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Información General |OCURRIÓ EN LA PLATA

La aventura de un auto fantástico platense y sus misterios nunca revelados

Una automotriz internacional de primera línea autorizó su fabricación en serie. Pero una trágica muerte e inexplicables instancias detuvieron el proyecto

La aventura de un auto fantástico platense y sus misterios nunca revelados
Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

31 de Enero de 2021 | 02:40
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- J’aime cette voiture.

Ivon Lavaud no era un hombre fácil de convencer. Se decía que su audacia era proporcional a su capacidad de análisis pero que cuando tomaba una decisión iba para adelante como una locomotora. Lo demostraría cuando contra viento y marea defendió un proyecto que algunos consideraban dudoso: la fabricación del prototipo “Flecha”, que se convertiría en el histórico Renault 12. Entonces Lavaud dijo lo mismo que esa mañana cuando le llevaron los planos de un auto concebido en un taller mecánico de Gonnet, un barrio de La Plata, en la América del Sur: “me gusta este auto”.

Lavaud ya era, justo es decirlo, proclive a entusiasmarse con diseños argentinos. La prueba más contante y sonante fue su decidido apoyo a la fabricación de un auto que también sería leyenda: sobre la base de un Rambler American diseñado por Richard Teague y con carrocería de diseño original Pininfarina nacería el Torino.

La historia del Iguana, el auto platense que estuvo a pocos metros de haber sido fabricado en serie por una de las más importantes automotrices del mundo está íntimamente ligada o mejor dicho es parte de la vida de novela que vivió Juan Garbarini, el creador del buggy Puelche un vehículo con fines recreativos que marcó época, que mostró el lado luminoso de la capacidad de creación de un grupo de visionarios y el lado oscuro de un país que empezaba a derrumbarse por su economía hasta tocar el fondo de un período de oscuridad y violencia inimaginables.

En los comienzos de la década del 70 Garbarini ya había vendido cerca de 1.500 unidades del Puelche, el buggy concebido en Gonnet y al que se subirían Teté Coustarot y otras modelos “top” de aquellos años de alto voltaje y al que la industria automotriz “formal” miraba con recelo.

COMO UN LAGARTO

Garbarini tocaría el cielo con las manos al oír del propio presidente de Renault una orden directa y clara a su vicepresidente Jaques Leroy; al director Comercial, Jules Lucier y al resto de la plana mayor de esa súper empresa. Había que apoyar el proyecto de ese auto con el que se intentaría llenar la brecha que dejaba el cese de la fabricación del Gordini y la necesidad de “hacer algo diferente” con los Renault 4 y 6.

Abel Ceveiro era estudiante de Diseño Industrial y se puso entonces a dibujar los planos de un auto de usos múltiples, que fuese robusto y de fácil mantenimiento y que mantuviese el espíritu inquieto del Puelche, es decir, que pudiera usarse sin mayores cuidados tanto en la ciudad, como en la ruta, el campo y la playa.

Durante un viaje por el norte, Garbarini se había quedado extasiado viendo como un pequeño lagarto se escabullía entre las piedras y los arbustos, ágil y aguantador bajo el sol.

“Lo vamos a llamar: Iguana”, dijo y le quedó ese nombre.

Después de pasar algunos filtros, los planos del Iguana llegaron al escritorio de Ivon Lavaud.-

“¿Avez-vous un prototype prêt?”, preguntó el súper ejecutivo.

Garbarini respondió con una mentira blanca: “Si, tenemos un prototipo listo en unos 20, 25 días”.

A la construcción del prototipo en chapa, tarea que quedó a cargo de Rubén Narvarte, se sumaron Norberto Cordasco y Hugo Pintarelli. Lo pintaron de amarillo rabioso y lo lustraron hasta acalambrarse los brazos una mañana de marzo de 1973 cuando lo llevaron al Velódromo de la Ciudad de Buenos Aires, donde la plana mayor de la Renault esperaba intrigada. De la matriz original salieron dos Iguanas, uno Amarillo y uno Rojo.

El Iguana pasó todas las pruebas y en el taller de Gonnet hubo que hacer lugar para una nueva sección: la de matricería del nuevo auto con carrocerías en resina poliéster y fibra de vidrio. Y dos versiones posibles: con techo duro fácilmente desmontable o capota de lona.

Un informe técnico contenido en el sitio autohistoria.com detalla que “el interior del Iguana, totalmente tapizado, presentaba un tablero deportivo de diseño exclusivo, construido en una sola pieza ; volante especialmente diseñado en duraluminio con empuñadura acolchada; instrumental completo de fácil lectura y a palanca al piso de recorrido corto y preciso”. El diseño del Iguana recibió la “Etiqueta de Buen Diseño”, distinción entregada por el CIDI (Centro de Investigación del Diseño Industrial), una división del INTI.

