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Con la llegada del streaming, las series son mejores que nunca, pero ahora no podemos dejar de mirar. ¿Comportamiento compulsivo?
A comienzos de 2010, Netflix tenía solo un poco más de 12 millones. Casi diez años después, la N roja reporta más de 158 millones: el terremoto del streaming sacudió los cimientos de la industria del entretenimiento, forjando nuevas formas de producir contenidos pero sobre todo de consumirlos, y creando un mundo donde las series televisivas son uno de los principales temas de conversación en la mesa y en el trabajo.
Hubo un tiempo en que mirar tele era un asunto de compromiso, una cita con día y hora marcadas: quien quisiera mirar “Seinfeld” debía estar frente al televisor durante la emisión, so pena de quedar fuera de las conversaciones de oficina al otro día. Los espectadores más allá de las fronteras de Estados Unidos, además, sufrían un inevitable período de espera hasta que el estreno o la nueva temporada se emitiera en su país.
Pero con el crecimiento de los servicios de streaming y el paulatino alejamiento del público de las cadenas de televisión tradicionales y sus grillas de programación, la televisión finalmente se convirtió en un fenómeno global. Y la ansiedad por el próximo capítulo, al que había que aguardar una semana, dejó lugar a un nuevo comportamiento: el atracón televisivo.
Conocido en inglés como “binge-watching”, consiste en mirar de una sentada una serie completa, algo imposible en el pasado pero que los servicios de Netflix y Amazon alientan al subir a sus plataformas las temporadas enteras.
Y la feroz competencia entre cadenas televisivas, canales de cable y los gigantes online ha generado cientos de nuevos programas que cada año multiplican la oferta de sabrosísimos productos: ¿cómo resistir a la tentación del atracón si gracias a esta revolución se manejan en la pantalla chica presupuestos antes impensados, libertades para desarrollar tramas y personajes en amplios arcos narrativos, conducidos por nombres de peso tanto delante como detrás de cámaras?
Pero si la década del 2010 fue la de la explosión de la televisión, tanto en términos de cantidad como de calidad, también fue la década en que nos volvimos adictos. Los nuevos programas inundaron televisores, celulares, tablets y computadoras, consumidos con fruición pero olvidados en cuestión de días, al calor de otra novedad. La competencia por la atención del espectador creció a tal punto que cada semana había diez series de alto perfil que se estrenaban: inevitablemente, terminamos colocándolas en las siempre crecientes, ya infinitas listas de “para ver”. Allí murieron la mayoría de los shows, mientras crecía nuestra angustia por “ponernos al día”.
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Y esta angustia no es una exageración sino una creciente realidad que ya estudia la ciencia. Porque ver televisión genera placer, sobre todo al final de un día cansador, pero los estudiosos afirman que es un placer engañoso y fácilmente adictivo: el psicólogo Renee Carr explica que ver televisión libera dopamina, y el cuerpo pide más y más. Y el proceso que se experimenta mientras se atracona es el mismo que tiene lugar en el inicio de una adicción cualquiera: “Los caminos neuronales que causan la adicción a la heroína o el sexo son las mismas, el cuerpo no discrimina frente al placer, puede volverse adicto a cualquier sustancia o actividad que produzca dopamina”. Si el hábito se vuelve adictivo, es que hemos perdido el control de nuestro propio tiempo, esclavizados ante la pantalla chica.
Un equipo de investigadores de la Universidad de Toledo se ha dedicado a estudiar este nuevo fenómeno, y reveló una relación antes desconocida entre el atracón seriéfilo y la depresión y ansiedad.
En el estudio, el 77% de los participantes reveló que veía al menos dos horas de tevé por noche: se los consideró “espectadores compulsivos”, pero el 35% reportó ver aún más. Y, después de dos horas de tevé, los sujetos reportaron sentirse más ansiosos y deprimidos que quienes ven menos tele. ¿No tenía que servir como un escape?
Los investigadores afirman que no saben con certeza que viene primero, si la depresión y ansiedad derivan en ver más televisión o al revés. Las cifras de éste tipo de comportamiento se han triplicado desde el 2014, volviéndose un habito fuerte entre las personas.
Y no es la primera investigación en resaltar una relación entre los nuevos hábitos de consumo de programas y una mala salud mental: el año pasado investigadores presentaron en la conferencia anual de la Asociación Internacional de Comunicación que ver televisión de forma compulsiva está relacionado con mayores sentimiento de soledad y menor capacidad de auto control.
Sin embargo aún existe la interrogante: ¿son aquellos que tienden a sentirse solos, deprimidos, ansiosos y tienen menores niveles de autocontrol el tipo de personas que realiza maratones televisivos o al revés?
A la espera de una respuesta, la propia sociedad fabrica sus anticuerpos, y así como cada vez vemos más televisión, comienza a cobrar fuerza el movimiento del “bienestar digital”, que busca fomentar una relación más armónica, menos dañina, con la tecnología, que en esta década se transformó en un verdadero monstruo omnipresente. Una relación mejor con nuestras tevés (y con nuestros celulares, y con nuestras computadoras) es posible.
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