue la gran oportunidad de tener mi casa propia”.

Desde entonces, todo fue tiempo y trabajo para este artista plástico cuya casa es parte de su obra; la levantó haciendo cursos de construcción con Retak, y trazando el camino al andar. “Primero hicimos” -vive con Sabina, su compañera- “el taller. La casa fue durante mucho tiempo un gran taller en el que convivíamos con mis obras. Fue así durante más de 3 años… ahora ya tenemos nuestra casa, y el espacio de trabajo está aparte”.

Juan dicta clases de Plástica en neuropsiquiátricos y centros de día privados en La Plata. Sus jornadas arrancan bien temprano, en su auto a gas –“porque hacemos sí o sí 30 kilómetros por día y hay que cuidar la economía”-, y pasa casi todo el día en la Ciudad: “de 12 a 14 suelo tener tiempos muertos entre un trabajo y otro, pero no puedo volver a casa porque no me cierran los horarios. Entonces almuerzo en el auto, hago trámites o me quedo en algún lugar haciendo tiempo. Cuando termino, me vuelvo a Garibaldi, pero como mi mujer sale más tarde, ella se tiene que venir en micro”.

La dinámica de vivir en un lugar alejado del casco urbano tiene esas cosas. Y también requiere “stockearse” de provisiones yendo a un mayorista mes por medio: “por un lado, por lo económico, y además porque por acá no hay muchas cosas. Ahora recién hay algo más, pero ya estamos acostumbrados a prevenir”, dice Juan, que asegura que cuando llega el viernes, ya no quiere volver a La Plata hasta el lunes: “me desenchufo, ando en pantuflas, riego las plantas y disfruto mucho de pasar el fin de semana acá”.

Tanto a Garibaldi como a Sicardi llega el micro Este. Sus ramales 12 y 80. Hasta plaza Moreno, desde 659 y 10, hay 40 minutos de viaje. “Yo si voy en micro salgo una hora antes”, dice Juan.

A la tarde, algunos vecinos que saben que otros vuelven a su casa en micro se mandan mensajes, sobre todo los días de lluvia, e improvisan el “carpooling”, aprovechando viajes en auto más rápidos y cómodos. Eso hacen los días de semana Sabina -la esposa de Juan- y Mariana, quienes viven a unos metros de distancia y periódicamente coinciden en el horario de regreso.

Mariana Ríos Nápoli es la esposa de Darío Grigera, uno de los primeros habitantes de la cuadra de 670 entre 10 y 11: “en 2009, acá no había nada. Recuerdo que puse 5 mil pesos por cada terreno -eran dos- y después pagué doce cuotas de 800 pesos por mes. Apenas me los entregaron puse una casa prefabricada, chiquita, para usar de quincho. Después empecé a construir todo en madera, con aberturas y cosas que conseguía y con la ayuda de mi viejo y mi suegro” revela Darío: “los únicos materiales que compramos fueron los del techo, todo lo demás es de desarmaderos, o cosas que fuimos consiguiendo. En el barrio sólo había una despensa, lejos, y una ferretería, que era el comercio más visitado, porque acá todos hacemos todo con nuestras manos; es parte de la idiosincrasia del habitante de esta zona”.

Darío es no docente de la UNLP y trabaja en la facultad de Ingeniería. Mariana trabaja los sábados en Hudson y además estudia magisterio. Forman una familia ensamblada con tres hijos; Vicente, Eugenio y Catalina, que estudian todos en el Normal N°1, van a la primaria y al jardín. “Para nosotros es más práctico que vayan a la escuela en La Plata porque trabajamos allá” coinciden: “si pasa cualquier cosa, estamos más cerca. Pero hay familias de acá, que no viajan al centro a diario, que mandan a sus chicos a la escuela rural de Correa, o a una privada que abrió hace un par de años, Juan Pablo Apóstol”-

“Venir a vivir acá fue apostar. Al principio solo teníamos la posesión de los lotes y las calles eran imposibles de transitar. De a poco, fuimos escriturando; formamos con los vecinos un grupo en el que pagamos mensualmente unas ‘expensas’ y con ese dinero mejoramos las calles y las mantenemos. También estamos alejados de los centros de salud. Acá hay una salita, en 7 y 630, que está abierta sólo de día. Están haciendo otra en 12 y 659. Pero de todos modos, ante un problema de salud o una urgencia nos tenemos que ir al hospital San Martín o al de Niños. Así y todo, no cambio esto por nada. Hay una tranquilidad única”, resume Darío, que es además músico -bajista- y fabrica su propia cerveza, que ahora “despacha” en el bar que abrió delante de su casa (ver aparte). Eso sí, confiesa: “si sos de Sicardi nadie te compra un auto ni de casualidad, sabe que tiene el tren delantero hecho trizas”.