EL JUGUETE Y UN GUERRILLERO EN EL AVIÓN

Desde Francia la orden había sido muy clara: el Iguana, fabricado en Gonnet, iba a venderse a través de la red de concesionarios oficiales de IKA-Renault y ya había pedidos de Uruguay y Venezuela. El proyecto avanzaba, a los codazos con una economía frágil que se rompería en mil pedazos poco después con un fenómeno recordado como Rodrigazo. Pero aún así, el Iguana avanzaba.

Tal era el entusiasmo que generaba que una tarde se presentó en el taller de Ceveiro un fabricante de juguetes. En esa Navidad y esos Reyes , muchos pibes platenses recibieron una caja con la réplica del Iguana. “Parece mentira pero ya estaba el auto de juguete y el original todavía no rodaba en la calle”, recuerda Ceveiro.

El 11 de julio de 1973, Ivon Lavaud abordaría en el aeropuerto de El Galeao, en Río de Janeiro, el vuelo 820 de Varig con destino a París. A poco de llegar, la cabina empezó a llenarse de humo. Un informe posterior dejaría picando la idea de un incendio en el papelero de uno de los baños, en esos tiempos en que se fumaba en los aviones. El piloto intentó un aterrizaje de emergencia con el avión ya convertido en una antorcha. En el choque murieron 123 personas, y sobrevivieron 10 tripulantes y un pasajero. Antes del aterrizaje forzoso, la mayoría de los pasajeros ya había muerto por inhalación de humo. El hombre que se la había jugado por el auto platense, estaba entre las víctimas fatales.

En ese vuelo también moriría un controvertido personaje de la política argentina: Joe Baxter, creador de la agrupación Movimiento Nacionalista Tacuara, de fuerte corte nacionalista y católico. Un hombre que algunas enciclopedias figura como “guerrillero” y que llegó a desplegar una ambigüedad ideológica tal que pasó de la Juventud Hitlleriana al Ejército Revolucionario del Pueblo de Roberto Santucho, pasando por el nicaragüense Frente Sandinista de Liberación. Al revisar los restos del avión se comprobó que entre sus pertenencias Baxter llevaba un paquete con 40 mil dólares que, se decía, iban a financiar una operación terrorista en algún lugar de Europa. En el mismo vuelo y con el mismo destino trágico iba Jörg Bruder un regatista brasileño que había ganado tres títulos mundiales de la Clase Finn.

La noticia de la muerte del presidente de la Renault pegó en la línea de flotación del Iguana.

Un último intento por salvar el proyecto implicó enviarlo a una feria mundial de diseño automotriz. Inexplicablemente el Iguana se perdió en una madeja de burocracia aduanera y portuaria. Durante meses lo buscaron sin suerte. Nadie se hacía cargo de que no solamente el auto no hubiese llegado a destino sino que ni siquiera se supiera a donde había sido enviado.

PERDIDO EN LIBIA

Esa desaparición implicó para el Iguana una demora que le jugó en contra hasta hacerle perder su último partido.

Después de seis meses se recibió una comunicación que daba cuenta de la aparición de “algo parecido a un auto”, en la última bodega de un barco en el puerto de Bengasi, en la Libia que recién empezaba a dominar por más de cuatro décadas el dictador Muhamad Khadafi. “Estaba tapado de fertilizante, lo encontraron de casualidad o porque necesitaban el espacio y dijeron saquémonos esto de encima. Nunca supimos como el Iguana fue a parar a ese barco”, contaría Garbarini, con algo de pena y bronca pero sin perder ese humor cargado de ironía que le era su sello.

El sueño de una planta de fabricación automotriz 100% platense quedaba en el camino de la vida de Garbarini, un hombre al que le pasaron cosas que no pasan ni en las novelas. Como que una vez en el aeropuerto de México se le acercó un tipo y le preguntó: “¿Usted es argentino?”. Y cuando Garfbarini respondió que si, el hombre le propuso: “¿No quiere trabajar en una telenovela?”. Garbarini dijo que él no era actor y el hombre insistió: “no importa, nosotros necesitamos a alguien con su aspecto, que hable en argentino”. La novela duró cinco años, rompió todos los rating de la tevé mexicana y en el último capítulo hasta actuó el presidente de la nación. A Garbarini le ofrecieron seguir la carrera de actor, pero se aburrió de estudiar lenguaje neutro y abandonó, para dedicarse a la gastronomía y crear un bar emblemático en el DF, parada obligada y muchas veces refugio de muchos argentinos y argentinas embarcados en la maravillosa aventura de buscar un destino nuevo.

