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Sergio Candelo
eleconomista.com.ar
Durante décadas, la Argentina estuvo atravesada por una grieta ideológica. En 2026, sin embargo, esa división amenaza con ser desplazada por una fractura más concreta y dolorosa: la grieta de la microeconomía. No separará ideas, sino sectores productivos, territorios y empleos.
Si el Gobierno logra consolidar el ordenamiento macroeconómico —inflación contenida, superávit fiscal y normalización cambiaria—, el país que emerja no será homogéneo. El 2026 será el año de las dos velocidades: una Argentina que despega y otra que queda atrapada en una transición mal coordinada.
Y con esa brecha aparece un factor políticamente explosivo: el juego de la culpa. Cuando empiecen los cierres de fábricas en el conurbano o en los polos industriales tradicionales, ¿quién será el responsable? ¿La Nación por abrir la economía o las provincias y municipios por no haber bajado los impuestos distorsivos?
Del lado ganador de esta nueva grieta estarán los sectores que venían reclamando reglas claras y apertura. Los datos de 2025 anticipan esta dinámica.
El sector energético registró en octubre el mayor superávit mensual de la última década, con US$ 708 millones, acumulando más de US$ 6.000 millones en los primeros diez meses del año. La producción de petróleo alcanzó los 859.500 barriles diarios, superando el récord histórico de 1998, impulsada casi en su totalidad por Vaca Muerta.
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El 2026 será el año de las dos velocidades: una Argentina que despega y otra que queda atrapada en una transición mal coordinada.
Energía y minería concentran proyectos bajo el RIGI por cerca de US$ 25.000 millones, incluyendo desarrollos de litio y grandes obras de infraestructura. Argentina avanza a dos velocidades incluso en su estrategia externa: acuerdos de corto plazo para generar divisas y megaproyectos de largo plazo orientados a consolidar exportaciones energéticas durante la próxima década.
A esto se suma el agro, que con tipo de cambio unificado y sin brecha recupera competitividad, y la economía del conocimiento, donde la normalización elimina distorsiones financieras y devuelve el foco a la productividad y la innovación.
Para estos sectores, la “sensación térmica” del 2026 será positiva. Son los ganadores de un modelo que prioriza integración al mundo, inversión y eficiencia.
Del otro lado de la grieta, la realidad es mucho más frágil. En el conurbano bonaerense, Rosario, Córdoba o Tucumán se concentra la industria manufacturera tradicional, desarrollada durante décadas bajo esquemas de protección y mercado interno.Los números de fines de 2025 son una advertencia clara. La producción industrial cayó 2,9% interanual en octubre y, entre fines de 2023 y mediados de 2025, cerraron más de 1.400 empresas manufactureras, con una pérdida cercana a 40.000 empleos registrados. Sectores como el textil mostraron caídas superiores al 15%, mientras que la industria automotriz llegó a operar, en momentos críticos, con niveles mínimos de capacidad instalada.
En el conurbano bonaerense, Rosario, Córdoba o Tucumán se concentra la industria manufacturera tradicional, desarrollada durante décadas bajo esquemas de protección y mercado interno.
Frente a una apertura comercial acelerada en 2026, muchas pymes no enfrentan un problema de voluntad para reconvertirse, sino de imposibilidad matemática. Competir sin haber reducido previamente el llamado “Costo Argentino” es, para muchas, una sentencia de cierre.
Aparece una dinámica clásica de la teoría de juegos: un equilibrio de Nash perverso, donde cada actor toma decisiones racionales desde su propia lógica, pero el resultado agregado es subóptimo para todos.
El Gobierno nacional impulsa la apertura con el argumento de que mantener la economía cerrada perpetúa la decadencia, y apuesta a que las provincias acompañen bajando impuestos distorsivos.
Los gobernadores e intendentes, altamente dependientes de Ingresos Brutos y tasas municipales, enfrentan el dilema de resignar recaudación hoy o conservarla y culpar a la Nación mañana si llegan los cierres.
La pyme industrial, sin poder de veto, queda atrapada entre decisiones que no controla.
La apertura comercial se puede decretar rápidamente. La reducción del costo estructural, no. Mientras Nación, provincias y municipios discuten responsabilidades, muchas empresas simplemente no tienen tiempo.
Esta grieta microeconómica no es solo sectorial, también es territorial. Las provincias vinculadas a energía y minería conviven con polos industriales tradicionales en retroceso. La brecha salarial refleja el fenómeno: los trabajadores de sectores ganadores multiplican ingresos frente a quienes dependen de actividades rezagadas.
La solución es conocida, pero políticamente costosa: apertura gradual, reducción coordinada de impuestos distorsivos en todos los niveles del Estado y tiempo real para la reconversión productiva. El problema es que nadie quiere asumir el costo inicial y perder el crédito político. Si esa coordinación no ocurre, el 2026 no solo consolidará una economía de dos velocidades, sino también una narrativa de culpas cruzadas. Y cuando eso pase, cada nivel de gobierno tendrá su explicación. La pyme que cerró, no.
El verdadero desafío del próximo año no será solo sostener la macroeconomía, sino nivelar el terreno de juego en la micro. Porque abrir la economía sin coordinación puede ser racional para cada actor por separado, pero es profundamente destructivo para el país en su conjunto.
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