SICARDI “SOHO”

“Yo siempre digo que en el entorno hay algo así como ‘capas’ de sonido”, advierte Bárbara Karakachoff: “la primera es la de los pájaros; después podés escuchar algún motor de una máquina cortando pasto, o algo así; y por detrás, a lo lejos, recién se escuchan los motores de los autos. Y eso, la verdad, está buenísimo”.

La restauradora platense llegó a vivir a Parque Sicardi en 2002. “Habíamos ido a vivir a Brasil un tiempo con mi pareja, y volvimos en plena crisis” recuerda: “él tenía una casa acá y nos instalamos; empezamos a arreglarla, y era como estar en medio del campo. Había un supermercado y paremos de contar, no existía ni una verdulería. Al principio veníamos en bicicleta, hasta que pudimos comprar una motito; después pasamos a la Mehari… Después a un 147, y fuimos progresando de a poco, lentamente. Nuestros dos hijos -Tao (15) y Franca (12)- nacieron acá, lo que fue muy hermoso, porque hay una paz increíble”.

“La idea es establecer un vínculo entre todos, comprar a productores de acá, y la clientela sea de acá…”

Darío Grigera Villa Garibaldi

“El entorno tiene varias capas de sonidos. Primero, los pájaros, luego una máquina cortando pasto y a lo lejos un motor de auto”

Bárbara Karakachoff, Parque Sicardi

“Compramos un terreno grande entre varios amigos y se transformó en la alternativa para tener la casa propia”

Hernán Aché Parque Sicardi

“Venir a vivir acá fue apostar. Sólo teníamos los lotes y calles imposibles de transitar”

“Los últimos años, sobre todo a partir de los créditos Procrear, se empezó a construir mucho, se radicó mucha gente, y los accesos virtualmente colapsaron, sobre todo la avenida 7. Si yo antes me venía hasta 9 y 636 en bicicleta, hoy es casi un deporte extremo intentarlo por la 7, porque es realmente peligroso. Es muy angosta y hay muchos micros, mucho más tránsito. La verdad es que lo dejé de hacer por un tiempo porque no daba; ahora por suerte ampliaron la avenida y eso mejoró bastante el panorama. Hay muchísimas más opciones de comercios... ya podés optar, tenés más variedad de precios; está bueno”.

“También hay más oferta de actividades, como cursos o deportes para hacer. Y más servicios, como consultorios médicos o veterinarios. Antes tenías que ir y venir del centro de La Plata y era un bajón... Eso ahora cambió un montón y es positivo”, concluye Karakachoff.

Por su parte, Natalia Pissoni y Martín Díaz viven en Sicardi desde 2010. Compraron su terreno -en 7 y 648- tres años antes, porque querían vivir “en un espacio grande, rodeado de verde” y “ver el atardecer en el horizonte”.

Según cuentan, “los cambios de un tiempo a esta parte son muchos. Antes solo estaban el almacén del barrio y una ferretería. Hoy está colmado por negocios de todo tipo. El barrio se extendió mucho, ya casi no hay terrenos vacíos. Hasta hicieron un jardín y una escuela, hay dos barrios enteros con vecinos que accedieron a los créditos Procrear y varios condominios nuevos”.

Sus actividades –ella emprendedora, diseñadora de indumentaria, y él dueño de una pizzería en la zona de Meridiano V y presidente del Centro Cultural Vieja Estación Provincial- le permiten estar bastante en su casa, y disfrutar del hogar y su entorno, más aún ahora, con la llegada de la pequeña Renata, hace apenas dos meses.

El Parque Sicardi de los enormes terrenos y los paisajes desolados, se fue poblando de árboles y también de casas y negocios. Muchos muy elegantes y prolijos, con una onda “rural-chic”, que hace que muchos nuevos vecinos llamen a la zona “Sicardi Soho”, sobre todo en los lugares de viviendas realizadas con el plan Procrear, de lotes más chicos y arquitecturas similares.