Durante años nada se supo del Iguana. De las dos carrocerías de fibra que nacieron de la matriz original se decía que “El Rojo” juntaba tierra en el abandono al que había sido confinado en un galpón y en medio de un conflicto que no viene al caso. En tanto, el Amarillo seguía esperando el milagro de que apareciera un “donante” cuya mecánica le permitiera salir a rodar.

UNA RELIQUIA POR DIEZ MIL AUSTRALES

En ese camino de aventura que fue la vida de Garbarini, se le impuso por entonces la necesidad de dejar del país y probar suerte en México. “Llegué con 650 dólares, los que conseguí gracias a la venta del kit del último Iguana”, contaría años después.

En efecto, el 29 de noviembre de 1988 el vecino de City Bell Alfredo “Pelusa” La Fuente compraría al Amarillo por la suma de 10.000 Australes, cerca de 650 dólares por esa reliquia símbolo de la ciudad que pudo ser y no fue. Se sabe que La Fuente, un hombre que sabía valorar lo que había comprado, le metió al Iguana horas, esfuerzo y dinero pero no le alcanzó para verlo rodar. En septiembre de 2018 Hugo Gurini (que había trabajado con Abel Ceveiro en la Puelche) se contactó con Nico La Fuente, el hijo de Alfredo ya fallecido y logró recomprar el Iguana. El sueño de ponerlo en valor volvía a la vida.

En el mismo vuelo iba el guerrillero Joe Baxter, un dato de misterio para el misterio del Iguana

 

Desde ese momento Ceveiro trabajó en secreto en su casa-taller de La Loma. Se trataba de limpiar, acomodar, reconstruir, armar pequeñas matrices para reencontrar algunas formas originales. Tapizados, tablero, relojes, ruedas: el Iguana fue poco a poco volviendo de la muerte, de la oscuridad de un olvido al que fueron empujándolo.

En noviembre de 2018, los amigos le dieron a Garbarini una sorpresa que quedó plasmada en un video casero. Lo llevaron engañado a ver un auto “viejo” que supuestamente había comprado Ceveiro y cuando corrieron la lona apareció “su” Iguana.

“La verdad, pensamos que se nos quedaba ahí. Nos asustamos”, cuenta Ceveiro sobre el momento de alto voltaje emotivo que a los 80 años le hicieron vivir a Garbarini.

Hoy, el Iguana recuperado es una valiosa pieza de colección y un símbolo de un país que pudo ser y no fue. Y de una ciudad de sueños rotos pero de soñadores que no arrugaron, que se las ingeniaron para seguir soñando.

Para los coleccionistas, el Iguana Amarillo (del mismo modo que los restos y la matricería del Rojo que, se dice, andarían abandonados en un lugar por la zona de Hernández) son piezas de valor incalculables. Pero más allá de ese valor en pesos, son la prueba dolorosa de una oportunidad perdida. Acaso La Plata pudo romper su histórica matriz productiva convirtiéndose en una sede de la industria automotriz grande.

¿Que oscuros intereses le habrán salido al cruce?, es la pregunta que todavía flota sin respuesta.

“Todos les dijeron que si al Iguana, menos el destino”, repetiría Juan hasta sus momentos finales, acaso con tristeza pero con la paz de los que no se han guardado nada en la lucha emprendida.

En el año de la pandemia Juan Garbarini dejó este mundo pero la magia de sus sueños locos quedaron flotando en quienes tuvieron la fortuna de conocerlo y compartir sus aventuras.

Este 20 de febrero, calculan que a eso de las 5 de la tarde, en el Arco de Villa Elisa, ahí donde el Camino Centenario empieza a abandonar La Plata y se mete en Berazategui, el Iguana que logró derrotar al tiempo y a la muerte será presentado ante quien quiera verlo y tenga la capacidad de valorarlo.

Es posible que desde algún lugar, por encima del Arco de Villa Elisa, Garbarini y el francés Lavaud se miren, se sonrían, se peguen algunos codazos cómplices y se digan satisfechos: “tomá, ahí lo tenés”.

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Ceverio, Garbarini y Gurini. Documentos históricos de una aventura irrepetible

De izquierda a derecha: Garbarini, Ceveiro y Narvarte cuando empezaba a tomar forma el prototipo que encantó a los franceses

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