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Espectáculos |La cartelera local

Danzafuera: un festival para explorar los límites de la danza y volverse a encontrar

La edición de 2020 se suspendió a mitad de camino por la pandemia, pero el encuentro de danza contemporánea y acciones transdisciplinarias sigue vivo: desde mañana, comienza la octava entrega

Danzafuera: un festival para explorar los límites de la danza y volverse a encontrar

En “Coreografías de la ciudad”, lo cotidiano se revela como una danza bajo una nueva mirada

18 de Febrero de 2021 | 02:10
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Danzafuera vuelve. Resiste. El festival, que mañana dará inicio a su octava edición, ha conseguido sobrevivir no solo a los avatares de un país en crisis perpetua durante ya ocho años, sosteniendo su voluntar de ser un encuentro gratuito pero que compensa a sus artistas, sino incluso ha resistido una pandemia, la misma que, cuando realizaba el año pasado su séptima edición, provocó el cierre de todo, incluyendo la posibilidad de contacto entre artistas y público.

La séptima edición del ya tradicional encuentro gratuito que agrupa obras de danza contemporánea, intervenciones y acciones performáticas y transdisciplinarias que ensayan preguntas en torno a los límites de la danza, en busca de ampliar sus fronteras, quedó en ese momento suspendida a varios días de haber comenzado. Y sus organizadoras tuvieron que romper de repente con la lógica de la gestión artística y “concentrarnos en lo que era urgente”: había invitados internacionales varados en la Ciudad, viviendo una profunda incertidumbre sobre cuándo llegarían a casa.

La que relata aquel momento de caos y confusión vivido a partir de la declaración de la cuarentena obligatoria en marzo del año pasado es Constanza Copello, una de las directoras y curadoras de Danzafuera junto a Mariana Sáez, Jorgelina Mongan y Julieta Scanferla: las cuatro pusieron entonces manos a la obra para contener a los artistas varados y organizar el operativo retorno de los artistas. “La última que volvió, cruzó la frontera una hora antes del cierre definitivo”, cuenta, con una sonrisa que todavía deja ver cierto estrés, Copello.

Pero tras la edición cancelada (y un año de encierro), Danzafuera se intuyó más importante que nunca como un lugar que defendiera los encuentros presenciales en tiempos de repliegue en lo privado y solitario, proponiendo, con tapabocas, con distancia, al aire libre, un regreso a la potencia poética y política de los cuerpos reunidos en un tiempo y espacio. Un retorno a pensar con otros, reatroalimentarse.

Y el regreso será en el habitual escenario del festival: el espacio público. Pero que Danzafuera se realice año tras año en el afuera, eso no quita, reconoce Josefina Mongan, que “esta es una edición especial, donde nos replanteamos cómo abordar el espacio público, no solo desde los cuidados, sino desde las decisiones artísticas. El contexto pandémico propicia aún más la resignificación del espacio público, y vemos acá una potencia, que queremos llevar a la acción”.

“Nos preguntamos cómo volver después de esto, y la primera decisión fue usar el afuera: siempre fue nuestro lugar, y es lo que hoy es posible es el afuera.

También decidimos llevar a cabo propuestas que tengan desplazamiento, para que el público circule”, agrega Copello. La pandemia, sin embargo, no se mete como tema de las obras del programa del Danzafuera, aunque, afirma, “obviamente, los cuerpos están atravesados por la pandemia. Pero nuestro foco en las temáticas tuvo que ver con el trabajo del territorio, el trabajo en los espacios específicos”.

PERMANECER GRATUITO

Como cada año, Danzafuera insiste en ofrecer su programa de forma gratuita. “Insistimos, sí”, se ríe Copello. Y explica: “Es una insistencia política que sostenemos hace ocho años. Pensamos el festival como un lugar de apertura a un público que no suele tener la costumbre de ir a ver una función de danza a una sala: Danzafuera es una oportunidad para que ese público, que no sabe que ahí puede haber un lugar de interés, una pregunta que le puede resonar de alguna manera, se acerque porque se lo cruza en la calle. Porque al ocurrir en la calle, hay un público que es nuestro, que va a ver el festival, pero hay un montón de gente que se encuentra el festival. Y eso es una oportunidad para que esas personas se pregunten sobre la danza y las distintas miradas sobre la danza”.

La gratuidad, agrega Mongan, se extiende más allá del público, y convierte a Danzafuera en un espacio de formación que quiebra las barreras económicas: “Tenemos espacios de formación, las residencias de creación, que también son gratuitos: son espacios donde la gente va a cocrear una pieza, una intervención, una performance, y lo único que tienen que hacer es anotarse. Así, cualquier persona puede acceder a una residencia artística sin pagar”.

Pero aunque quienes acceden al festival lo hacen sin pagar una entrada, el objetivo de Danzafuera fue, desde su primera edición, que los artistas cobraran una suma por presentar su trabajo. “Ya nos cuesta menos... al principio era remar y remar”, reconoce Copello. “Nuestra pregunta fue cómo hacer para que sea posible el festival, dónde encontrar el financiamiento para que tenga continuidad en el tiempo. Y esa pregunta nos la hacemos cada año, no es que la resolvimos”.

Contra viento y marea, lo que ha permitido esa continuidad, finalmente, ha sido, afirma Mongan, el deseo. A ellas, artistas volcadas a la gestión, las impulsó “el deseo de que el festival exista, y que la gente pueda acceder de forma gratuita”. Al principio, cuenta, “teníamos ese deseo, y lo llevábamos a cabo dejando todo, estuvimos muchísimos años sin ganar dinero”. Hoy, en cambio, “ya partimos de un presupuesto, pensamos lo que es posible a partir del dinero disponible”. Pero aunque han resuelto algunas preguntas logísticas, “la pregunta sobre el trabajo y el arte siempre es una pregunta”.

 

 

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