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Steven Soderbergh: el eterno inconformista que quiere dar vuelta la industria del cine

Netflix estrenó “High Flying Bird”, la última película del cineasta que pone en escena su obsesión con cambiar el sistema

Steven Soderbergh: el eterno inconformista que quiere dar vuelta la industria del cine

Soderbergh, filmando con un iPhone “High FLying Bird” / Netflix

17 de Febrero de 2019 | 05:31
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Steven Soderbergh es un inconformista. Y hace rato viene filmando historias de inconformistas. Su otro gran interés ha sido como estos personajes al margen consiguen realizar su trabajo, su pequeña revolución: esa capacidad para conseguir lo que se proponen deslumbra a Soderbergh, que constituye esa característica en la columna vertebral de sus héroes, desde la protagonista de “Erin Brockovich” al protagonista de “Magic Mike”, pasando, sí, por la decena de protagonistas de las tres “La Gran Estafa”.

“High Flying Bird”, la película que el cineasta acaba de estrenar en Netflix, continúa esta tendencia: y si bien no es un trabajo con guion propio (el texto estuvo a cargo del dramaturgo Tarell Alvin McCraney, guionista también de “Moonlight”, sobre una idea de Andre Holland, el protagonista del filme), es evidente que el filme sobre el agente deportivo Ray Burke (Holland) moviéndose en el complejo mundo de las relaciones laborales entre dueños de la NBA, mayormente blancos, y jugadores, mayormente negros, encaja a la perfección en su filmografía de sujetos al margen con una visión experta, casi premonitoria, de cómo funciona el sistema, siempre injusto, dentro del cual se mueven.

Burke, como varias de sus criaturas, opera casi como un alter ego del director, cada uno en su mundo particular: porque hace rato que Soderbergh desprecia el sistema industrial de cine, y experimenta formas para disrumpirlo mientras busca la manera de hacer películas con la libertad total que pretende.

“High Flying Bird”, por ejemplo, se rodó con un iPhone. Soderbergh utilizó adaptadores sobre la lente, como hiciera Sean Baker (el director de “Florida Project”) en “Tangerine”, y con un presupuesto de 2 millones de dólares (para los parámetros de Hollywood, un presupuesto exiguo) rodó esta historia mínima de alcances máximos, épicos, sobre las posibilidades de subversión en la industria del mundo hipercapitalista: el del deporte, pero también el del cine.

No es la primera vez que Soderbergh prueba filmando con un iPhone: a principios de 2018 estrenó “Unsane”, cinta de terror aunque fuertemente retocada en la posproducción. Ese espíritu de innovar, de fugar de lo establecido, lo llevó a coquetear incluso, también el año pasado, con la ficción interactiva: antes de “Bandersnatch” existió “Mosaic”, show de HBO donde, a través de una app, el público podía elegir qué camino seguir en la investigación de un crimen.

Soderbergh, que además de director prolífico es un productor interesado en los nombres y proyectos jóvenes, parece en los últimos años de su carrera obsesionado con el sistema hegemónico del cine. Esa maquinaria lo llevó a anunciar su retiro, en 2013, y a convertirse, meses después, en uno de los primeros cineastas en pasar a la pantalla chica en el marco de la era dorada de la tevé, con “The Knick”: en aquellos días el prejuicio sobre “pasar” a la tevé era similar al que hoy existe sobre estrenar una película en Netflix, que Soderbergh desafía por duplicado, ya que este año estrenará en la plataforma, además, “The Laundromat”, un proyecto de mayor escala sobre los Panamá Papers, con Meryl Streep, Gary Oldman y Antonio Banderas.

Quizás, la misión de Burke, alter ego de Soderbergh, sea mostrar las grietas del sistema

 

¿Netflix, justo Netflix, como fuga del sistema? Parece contradictorio, teniendo en cuenta que si bien la N roja cambió rotundamente el panorama del cine, hoy extiende cada vez más su poder sobre la industria del entretenimiento. Pero, al menos para Soderbergh, como para otros cineastas, ha significado una forma de alcanzar a decenas de millones de espectadores en todo el mundo con películas que se ven (y se producen) cada vez menos, en esta era de superhéroes, explosiones multicolor y pantallas verdes: “Para mí, no estrenar en cine y estar en Netflix no representa el dilema moral que representa para otras”, afirma.

Y hay que entender a Soderbergh: los estudios tradicionales de Hollywood no solo controlan la gramática imperante en las salas del mundo, sino que lo hacen gracias a un poderoso aparato de marketing y distribución internacional que el director ya quiso combatir: lanzó “La estafa de los Logan”, en 2017, y “Unsane”, en 2018, bajo un nuevo modelo de distribución que implicaba menos presupuesto pero, sobre todo, devolver el control a los realizadores y quitárselo a los departamentos de marketing de los estudios.

“No era una amenaza, solo intentamos abrir otra avenida”, lanza Soderbergh. Pero a esas cintas no les fue bien en la taquilla. “Los estudios tenían razón”, dice hoy, resignado. Y a la misma conclusión parece llegar el protagonista de “High Flying Bird”: el juego no parece poder subvertirse. Aunque, quizás, la misión de Burke, este alter ego de Soderbergh, sea sobrevivir dentro del sistema y, a la vez, mostrar sus grietas, sus posibilidades alternativas, para que futuros revolucionarios no den por hecho ese orden de hierro, ese oligopolio de los dueños del deporte, y del cine. Quizás no se puede ganar, pero Soderbergh sale empatado y, mientras tanto, sigue haciendo el cine que quiere.

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