Hernán Aché, vecino del lugar, recuerda que en su caso “compramos un terreno grande entre varios amigos, allá por 2006; era una gran alternativa para acceder a una posibilidad habitacional. Yo soy de Gonnet, y fue la oportunidad de tener una casa propia, igual que para muchos que ya estábamos trabajando y teníamos nuestra plata. Sicardi era un gran desafío. Era una tierra virgen. Era como un Gonnet o City Bell de hace 60 años, o el resto de las inmediaciones de La Plata. Sicardi nos abría un horizonte… De hecho, el horizonte era muy claro y visible porque no había árboles, ni nada”.

“Al momento de comprar esas tierras, estaban muy trabajadas” rememora Aché: “lo primero que hicimos fue poner a punto el terreno y planear a futuro. Con mi grupo de amigos tenemos todos una visión bastante ecológica. Empezamos a reciclar, a separar la basura… cosa que seguimos haciendo. Acá tiene la particularidad de que lo reciclado lo podés usar, por ejemplo lo orgánico para abonar las plantas, así que también está bueno”.

“Hace 12 años que compramos; hace 10 que ya vivo acá. Me hice la casa yo, reciclando algunas cosas. En 2009, 2010, había como un auge de las aberturas con vidrio repartido y era una posibilidad linda, con las limitaciones que tenía cada uno, trabajar la tierra, pensar en una vivienda propia. Para nosotros fue un desafío grupal. Vivimos felices, comemos perdices… hoy los árboles están altos, se disfruta el verano, se disfruta el invierno. El barrio se va poniendo cada vez más verde, a la par de que se va poblando cada vez más. Con el Procrear hubo un gran crecimiento, creo que un poco desmedido. Creció más rápido de lo que puede soportar el barrio, pero ahora hay una etapa de reacomodamiento”, dice Hernán, más conocido como “Huguito” por sus vecinos y amigos, y a quien se lo puede ver -y escuchar- pasando música en varias cervecerías y barrios del centro.

“A la par, la gente va terminando sus casas de a poco, o incursionando en nuevos proyectos de su proyecto original. Hay algunos que se pueden ir acomodando más. Pero la experiencia del Procrear fue diferente, porque fue principio y fin de construcción en un determinado plazo. Pero todos los que no entramos en ese plan fantástico tuvimos otros procesos que están buenos, que están en movimiento. Yo a mi casa la pienso como una obra, particularmente porque la voy haciendo yo, de a poco. Voy viendo cómo crecen los árboles, la casa, los animales; tengo perros, gatos, he tenido pájaros, todos en un ambiente de total libertad”, describe el vecino, que hace varios años convirtió su casa en centro cultural, con shows y vinilos sonando los fines de semana, emprendimiento que luego dejó atrás por un viaje al exterior.

HACIENDO PUEBLO AL ANDAR

“Nosotros hicimos patria total: instalamos la luz, hicimos 200, 300 metros de asfalto. Acá cuando se corta la luz, te arreglás como podés, porque somos electrodependientes. No hay gas natural, el agua es de pozo, se sube por bomba y todo el procedimiento es eléctrico. De a poquito la gente está incursionando en la energía solar, que está bueno”, detalla Aché, y agrega que “el barrio fue creciendo habitacionalmente, muy rápido. Fue tan grande y tan rápido el crecimiento, que se generó una especie de tensión, entre lo antiguo, lo telúrico, lo campero, el vecino que tenía sus chanchos, sus animales sueltos por ahí y que hoy ya no puede tenerlos. Y de repente, también, hay mucha gente que viene con la velocidad de la ciudad y todo un ritmo ajeno a la zona. Creo que se a poquito se va logrando una nueva identidad del barrio”.

“También hay un montón de gente que se mimetizó enseguida. Que abre comercios, centros culturales, talleres de arte. Fue un cambio evolutivo. Esa rueda no para… está creciendo, calculo que pronto vendrá la etapa del equilibrio” estima “Huguito”.

“Mi manzana tiene 4 terrenos, pero ahora ya hay manzanas que tienen hasta 30 terrenos y cada uno tiene una perforación de agua, así que es hay una especie de desfasaje que hay que acomodar” advierte quien es uno de los pioneros de la zona: “es un pueblo en crecimiento, que se tiene que ir acomodando. La calle troncal, que es la 659, se lleno de locales, algunos lindos y otros no tanto, y hace como que parezca una ruta en vez de una avenida tan linda como la que era antes. Habíamos proyectado ponerle Atahualpa Yupanqui y nombres de artistas a todas las calles. La 650, la avenida Alejandra Pizarnik. Es un proyecto que armamos los vecinos, y que esperamos sea aprobado en el municipio y se pueda concretar”.

 

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