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Interesante enfoque de una problemática muy analizada en las grandes ciudades. El español Javier Gomá Lanzón aborda la cuestión desde una perspectiva filosófica y moral. Su pregunta es: ¿Por qué el Estado pretende exigirme a usar casco, si no perjudico a nadie si no lo uso? Transcribimos los fragmentos principales de su nota, publicada en diario madrileño El País.
“Si sería una extralimitación que la ley regulase relaciones sociales de ámbito personal, la obligatoriedad del cuso del casco va más lejos porque la norma que lo impone busca protegerme a mí... contra mí mismo. Durante el absolutismo monárquico, no sólo lo que uno escribía sino lo que pensaba constituía delito: la red jurídica se introducía en el fuero interno de las personas y las sometía a servidumbre amenazando con castigos al mero flujo interior de la conciencia. Las democracias liberales, por el contrario, reconocen a cada ciudadano, cuando alcanza su mayoría de edad, autonomía moral y competencia cognitiva suficiente para buscar la felicidad a su manera, sin obligación de aceptar tutela alguna, pública o privada, sobre las decisiones relevantes atinentes a su estilo de vida.
“¿Qué bien social está reglamentando la norma que declara ilícito el incumplimiento del deber de usar casco para andar en moto? Ninguna: está velando exclusivamente por mí y no pretende proteger interés general alguno, pues no hay aquí atisbo de mundo interpersonal. El casco no previene accidentes con terceros sino, una vez producidos éstos, sólo de lesiones propias. Si únicamente mi vida corre peligro, ¿por qué me multan?
“Las leyes sanitarias que restringen severamente el consumo de tabaco se fundan en la protección de la salud de terceros. ¿Qué perjuicio de terceros trata de evitarse con la obligatoriedad del casco?
“El cinturón positivamente salva vidas. Lo cual es cierto, como también lo es que el descenso del número de víctimas sería aún mayor si la ley nos prohibiera conducir, o por qué no, fumar, beber, subir en ascensor o amar desesperadamente, todo lo cual ha sido fuente de innumerables muertes. Este aparente paternalismo, que cuida de nosotros como menores de edad incapaces de elegir lo que nos conviene y nos lleva de la mano al recto comportamiento, es en realidad una modalidad de esos totalitarismos cuyo lema se resume en el protervo dictum de Goethe: “Prefiero el orden a la libertad”.
“Se me dirá: no es cierto que el casco sólo proteja bienes privados porque el herido en accidente de tráfico genera gastos al sistema público de salud. Si el título habilitante del Estado para interferir en mi esfera privada es la hipótesis de un gasto público evitable, entonces no sólo el uso del cinturón sino la vida en su totalidad debería sujetarse a la ley.
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“Imagino el día en que, tras cortarme un dedo en la cocina y acudir a un centro de salud, el facultativo dé parte a la policía de mi comportamiento bajo la sospecha de un uso negligente de los caudales públicos. Cuando no hay daño de terceros, el Estado no está autorizado a evitar el daño propio convirtiendo una conducta privada en ilícita y punible.
“Y ahora, un consejo: usen casco, no por temor a la multa, sino por la dulzura de vivir”.
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