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“Evangelion” en Netflix: el aterrizaje de la serie que cambió la animación para siempre

El show que revolucionó la industria del “anime” vuelve a las pantallas a 25 años de su estreno, con la potencia de sus imágenes intacta

“Evangelion” en Netflix: el aterrizaje de la serie que cambió la animación para siempre

Las imágenes promocionales anticipaban lo que no sería: “Evangelion” no fue otra serie de robots gigantes

19 de Junio de 2019 | 03:05
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El 4 de octubre de 1995 debutaba en la televisión japonesa “Neon Genesis Evangelion”, y su apertura sugería que estábamos ante otra serie de animación japonesa protagonizada por robots gigantes, héroes adolescentes y romances hormonales.

Pero ya en aquel primer episodio, que no terminaba todavía de romper líneas con el tradicional género de los “mechas”, se vislumbraba que a pesar de la introducción con una canción pop colorida, estábamos ante una obra trágica, oscura. Un trabajo que llevaría al anime (como se denomina a la animación japonesa) a atravesar barreras geográficas y demográficas, el puntapié de una revolución que tendría como resultado una explosión de innovación y riesgo en la industria nipona.

Casi un cuarto de siglo después, “Evangelion” llega este viernes por la pantalla de Netflix a casi todo el planeta, cerrando el ciclo: aterrizó en Japón como una obra de vanguardia; circuló en Occidente de forma menos que legal primero, y luego en el cable después, como una obra de culto; y llega hoy, cuando el anime es un consumo masivo y la grilla de Netflix ofrece decenas de series animadas orientales, convertida en clásico, casi como un reconocimiento a la serie que trajo a la animación japonesa prestigio internacional.

Y casi veinticinco años más tarde, “Evangelion” mantiene su potencial evangelizador. Una serie que subvirtió un género, el de los robots gigantes y los héroes reticentes: en “Evangelion” el héroe reticente es depresivo y oscuro, y los robots gigantes no son robots, son monstruos que han sido apenas controlados por la raza humana, que, es evidente, juega con algo que no puede controlar.

Y los personajes se relacionan siguiendo la lógica del dilema del erizo: si se acercan, se dañan, y si se alejan quedan solos. Así es que en lugar de las tradicionales discusiones adorables entre intereses románticos, los protagonistas se tratan de forma pasivo-agresiva, o directamente agresiva, a medida que se acercan. De más está decir que no hay momentos heroicos: aunque el protagonista, Shinji Ikari, salve una y otra vez a la humanidad, cualquier celebración de victoria es aplastada por la realidad atroz de la violencia, el dolor y, sobre todo, la realización de que, aunque haga lo que quieren los demás, cumpla las expectativas, sigue vacío, solo.

Bebiendo de otros que ya habían jugado a “oscurecer” este género clásico de la animación, el director y creador, el torturado Hideaki Anno, parte de las expectativas del género, promete lugares familiares, tranquilizadores, y entrega luego una obra desconcertante, abrumadora, yendo de frente contra la audiencia y su zona de confort. Para el realizador, los “otaku” (seguidores obsesivos de la animación japonesa) solo querían escapar de la realidad, de su propio vacío, hacia mundos fantásticos a través del anime: “Evangelion” fue su respuesta a esa actitud huidiza (de ahí que el final original deje en suspenso la batalla física, la fantasía, y se introduzca en la mente de su protagonista), a la vez que un manifiesto sobre el rol del arte en la cara de una industria que suele jugar a lo seguro (y no solo la japonesa: la animación mainstream estadounidense también ha caído en fórmulas repetitivas). Es cierto que la animación de la serie de tevé ha sufrido el paso del tiempo para el espectador gourmet del siglo XXI, y que por la propia lógica vertiginosa, siempre contrarreloj, del medio en que fue creada, varios episodios carecen por momentos de fluidez y prolijidad, pero en contrapartida resulta delicioso ver como Anno hizo de esas limitaciones algo indeleble, construyendo tensión “low cost” montando durante largas escenas una sucesión de imágenes estáticas y terroríficas, representación del frágil estado emocional de sus criaturas, acompañadas de una música entre divina y apocalíptica.

El montaje esquizofrénico es uno de los elementos que define el clima claustrofóbico, tenso, de la serie; el sonido y los silencios es otro. El género de “mechas” requiere de importantes, aleccionadores y tranquilizadores discursos, que brillan por su ausencia en una serie sin declamaciones, donde todo lo que no se puede decir es lo relevante. “Evangelion” es una serie sobre la depresión, la soledad, sobre la incertidumbre, por lo que, más allá de algunos gags (hay una escena de dos minutos de un ascensor subiendo en silencio con dos personajes en silencio) el silencio la representa, ayuda a crear ese clima de tensión que surge de la incomodidad inherente a la vida social, la incomodidad de los erizos cuando se acercan.

Lo que perdura, a un cuarto de siglo de su estreno, en la cabeza del espectador, es esto: no sus tramas de conspiraciones de proporciones literalmente bíblicas, imposibles de discernir, o esas batallas espectaculares, sino ese combo, como un cross a la mandíbula, de imágenes y sonidos alucinantes, abrumadores, una inmersión en sensaciones bíblicas poco vistas en el cine, que mostró la plasticidad del medio, nuevas posibilidades en una industria estancada. Y cuando “The End of Evangelion”, el filme que cierra la saga, aprovechó la carta blanca de los inversores y subió el volumen a 11 de esa apuesta por una imagen operática e icónica, en un acto de creatividad poco visto en la industria del anime (y que abrió la puerta a nuevas experimentaciones), la saga selló su pasaje a la eternidad.

 

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